El fin del segundo bisiesto: llegó la hora de decirle adiós al segundo intercalar

Cada dos años se añade un segundo más a la hora oficial de la Tierra, pero los científicos han decidido que es demasiado engorroso mantenerlo.

Por Erin Blakemore
Publicado 26 feb 2024, 15:47 CET
Científicos trabajando con una primera versión del reloj atómico de cesio en 1959

Científicos trabajando con una primera versión del reloj atómico de cesio en 1959. Los segundos intercalares se han utilizado para mantener sincronizadas la hora atómica y la astronómica.

Fotografía de NIST, The New York Times, Redux

¿Qué hora es? Si echas un vistazo a tu teléfono o a tu ordenador, es probable que encuentres una respuesta bastante precisa. Pero aunque el tiempo parece constante, en realidad llevamos décadas ajustándolo, en forma de un segundo bisiesto (también conocido, de manera más precisa, como segundo intercalar) que se inserta cada pocos años.

Esta solución tecnológica está diseñada para hacer que los relojes atómicos coincidan con la rotación del planeta y ha mantenido durante mucho tiempo el cronometraje internacional. Hasta ahora. ¿Por qué han decidido los científicos abandonar el segundo intercalar y qué está en juego?

La unidad de tiempo conocida como segundo se creó mediante una simple división que dividía el día astronómico de 24 horas (una sola vuelta del planeta Tierra) en 86 400 partes. Sólo había un problema: la Tierra no gira a la misma velocidad todos los días. Al contrario, varía ligeramente, y las perturbaciones ambientales y físicas, como la gravedad, la fricción y las vibraciones de la superficie terrestre, hacían que incluso los relojes más elegantes y fiables fueran ligeramente imprecisos.

Pero el creciente conocimiento de la física y del átomo condujo a la redefinición del propio tiempo. A diferencia de dispositivos como los péndulos o sustancias como los cristales que hacían funcionar los relojes anteriores, los átomos emiten y absorben radiación a un ritmo extraordinariamente constante. Esta oscilación fiable se convirtió en la base de los primeros relojes atómicos desarrollados en las décadas de 1940 y 1950, y en 1967 la organización internacional que supervisa las normas de pesos y medidas propuso una nueva definición del segundo: la duración de 9 192 631 770 oscilaciones de un átomo de cesio 133.

La adopción del segundo atómico fue una forma extraordinariamente precisa e invariable de definir el tiempo. Pero hubo una consecuencia incómoda: el segundo atómico no coincidía exactamente con el segundo astronómico definido por la rotación de la Tierra. Para que ambos coincidieran, los científicos se reunieron a finales de los años 60 y decidieron añadir de vez en cuando segundos al Tiempo Universal Coordinado (UTC), la escala de tiempo determinada por los relojes atómicos. Estos "segundos intercalares" permiten que el UTC y el segundo astronómico se vuelvan a sincronizar, lo que evita que el reloj se desplace y mantiene en funcionamiento los sistemas GPS, las redes eléctricas e Internet, entre otras cosas.

El segundo intercalar sincronizó el tiempo astronómico y el atómico. Pero la introducción del segundo intercalar, que acabó implantándose en 1972, obligó a controlar y ajustar el UTC a lo largo del tiempo, y con el paso de los años la hora astronómica se adelantó a la atómica un total de 37 segundos. Introducidos aproximadamente cada cuatro años, estos segundos representan ahora un importante quebradero de cabeza tecnológico para el cronometraje, especialmente dada la creciente importancia de la coordinación horaria en diversos sectores.

Adiós al segundo intercalar

El segundo intercalar fue una solución imperfecta a un problema que parecía una bomba de relojería, y desde entonces ha alimentado un largo debate.

"No existía la mejor solución obvia para resolver el problema", afirma Judah Levine, físico de la División de Tiempo y Frecuencia del Instituto Nacional de Normalización y Tecnología de Boulder (Estados Unidos). Conocido como el "cronometrador de la nación", Levine diseñó e implantó la escala horaria UTC para Estados Unidos y trabaja frecuentemente con los relojes atómicos que rigen la hora en todo el mundo. Si hubiera habido una solución clara y sencilla, dijo, los cronometradores "lo habrían hecho hace años".

En cambio, la comunidad internacional de cronometradores ha tardado décadas en zanjar el debate y decidir eliminar por completo el segundo intercalar. En 2022, los cronometradores del mundo decidieron finalmente eliminar los segundos intercalares para el año 2035.

Adoptar la hora atómica como estándar mundial en contraposición a la hora astronómica es un objetivo ambicioso que puede resultar difícil de alcanzar. Las opciones van desde permitir que la hora atómica y la astronómica se desvíen todavía más cada año hasta implantar un minuto bisiesto único que cubra a los humanos durante los próximos siglos. Lo ideal, dice Levine, sería que la solución no tuviera fisuras, que sólo afectara a un pequeño puñado de científicos y programadores y que pasara prácticamente desapercibida para el público en general.

Mientras los científicos se debaten sobre la mejor manera de adoptar la hora atómica de una vez por todas, dice Levine, el mundo se vuelve cada vez más dependiente de los dispositivos que dependen de un cronometraje mundial preciso.

"Las aplicaciones que dependen de una escala de tiempo común y fluida son cada vez más importantes", dice Levine, citando las telecomunicaciones, la generación de energía y los servicios financieros como algunas de los sectores en juego. "Sin relojes atómicos, estas aplicaciones no serían posibles".

Los segundos intercalares y las comodidades modernas no son los únicos obstáculos a la vista. Los cronometradores se enfrentan a muchos otros retos, como el reciente aumento de la velocidad de rotación de la Tierra, que podría hacer que el desacuerdo entre el tiempo atómico y el astronómico se invirtiera. Y el futuro de los relojes de cesio-133 sigue siendo incierto, sobre todo a medida que los investigadores desarrollan y perfeccionan otros más fiables, como el reloj experimental de iterbio del NIST, uno de los más estables del mundo.

Los seres humanos pueden discrepar sobre la mejor manera de repartir sus días. Pero mientras la comunidad científica va limando esas arrugas en el tiempo, hay algo que se mantiene constante: la oscilación de los relojes atómicos que marcan el ritmo en nuestra sociedad.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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