El ataque de un leopardo en Florida pone a los humanos y a los grandes felinos en una situación terrible

Los vídeos que graban los dueños de zoos informales crean la falsa impresión de que es seguro jugar con grandes felinos adultos. No lo es.

Por Natasha Daly
Publicado 3 nov 2020, 12:56 CET
Leopardo negro salvaje

Un leopardo negro (o pantera negra) salvaje descansa cerca de un árbol en el parque nacional de Nagarhole, en la India. Hace poco, un leopardo negro cautivo atacó a un hombre que había pagado 150 dólares para entrar en su jaula en Florida.

Fotografía de Phillip Ross, Felis Images, Nature Picture Library

A finales de agosto, Dwight Turner pagó 150 dólares para meterse en una jaula con un leopardo negro en una casa de Florida. Casi de inmediato, el leopardo atacó y le arrancó la mitad de la oreja derecha con los dientes, desgarrándole la cabeza. De hecho, su mujer tuvo que presionar un colgajo del cuero cabelludo contra el cráneo.

El incidente, que tuvo lugar en la casa del vendedor de animales Michael Poggi en Davie, Florida, ocurrió durante una supuesta «experiencia de contacto total» con el leopardo, en la que Turner iba a acariciarle el vientre y sacarse fotos con él.

El ataque es un crudo recordatorio de que los grandes felinos son peligrosos para las personas, una realidad distorsionada a través de la lente de las redes sociales. Muchos dueños de grandes felinos han saltado a la fama por la serie documental de Neflix Tiger King y en plataformas como TikTok, YouTube e Instagram, donde suben vídeos en los que juegan y nadan con tigres y leones adultos, lo que crea la falsa impresión de que estas interacciones son seguras.

«Son animales cuyos cerebros están literalmente diseñados para ser depredadores por emboscada», afirma Imogene Cancellare, exploradora de National Geographic y bióloga de conservación que estudia a los leopardos de las nieves. «No hay ninguna situación en la que entrar en un [espacio] con un gran felino vaya a ser seguro al cien por cien, aunque lo hayan criado en cautividad», dice, como es el caso de la mayoría de los grandes felinos en los zoos de carretera de Estados Unidos.

Los grandes felinos criados en cautividad aún son genéticamente salvajes y los han condicionado para interactuar con sus dueños como parte de que estos los alimenten. «Al fin y al cabo, en mi opinión profesional, no hay nada que puedas hacer para que un tigre, un león o un jaguar te quiera lo suficiente para superar sus instintos depredadores que pueden cambiar en un abrir y cerrar de ojos».

Un encuentro ilegal

Tras el ataque, del que informó Local 10 News en Florida, Turner tuvo que ser operado dos veces y le colocaron 22 grapas de sutura en la cabeza. Aún corre el riesgo de perder la oreja derecha, según un informe presentado por la Comisión de Conservación de Pesca y Vida Silvestre de Florida (FWC, por sus siglas en inglés), que investigó el caso. Turner pretende demandar a Poggi, el dueño del leopardo, según contó su abogado a Local 10 News.

Poggi no respondió a las preguntas de National Geographic antes de la publicación de este artículo.

Tiene una licencia de comerciante de animales emitida por el Departamento de Agricultura de Estados Unidos y tiene al leopardo de forma legal. Sin embargo, la legislación de Florida prohíbe permitir que un visitante tenga contacto con un gran felino de más de 11 kilogramos. La FWC acusó a Poggi de «permitir que un miembro del público entablara contacto con un leopardo negro adulto y extremadamente peligroso» y «mantener especies silvestres cautivas en condiciones inseguras», según el informe policial. Poggi comparecerá ante un juez el 2 de diciembre y se enfrenta a una condena de hasta un año y medio de cárcel y multas de hasta 1500 dólares.

Las regulaciones federales también establecen que deben existir barreras entre el público y grandes felinos de más de 12 semanas de edad. Por eso la interacción con grandes felinos adultos es poco común en los zoos de carretera de Estados Unidos. Según Andrew Stein, explorador de National Geographic y fundador de CLAWS Conservancy, una organización sin ánimo de lucro centrada en mitigar los conflictos entre humanos y especies silvestres, el margen de error en estas interacciones «es la diferencia entre tener un encuentro seguro y la posibilidad de morir».

El criador de animales Michael Poggi tiene a su leopardo negro en esta jaula en el jardín trasero de su casa de Florida. Dwight Turner, que había organizado con Poggi una interacción en la que contactaría con el leopardo, fue atacado por el felino inmediatamente después de entrar en la jaula.

Fotografía de Florida Fish and Wildlife Conservation Commission

Sin embargo, estos encuentros turísticos sí son habituales en otros países, sobre todo en el Sudeste Asiático, y los normalizan los dueños de grandes felinos que son famosos en Instagram, ya que interactúan con sus animales en vídeos grabados para redes sociales.

La atracción de una fantasía de las redes sociales

«Comunicarse con animales tiene ese atractivo de El libro de la selva», dice Siobhan Speiran, candidata a doctora en estudios ambientales en la Queen's University de Ontario, que ha pasado los últimos tres años investigando la influencia de las redes sociales en las percepciones de las personas sobre los animales salvajes. Los dueños de animales exóticos populares como Kody Antle, Kevin «The Lion Whisperer» Richardson y Eduardo Serio de Black Jaguar White Tiger en México han conseguido millones de seguidores subiendo de forma regular vídeos en los que juegan a pelear con grandes felinos, como si fueran Mowglis modernos.

Estas publicaciones y vídeos «crean una mitología respecto a los cuidadores de animales, sobre todo sobre los hombres», afirma Speiran. «El misticismo que entraña, del tipo: “¡hala, tiene su propia manada de leones!”», puede impulsar a alguien a querer hacerlo, «sin darse cuenta de que es una creación totalmente artificial. Este no es el hombre que susurra a los leones, es completamente antinatural», explica.

Pero la gente se lo traga, quiere estar cerca de estos susurradores de animales, «igual que yo quiero estar cerca de Jane Goodall», afirma Speiran, que apunta que sentir admiración por personas que parecen tener lazos con animales es probablemente una sensación universal entre los amantes de los animales.

Sin embargo, señala que los mundos que crean los dueños de grandes felinos en redes sociales dificultan que la persona promedio diferencie a alguien que mantiene, cría y vende accesos a especies silvestres de una conservacionista como Goodall, que trabaja para salvarlos.

Que muchos dueños de zoos de carretera y criadores se presenten como rescatadores o anuncien que su negocio financia iniciativas de conservación genera más confusión. La familia de Kody Antle dirige una organización sin ánimo de lucro que supuestamente tiene por objeto recaudar dinero para la conservación de los tigres salvajes. Poggi describe su negocio como un refugio de animales (los refugios legítimos no suelen permitir que el público entre en contacto con los animales salvajes, según la Global Federation for Animal Sanctuaries). Estas son tácticas de marketing habituales utilizadas en la industria de los zoológicos privados para que los clientes sientan que el dinero que pagan al interactuar con los animales salvajes los ayuda.

Los problemas de bienestar en los zoos de carretera están ampliamente documentados. Además de reproducir a los tigres constantemente para que haya un suministro de cachorros que interactúen con los turistas, algunos no proporcionan comida, recintos ni atención veterinaria adecuada. El mes pasado, Doc Antle, el padre de Kody y dueño del zoo familiar de carretera Myrtle Beach Safari, fue acusado de tráfico de fauna silvestre y crueldad animal. Otro personaje de Tiger King, Jeff Lowe, perdió su licencia para exhibir animales cuando las autoridades documentaron varios casos de sufrimiento animal.

«Es probable que la gente piense que si [la tenencia privada de grandes felinos] fuera tan mala, sería ilegal», afirma Speiran. Pero «en muchos sentidos, los animales son la última frontera de la justicia social».

Cancellare, Speiran y Stein sostienen que la Ley de Seguridad Pública de los Grandes Felinos, un proyecto de ley que aspira a prohibir la cría comercial, la interacción con el público y la tenencia de grandes felinos como mascotas a nivel federal, podría frenar la tenencia y la cría de grandes felinos en Estados Unidos y proteger tanto a los animales como a las personas.

Eliminar las interacciones con los cachorros «podría suponer una traba para la demanda de un suministro constante de grandes felinos criados de forma privada y ralentizar las interacciones con animales adultos, lo que, con suerte, reduciría la cantidad de artículos sobre ataques de animales», afirma Cancellare.

El fin de la existencia de estos animales no es que la gente los acaricie; el fin «es dejarlos en paz», dice.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.
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