Período Carbonífero

Por Redacción National Geographic

5 de septiembre de 2010

El período Carbonífero, que se sitúa al final de la era paleozoica, debe su nombre a unos enormes depósitos de carbón subterráneos que datan de este período. Creados a partir de la vegetación prehistórica, la mayoría de estos depósitos se encuentran en determinadas partes de Europa, América del Norte y Asia, regiones que, durante el Carbonífero, se encontraban situadas en el trópico y contaban con una vegetación exuberante.

En Estados Unidos, los científicos dividen el Carbonífero en dos partes: la etapa misisipiense temprana (entre 359,2 y 318,1 millones de años atrás) y la etapa pensilvaniense tardía (entre 318,1 y 299 millones de años atrás).

Durante el misisipiense, Euramérica, o Laurusia, que incluía a América del Norte, Europa del norte y Groenlandia, estaban separadas del más grande y frío supercontinente de Gondwana, situado al sur. Al este, partes de Asia, incluida China, estaban rodeadas de océanos de aguas templadas. Mientras Gondwana se volvía un lugar cada vez más frío al comenzar otra migración de los polos, los continentes del trópico gozaban de un clima húmedo.

La era del carbón

El carbón de este período se produjo a partir de árboles con corteza que crecían en enormes bosques pantanosos. La vegetación incluía licopodios, helechos y equisetos gigantes así como imponentes árboles de hojas liguladas. A través de millones de años, los depósitos orgánicos de los restos vegetales han generado la mayor concentración de carbón del mundo, un carbón que los humanos todavía estamos quemando hoy.

El crecimiento de estos bosques eliminó grandes cantidades de dióxido de carbono de la atmósfera, produciendo un excedente de oxígeno. Los niveles de oxígeno atmosférico subieron hasta un 35 por ciento, mientras que en la actualidad disponemos de un 21 por ciento. Esta abundancia de oxígeno propició un incremento exponencial del tamaño de las plantas vasculares. También explicaría la aparición de gigantescas y repugnantes criaturas reptantes, pues el tamaño que alcanzaron los insectos y otros seres similares se considera limitado por la cantidad de aire que eran capaces de respirar.

Centípedos mortalmente venenosos de dos metros de longitud se arrastraban en compañía de cucarachas colosales y escorpiones de hasta un metro de largo. Las más impresionantes de todas eran las libélulas del tamaño de una gaviota. Un fósil minuciosamente detallado de una libélula que murió hace 320 millones de años muestra que el tamaño de su envergadura era de 0,75 metros.

Todavía sigue siendo un misterio determinar cómo pudieron empezar a volar los insectos. Una teoría sugiere que sus alas se habrían desarrollado de estructuras utilizadas para regular la temperatura (por ejemplo, captando los rayos del sol para calentarse) o quizá fueron la evolución de señales de brillantes colores empleadas para atraer a sus congéneres y protegerse de sus rivales. Otra idea apunta a que las alas de los insectos se desarrollaron a partir de apéndices utilizados para deslizarse de un árbol a otro por los bosques del Carbonífero.

Evolución de los anfibios

En este período también crecían anfibios en tamaño y diversidad. Eran especies depredadoras parecidas a los cocodrilos de la actualidad. Armados con peligrosas dentaduras, podían medir cerca de seis metros de longitud. Algunos anfibios desarrollaron una piel más dura y escamosa que les permitía aguantar más tiempo fuera del agua sin resecarse demasiado. También redujeron su dependencia de hábitats pantanosos mediante una adaptación crucial en la historia de la evolución conocida como el huevo amniótico. Este huevo protegía al embrión dentro de una membrana que retenía los fluidos al tiempo que permitía la entrada de aire. A su debido tiempo, los primeros reptiles hicieron su aparición. Identificados de restos encontrados en el interior de tocones de árboles del Carbonífero fosilizados, se trataba de animales pequeños y ágiles parecidos a lagartos.

A finales del período pensilvaniense, África colisionó con el este de Norte América dando origen a la formación de los montes Apalaches. Grandes extensiones de carbón se extendieron por las tierras bajas situadas al oeste de las jóvenes montañas.

Al final del período Carbonífero, los continentes de la Tierra se movían para formar un único supercontinente denominado Pangea.

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