Queridas Vega: la misión soviética olvidada que sobrevoló Venus

Hace 34 años, en junio, unos globos surcaron los cielos de Venus, las únicas sondas que han sobrevolado otro mundo.

Por Adam Mann
Publicado 26 jun 2019, 17:32 CEST
Estos modelos de ingeniería de los cuerpos y los aparatos de aterrizaje de los aterrizadores Vega se encuentran en el Centro Steven F. Udvar-Hazy, en Virginia, parte del Museo Nacional del Aire y el Espacio del Smithsonian.
Fotografía de Smithsonian's National Air and Space Museum

Cincuenta años después de que Neil Armstrong se convirtiera en el primer ser humano en pisar la Luna, National Geographic conmemora este hito histórico con una espectacular programación dedicada a la exploración espacial y al programa Apolo, que se podrá disfrutar cada domingo de julio, con maratones durante todo el día y estrenos a las 16:00 y a las 21:30 horas.

Queridas Vega 1 y 2:

Siento haber vuelto a olvidaros. Anoche, tras haber pasado mucho tiempo sin pensar en vosotras, me desperté de un sueño en el que imaginé vuestros globos majestuosos flotando sobre las nubes amarillas de Venus mientras contemplabais la superficie abrasadora bajo vosotras. Sois las únicas misiones robóticas que han flotado en el aire de otro planeta, pero pocos terrícolas han oído hablar de vosotras. Y los que sí os conocemos, como yo, solemos olvidar vuestros logros. A veces, creo que es gracioso qué recordamos y qué olvidamos.

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Fuisteis lanzadas en diciembre de 1984, unos meses después de que yo naciera. Vuestra misión doble era una empresa conjunta entre la Unión Soviética y ocho países europeos, entre ellos las entonces Alemania del Este y del Oeste. Erais gemelas, como la mayoría de las sondas interplanetarias por aquel entonces: una medida de redundancia para garantizar que al menos una de vosotras completase su misión. Las dos partes de vuestro nombre —Ve-Ga— son una contracción de las vuestros objetivos en ruso, Venera Gallei, Venus y el cometa Halley.

Hace 34 años, tuvisteis una llegada accidentada a nuestro extraño mundo hermano, Venus, en la que soportasteis el equivalente a más de 200 veces la gravedad de nuestro planeta durante la desaceleración en la atmósfera. Una serie de paracaídas ralentizaron la caída y los experimentos que llevabais a bordo documentaron la presencia de varios gases en tres capas de nubes distintas. Mientras vuestros módulos de descenso se desplomaban hacia la superficie, se dividieron en dos partes: el aterrizador y los globos aerostáticos. El aterrizador siguió descendiendo hacia la superficie infernal, mientras vuestros globos se inflaron y se alejaron flotando.

Quiero saber cómo sonaba el helio comprimido de vuestras bombonas a medida que entraba en los globos. ¿Un silbido familiar? ¿O quizá algo más sobrenatural, un estruendo que sacudió el denso aire de Venus? En cualquier caso, la sincronización debía ser perfecta. Si los globos se llenaban demasiado rápido, estallarían con la baja presión de las altitudes más altas de Venus. De hacerlo demasiado lento, el instrumental se hundiría y se derretiría en las temperaturas ardientes cerca de la superficie.

Por suerte, tus globos aerostáticos no corrieron ninguno de estos destinos y, durante la noche de Venus, sobrevolaron un gigantesco continente ecuatorial llamado Aphrodite Terra. Pero la superficie no es un lugar adecuado para ninguna diosa del amor, sino un infierno asfixiante. Sin embargo, desde vuestros globos, a una altura de 48 kilómetros sobre la superficie, el planeta parece un lugar aparentemente clemente, con temperaturas y presiones similares a las de la superficie terrestre. De no ser por las nubes de ácido sulfúrico y los vientos de fuerza huracanada, esta franja del cielo podría considerarse verdaderamente celestial.

Vuestros globos aprovecharon los vientos de 240 kilómetros por hora para recorrer un tercio de Venus en el transcurso de casi dos días terrestres. Mientras viajaban, sus pequeñas cabinas tomaban medidas de altimetría que demostraban que los globos estaban experimentando turbulencias, dando bandazos kilómetro arriba, kilómetro abajo en cuestión de minutos. En un momento dado, el globo de Vega 2 podría haber atravesado lluvia de ácido sulfúrico y registrado la primera precipitación en otro mundo. Aunque viajaban por la noche, vuestro instrumental captó fogonazos entre las nubes, probablemente por la incandescencia de la superficie caliente de Venus. Incluso es posible que vierais rayos.

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    The landers built for Vega 1 and 2, seen here, borrowed from the design of the Venera landers, the Soviet probes that sent back the first—and only—pictures from the surface of Venus.
    Fotografía de NASA
    The landers built for Vega 1 and 2, seen here, borrowed from the design of the Venera landers, the Soviet probes that sent back the first—and only—pictures from the surface of Venus.
    Fotografía de NASA

    Vuestros globos alcanzaron la cara soleada de Venus poco después de quedarse sin batería. Nadie sabe cuánto tiempo consiguieron sobrevivir. Algunos científicos especulan que vuestras esferas hinchables se sobrecalentaron y explotaron a la luz del día, pero me gusta imaginarme que vivieron el tiempo suficiente como para contemplar cómo salía el sol entre las nubes de color ámbar.

    Mientras tanto, vuestros aterrizadores alcanzaron la agobiante superficie de Venus. Ambos se habían diseñado a partir de las sondas Venera, que enviaron las únicas fotografías que tenemos de las llanuras volcánicas del planeta. Como llegasteis de noche, vuestras aportaciones no fueron fotográficas, sino geológicas. En lugar de cámaras, los aterrizadores llevaban taladros diseñados para operar solo cuando sus partes se expandieran térmicamente en el entorno de 499 grados Celsius. Por desgracia, Vega 1, el taladro de tu aterrizador se rompió debido a una misteriosa perturbación eléctrica en la denominada capa de choque de la atmósfera baja de Venus. Pero el tuyo, Vega 2, fue capaz de perforar la superficie y tomar una muestra que reveló la composición ígnea del suelo.

    Por si no fuera suficiente, ambas volasteis durante nueve meses más para encontraros con el cometa Halley, cuya aparición más reciente en nuestro sistema solar interior fue en 1986. Os sumasteis a un ejército de sondas de Japón y Europa que también se habían topado con el célebre cometa y cooperasteis con vuestros parientes robóticos para mejorar vuestros estudios individuales. Con vuestras cámaras de televisión, enviasteis 1500 imágenes que desvelaron el núcleo con forma de patata de vuestro objetivo y observasteis los chorros resplandecientes que salían de él.

    También volasteis dos veces por la cola de Halley, empleando escudos de aluminio para protegeros de los cristales de hielo. Estudiasteis la composición química y los gases del cometa y documentasteis las turbulencias en su extraño campo magnético. Ahora, flotáis por el vacío en una órbita heliocéntrica, donde permaneceréis hasta que os olviden.

    Pese a estos logros —y pese a lo que habéis soportado—, no se os recuerda como se debería entre las campeonas de la era espacial, Vega 1 y 2. Ese honor suele concederse a los primeros, más grandes o más potentes emisarios robóticos. Quizá vuestros estudios no sean los más asombrosos, ni vuestros encargos los más destacables. Pero sois las últimas sondas que visitaron el paisaje de Venus y lo hicisteis desde un lugar que ninguna otra sonda había visitado antes y al que ninguna ha regresado desde entonces.

    No resulta fácil amar un lugar como Venus. Las represivas condiciones del planeta hacen que la supervivencia en la superficie sea pasajera. Durante la Guerra Fría, el sistema solar estaba dividido entre las dos principales potencias espaciales. Los estadounidenses vivieron la mayoría de sus éxitos en el gélido Marte, mientras que recayó en manos de los soviéticos explorar el abrasador Venus. Nuestro mundo hermano es, todavía hoy, tristemente ignorado como objetivo de nuevas misiones.

    Es vergonzoso que la fama se limite a unos pocos. Conmemoramos a las Voyager que han llegado a los confines más lejanos, pero no a las Pioneer 10 y 11, las sondas revolucionarias que las precedieron. Celebramos los carismáticos vehículos lunares de las misiones Apolo, pero no la serie de sondas Ranger que posibilitaron sus aventuras. De no ser porque soy un periodista científico y que me asignaron el encargo de escribir sobre vosotras hace unos años, es posible que nunca hubiera escuchado vuestro nombre. Aún paso por largos periodos en los que olvido que exististeis, hasta que aparecéis en mi cabeza. En esos momentos sonrío y pienso: «Ah, sí, en su día volamos globos aerostáticos sobre Venus».

    Por eso quiero deciros —a vosotras y a todas las misiones olvidadas a lo largo de la historia, tanto grandes como pequeñas— que os recuerdo.

    Con amor,

    Adam

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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