25 de octubre de 2010
Un estudio continuado demuestra que el olor corporal de las aves autóctonas de Nueva Zelanda es tan acre que delata la presencia de los pájaros a los depredadores.
Su olor puede abocar a algunas especies a la extinción a menos que los conservacionistas adopten algunas medidas poco ortodoxas, como echar desodorante en los nidos de las aves, según el biólogo Jim Briskie de la Universidad de Canterbury en Christchurch (Nueva Zelanda).
El aroma de muchos pájaros procede de una glándula que produce ceras esenciales para mantener la salud de las plumas.
En Europa y América, el cuerpo de los pájaros altera esta cera de mantenimiento durante la temporada de cría cambiando su composición para reducir los olores y que los nidos de las aves resulten menos detectables.
En un experimento reciente en Nueva Zelanda, Briskie comparó las ceras de seis especies autóctonas, como los petirrojos y los acantizidos, con las ceras de especies invasoras como los tordos y los gorriones, que habían evolucionado en Europa hasta los años 70 del siglo XIX.
«Los pájaros europeos en Nueva Zelanda cambiaron sus ceras protectoras para desprender menos olor en la temporada de cría —dice Jim—pero las aves endémicas no, y siguieron desprendiendo más olor durante todo el año».
Por ejemplo los kiwis —aves no voladoras autóctonas del tamaño de un pollo— huelen a amoníaco y los kakapos, que tampoco pueden volar, huelen como un maletín de violín mohoso, según Briskie.
Otras especies de Nueva Zelanda parecen tener igualmente aromas distintivos, afirma Briskie, a diferencia de la mayoría de las aves de otros continentes.
«Sabemos que a los perros con bozal les resulta fácil encontrar kakapos y kiwis por su olor, así que sospecho que los depredadores como las ratas o los gatos asilvestrados también deben ser capaces de encontrar fácilmente a las aves autóctonas», dice Briskie.
Los depredadores extraños siguen el olor
Briskie sospecha que quizá las aves de Nueva Zelanda huelan tanto en gran medida porque se fueron de rositas durante muchos siglos.
Cuando Nueva Zelanda se separó de Australia hace unos 80 millones de años, ningún mamífero depredador se subió al carro, así que las aves autóctonas nunca tuvieron que evolucionar para enmascarar su aroma con el fin de sobrevivir.
Pero en cierto momento los humanos cambiaron la situación. Los maorís introdujeron la rata y, más tarde, los europeos trajeron al gato doméstico y al armiño (un tipo de mustélido) que se hicieron fácilmente con el aroma de los pájaros.
En parte, el resultado es que unas 43 aves autóctonas ya se han extinguido, afirma Briskie. Otras 73 especies endémicas, muchas de las cuales no saben volar, figuran en las listas de animales amenazados de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.
¿Desodorante para enmascarar a las aves olorosas?
Una solución podría ser echar desodorante a las aves olorosas, dice Briskie.
«Si demostramos que esto es un problema, podríamos idear algún tipo de absorbeolores o desodorante que poner en el nido para atrapar parte de los olores y protegerlas más eficazmente», dice Briskie.
Pero hay un lado negativo potencial: puede que el hedor de los pájaros sirva a otros propósitos.
Como explica Briskie, el desodorante para aves «sólo sería útil mientras sepamos que no interfiere con la forma en que dichos olores podrían usarse para la comunicación entre parejas o con las crías».
Además, el olor corporal de los pájaros también podría usarse para devolver la pelota a los depredadores.
«Podría ser otra forma de crear mejores trampas para roedores con las que cazar a las ratas o a los armiños (invasivos)», afirma Briskie.
«Quizá en lugar de los controvertidos venenos, podríamos inventar cebos de larga duración usando esencia de kiwi o kakapo que atraiga a los depredadores a una trampa.»