¿Edad biológica o edad cronológica?

La edad que tenemos puede no solo ser la que se mide desde el día del calendario en el que nacimos. ¿Cómo podemos conocer cómo de viejos somos?

Por Cristina Crespo Garay
Publicado 28 sept 2021, 14:55 CEST
Imagen del documental 'Ciencia de la vida: Longevidad'

Imagen del documental 'Ciencia de la vida: Longevidad'

Fotografía de Ciencia de la vida: Longevidad

En el año 2040, España será el país más longevo del mundo y la técnica que permite revertir el envejecimiento ya está en nuestras manos, según un informe de Universidad de Washington. Nuestro país se encuentra a la cabeza de las investigaciones para alargar la vida y los expertos afirman que nos encontramos entre la última generación humana mortal y la primera casi inmortal.

“La inmortalidad no es posible, pero sí lo que se llama amortalidad: la capacidad de estar vivo de manera indefinida”, afirma María Blasco Marhuenda, científica española especializada en el estudio de los telómeros y directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas. Gracias a sus investigaciones sobre las células y sus telómeros, Blasco ya ha logrado dar vida a ratones durante el tiempo equivalente a los 140 años en seres humanos.  

Por tanto, la edad que tenemos no está marcada solo por el día del calendario en el que nacemos. También existe la llamada edad biológica, que puede conocerse con un sofisticado análisis que revela cómo está la salud de nuestro organismo. La diferencia entre la edad cronológica, es decir, aquella que se mide en años desde que nacemos, y la edad biológica, varía mucho de unas personas a otras. No todos envejecemos al mismo ritmo, algunos tenemos una edad biológica mayor que la cronológica y viceversa. Pero, ¿de qué depende este envejecimiento?

La edad biológica comienza a separarse de la edad cronológica cuando iniciamos nuestro camino por la vida, en mayor o menor medida en función de factores decisivos como la herencia genética. Sin embargo, otros factores externos como el estilo de vida, la alimentación o la calidad del sueño influyen de manera decisiva en el desarrollo de nuestras células.

Los telómeros, testigos de nuestra edad real

En el interior del núcleo de nuestras células encontramos los extremos de los cromosomas, llamados telómeros. Estas estructuras protegen el material genético y juegan un papel fundamental en el proceso del envejecimiento celular, esenciales para la estabilidad del genoma y para el desarrollo de las células. Por tanto, los telómeros evitan que se dañe la información genética que se encuentra dentro del cromosoma.

“Son como los plásticos que encontramos en los cordones de los zapatos, protegen y evitan que lo que hay en el interior se deshilache”, explica de forma visual Lissette Otero, directora médico de Life Lenght, en el documental Ciencia de la vida: Longevidad, de estreno el próximo 4 de octubre en National Geographic.  

Ilustración sobre cómo se desgastan los telómeros en los cromosomas del documental de National Geographic Ciencia de la vida: Longevidad. Los telómeros protegen el material genético y juegan un papel fundamental en el proceso del envejecimiento celular.

Fotografía de NAtional Geographic

A medida que avanzamos en el tiempo, cada vez que las células se dividen, las terminaciones de los cromosomas se erosionan, provocando un deterioro progresivo que se va acumulando con la edad. Cuando este desgaste aumenta, los telómeros se acortan hasta que no pueden proteger más el ADN, lo que provoca que las células dejen de dividirse hasta que finalmente mueren, proceso llamado senescencia. Por tanto, la ciencia se sirve de la medición de estas pequeñas estructuras, los telómeros, para conocer la edad biológica de cada individuo.

Además del avance tecnológico, también los estudios científicos sobre longevidad son cada día más. En la misma línea, un reciente estudio publicado en la revista científica Nature el pasado mes de febrero descubrió un nuevo biomarcador de la longevidad, gracias a que las concentraciones sanguíneas de proteína producida en las neuronas ofrecen pistas sobre las perspectivas de supervivencia de las personas mayores de 90 años.

El cáncer, la excepción de la enzima de la inmortalidad

Todos los seres vivos contamos en nuestro organismo con la telomerasa, la llamada enzima de la inmortalidad, una proteína cuyo objetivo es mantener la longitud de los telómeros de por vida. Sin embargo, la telomerasa solo actúa durante el desarrollo embrionario, es decir, tras nuestro nacimiento esta sustancia deja de funcionar en la mayor parte de nuestros tejidos.

Además de las células embrionarias, el cáncer es la otra excepción de esta enzima: las células cancerígenas son capaces de dividirse y desarrollarse de manera infinita a través del mantenimiento de este gen activo.

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    “Podemos acortar o alargar la vida manipulando este gen de la telomerasa”, afirma Blasco. A raíz de estos descubrimientos, nuestra esperanza de vida ya ha dado un cambio radical cara al futuro. A día de hoy, la ciencia ha logrado activar la telomerasa en una célula normal para volverla inmortal, abriendo la puerta a un nuevo universo dentro de esta nueva longevidad.

    Dar marcha atrás al reloj biológico

    La búsqueda de la juventud es el tesoro que han buscado civilizaciones enteras a lo largo de la historia. Diversas culturas han fantaseado con diversos mitos para derrotar el paso del tiempo. Sin embargo, a día de hoy, la edad biológica ya se ha podido revertir hasta dos años con fármacos que existen en el mercado. Los científicos afirman que nos encontramos muy cerca de ser capaces de regenerar de manera constante cada célula.

    “La muerte es un problema técnico, y como tal, tendrá una solución técnica. En estos momentos, el mejor oncólogo del mundo ya es un ordenador, y pronto tendremos robots e inteligencias artificiales que serán los mejores médicos”, afirma en el documental José Luis Cordeiro, ingeniero mecánico.

    Ya no se trataría de disminuir la velocidad a la que el cuerpo humano envejece, si no reparar el daño; un rejuvenecimiento real. El gerontólogo Aubrey de Grey afirma que “tenemos al menos un 50 por ciento de posibilidades de llegar a un nivel decisivo de control del envejecimiento en los próximos 15 o 20 años”.

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