26 de julio de 2016
Como toda historia de misterio que se precie, esta comenzó con un cadáver, pero este cuerpo en cuestión medía aproximadamente 7,3 metros de largo.
Los restos aparecieron varados en la orilla en junio de 2014, en la comunidad de la isla Saint-George, parte de las islas Pribilof (Alaska), un pequeño oasis de rocas y hierba en medio del mar de Bering. Un joven profesor de biología encontró el cadáver del cetáceo parcialmente enterrado en la arena, en una playa desolada y azotada por el viento. Alertó de su hallazgo a una ex especialista en focas que, al principio, presumió de saber qué era lo que habían encontrado: un zifio de Baird, una enorme criatura gris que vive en las profundidades y cuyo cuerpo es arrastrado por la marea hacia la orilla cuando muere.
Sin embargo, un análisis más minucioso realizado posteriormente reveló que la carne de este animal era demasiado oscura y que la aleta dorsal era demasiado grande y flexible. El animal era demasiado pequeño para ser un adulto, pero sus dientes estaban desgastados y amarillentos por la edad.
Resulta que, según un nuevo trabajo de investigación publicado recientemente, este no era un zifio de Baird, sino una nueva especie: un cetáceo más pequeño, negro y con forma extraña al que los pescadores japoneses llaman karasu o “cuervo”.
“No sabemos cuántos hay o dónde se pueden encontrar normalmente, no sabemos nada”, explica Phillip Morin, genetista molecular en el Centro Sudoeste de Ciencia Pesquera estadounidense de la NOAA (National Oceanic and Atmospheric Administration). “Pero vamos a empezar a investigarlo”.
Es muy extraño descubrir una nueva especie de ballena. Los avances en la investigación del ADN han ayudado a los científicos a identificar cinco nuevos cetáceos en los últimos 15 años, pero dos de ellos eran delfines, y la mayoría eran simples divisiones de categorías entre especies bastante similares. Este animal, del género Berardius, es mucho más diferente respecto a su pariente más próximo y habita un área del Pacífico norte en la que se ha llevado a cabo una gran parte de la investigación sobre mamíferos marinos durante décadas.
“Es un hallazgo muy importante”, afirma el co-autor del estudio, Paul Wade, del Laboratorio Nacional de Mamíferos Marinos de la NOAA. “Si lo piensas, en tierra, el descubrimiento de nuevas especies de grandes mamíferos es algo excepcional. Simplemente, no es algo que ocurra a menudo. Es un hecho destacable”.
Esqueletos, hocicos y polvo de huesos
Morin y su equipo examinaron el cadáver hallado en Saint-George, tomaron muestras de polvo de huesos de antiguos especímenes de museos y revisaron los análisis de ADN de ballenas del mar de Ojotsk. También estudiaron las calaveras y los hocicos y analizaron los registros de las flotas balleneras japonesas. Incluso siguieron la pista de un esqueleto que colgaba del techo del gimnasio de un instituto en las islas Aleutianas.
La conclusión de los científicos, publicada en Marine Mammal Science, es que este tipo de ballena, que todavía no tiene nombre, está tan lejos genéticamente del zifio de Baird del hemisferio norte como lo está de su pariente más cercano, el zifio de Arnoux, que vive en el océano Antártico. Las diferencias, de hecho, son tan grandes que el animal tiene que pertenecer a otra especie completamente diferente, según los expertos.
Pero no está solo en su entusiasmo. Robert Pitman forma parte de un comité taxonómico para la Sociedad de Mastozoología Marina, que publica anualmente una lista de especies de mamíferos marinos reconocidos. Pitman no se encuentra entre los 16 co-autores del estudio de Morin. Sin embargo, en un momento en el que la diversidad de los mamíferos marinos es cada vez menor –el delfín del río Yangtsé se encuentra funcionalmente extinto y la vaquita marina se encuentra al borde de la desaparición en México–, Pitman está de acuerdo en que el descubrimiento es “alentador”.
“Me quedo pasmado solo de pensar en que una ballena tan enorme y de apariencia tan diferente haya pasado desapercibida para la comunidad científica durante tanto tiempo”, afirma Pitman. “Manda un mensaje muy claro sobre lo poco que sabemos acerca de qué habita los océanos que nos rodean”.
El descubrimiento también hace surgir nuevas preguntas sobre cómo los humanos entendemos las amenazas que suponen las actividades marinas, desde la exploración energética al uso de sónar, ya que poca gente sabía de la existencia de una criatura como esta.
Una criatura "inidentificable"
De las 88 especies de cetáceos vivas reconocidas, incluyendo las orcas, las ballenas jorobadas, los delfines nariz de botella y las marsopas de Dall, 22 son zifios (ballenas con nariz de espada). El más grande es el zifio de Baird, también llamado zifio gigante, que puede llegar a medir entre 10 y 12 metros y pesar más de 10,9 toneladas. Estos animales viajan en grupos grandes, pueden sumergirse a más de 914 metros de profundidad y pueden permanecer bajo el agua hasta una hora. Aunque la caza de zifios todavía persiste en Japón, se sabe poco acerca de ellos. Esto se debe en parte al hecho de que pasan mucho tiempo alimentándose y explorando los cañones profundos que se encuentran lejos de la orilla.
Cuando el profesor de Saint-George –una isla de 91 kilómetros cuadrados con una población de 100 personas, frecuentada por cientos y cientos de focas y visitada por 2,5 millones de pájaros– enseñó a la experta en focas Karin Holser el cetáceo que había encontrado en la bahía de Zapadni, ella pensó que se trataba de un zifio de Baird. Sin embargo, cuando las corrientes y las mareas dejaron ver más del animal, Holser se dio cuenta de que no podía reconocer a ese animal. Consultó entonces el libro de identificación de cetáceos de un colega y envió fotografías a otros expertos de Alaska.
“La aleta dorsal era más grande, mucho más hacia atrás y con mayor curvatura que la de los zifios de Baird”, explica la ecologista independiente Michelle Ridgway, que llegó unos días después a la isla. “La estructura de la mandíbula y la forma de órgano del melón –en la frente– no coincidían tampoco”. Y este cetáceo, que era claramente un adulto, solo alcanzaba dos tercios del tamaño total al que puede llegar un zifio de Baird totalmente desarrollado.
Holser y otros residentes de la isla midieron a la ballena. Ridgway extrajo tejido y se encargó de enviar a través de intermediarios las muestras hasta el laboratorio de Morin en el sur de California. Y Morin estaba intrigado.
Tan misterioso que roza la leyenda
Nueve meses antes, Morin había examinado un nuevo trabajo de investigación realizado por científicos japoneses que pretendían describir las diferencias entre los zifios de Baird y una extraña especie negra de la que habían hablado los balleneros desde la década de 1940. Algunos grupos de estas ballenas, algo más pequeñas, se habían avistado en el estrecho japonés de Nemuro, pero solo entre abril y junio. No existía ningún registro de avistamiento de un espécimen vivo por parte de los científicos.
“Eran casi parte del folclore”, explica Morin.
Los científicos japoneses habían especulado en el otoño de 2013 que esta podría tratarse de una especie desconocida de zifio. Sin embargo, se vieron forzados a sacar sus conclusiones a partir del ADN tomado de solo tres de esas criaturas que habían sido halladas varadas en Hokkaido. Concluyeron que harían falta más pruebas.
Incluso antes de recibir las muestras de Saint-Geroge, Morin había tratado de encontrar más especímenes.
Examinó la colección de tejidos de la NOAA y analizó aproximadamente 50 que habían sido identificados previamente como zifios de Baird. Utilizando análisis de ADN descubrieron que dos de ellos se aproximaban más genéticamente a los zifios negros más pequeños que habían examinado los científicos japoneses en 2013. Uno de ellos pertenecía a una ballena que había aparecido varada en 2004 y que ahora se encuentra colgada en el gimnasio de un instituto en Dutch Harbor. Los científicos habían asumido durante años que se trataba de un zifio de Baird.
Morin también tuvo en cuenta la sugerencia de uno de los científicos japoneses, que había identificado un esqueleto de 1948 con una cabeza con forma inusual que se encuentra en el instituto Smithsoniano. También investigó otro esqueleto del Museo de Historia Natural del Condado de Los Ángeles junto con medidas corporales que sugieren que se trata de una especie negra de menor tamaño. Morin extrajo polvo óseo de ambos y analizó su ADN. Ambas coinciden con el karasu.
Además de la ballena de Saint-George, Morin ha encontrado cinco nuevos especímenes que son similares a los tres hallados en Japón.
Sin embargo, para describir una nueva especie, “hay que construir pruebas, pero es bastante complicado con un animal que nunca ha sido visto vivo”, explica Morin. Pero la comparación de las medidas del zifio de Baird respecto a las de la criatura más pequeña ha probado la enorme diferencia, así como el análisis de su ADN.
“La variación genética entre las especies es pequeña, pero la divergencia entre ellos es mucho mayor”, afirma Morin. “Ese es nuestro argumento más sólido”.
Todavía es necesario dar un nombre y una descripción a este cetáceo, y los hallazgos de Morin deben ser aceptados por otros expertos que también investigan la taxonomía de los cetáceos. Pero Pitman y otros científicos están de acuerdo en que hay muchas posibilidades de que se trate de una nueva especie.
“Estamos ejerciendo un daño cada vez mayor sobre el medio ambiente y no podemos siquiera conservar la biodiversidad que sabemos que está ahí”, concluye Morin. “Todavía hay muchos aspectos de nuestro mundo que no llegamos a entender”.