Los humanos llevan 20 años seguidos viviendo en el espacio

Desde el año 2000 siempre ha habido humanos viviendo y trabajando en la Estación Espacial Internacional, y esta racha solo acaba de empezar.

Por Michael Greshko
Publicado 29 oct 2020, 16:26 CET
Estación Espacial Internacional

La Estación Espacial Internacional se cierne sobre la Tierra y su fina atmósfera azul en esta fotografía de octubre de 2018 sacada por tres miembros de la tripulación que volvían al planeta. La EEI, un triunfo tecnológico y diplomático, ha albergado a personas que viven y trabajan en la órbita desde el 2 de noviembre de 2020.

Fotografía de Roscosmos, NASA

En Halloween del año 2000, un cohete Soyuz ruso despegó desde el cosmódromo de Baikonur, en Kazajistán, y voló directamente a los libros de historia transportando a un astronauta estadounidense y a dos cosmonautas rusos a la recién nacida Estación Espacial Internacional (EEI).

La tripulación llegó dos días después y, desde entonces, los humanos han ocupado de forma continua la estación espacial, una racha de 20 años en la que han vivido y trabajado en la órbita terrestre baja.

«Hay niños que están en la universidad y durante todas sus vidas hemos vivido fuera del planeta», afirma Kenny Todd, vicedirector del programa de la EEI de la NASA. «Cuando yo era niño, todas estas cosas eran solo sueños».

El laboratorio orbital es uno de los objetos más caros y tecnológicamente complejos que se han construido jamás: un hábitat presurizado de 150 000 millones de dólares de más de 100 metros de largo que orbita a casi 400 kilómetros sobre la superficie terrestre a más de 27 000 kilómetros por hora. A lo largo de décadas, 241 mujeres y hombres de todo el mundo han vivido de forma temporal en la estación espacial, algunos durante un año entero.

En esta imagen de diciembre del 2000, los miembros de la tripulación de la Expedition 1 —los primeros habitantes de la EEI a tiempo completo— se preparan para comer naranjas frescas. En la tripulación figuraban el cosmonauta ruso Yuri Gidzenko (izq.), el astronauta estadounidense William Shepherd (centro) y el cosmonauta ruso Sergei Krikalev (dcha.)

Fotografía de NASA

«Es una locura. Me sorprende que nadie haya resultado gravemente herido», afirma Scott Kelly, astronauta retirado de la NASA, que pasó casi un año en una estancia en la EEI. «Es una prueba de lo seriamente que se toma este trabajo la gente que está en tierra, de su atención a los detalles».

Según David Nixon, que trabajó con la NASA en los diseños de la EEI a mediados de los años ochenta, hasta 100 000 personas han trabajado para diseñar, construir, lanzar y operar la enorme estación. «Cuando comparas la estación con la procesión de grandes estructuras y edificios construidos por la humanidad desde los albores de la civilización, está en la cima junto a las pirámides, la Acrópolis, todas las grandes estructuras y edificios», afirma.

Un triunfo internacional

Al igual que la mayoría de las estructuras perennes de la Tierra, la creación de la ISS llevó décadas. El proyecto, nacido del concepto estadounidense de la «Space Station Freedom» en 1984, se convirtió poco a poco en un pacto entre 15 países: Estados Unidos, Canadá, Japón, Rusia y los once estados miembros de la Agencia Espacial Europea. Las primeras piezas de la EEI empezaron a llegar a la órbita en 1998 y los miembros de la tripulación de la Expedition 1 subieron a bordo de la estación recién nacida el 2 de noviembre del 2000. Ahora, la estación alberga la Expedition 64.

Por el camino, el programa ha afrontado retos difíciles. Los desastres del transbordador espacial de 1986 y 2003 no solo provocaron 14 víctimas mortales y las pérdidas del Challenger y el Columbia, sino que también supusieron una sacudida para el programa y ralentizaron la construcción de la estación. En 2007, una rotura de 76 centímetros en uno de los paneles solares de la estación obligó a la tripulación a improvisar una reparación y llevar a cabo un paseo espacial de alto riesgo, flotando atados a un cable mientras la electricidad circulaba sobre los paneles. Las tripulaciones también han tenido que hacer frente a fugas de aire, bombas de refrigeración averiadas, reparaciones minuciosas de material científico y misiones de reabastecimiento fallidas.

En 2007, los astronautas de la NASA Scott Parazynski y Doug Wheelock realizaron un paseo espacial de siete horas y 19 minutos para reparar una rotura de 76 centímetros en uno de los paneles solares de la EEI. Los astronautas tuvieron que utilizar un conjunto de estabilizadores caseros para reparar los daños.

Fotografía de NASA

Para mantener el funcionamiento de la estación y a sus habitantes con vida, los miembros de la tripulación y los equipos de apoyo internacionales deben establecer una colaboración técnica que Todd compara con «unas mini-Naciones Unidas».

«Nuestros astronautas, nuestros cosmonautas, están en una situación de riesgo al vivir en unas latas diminutas que hemos ensamblado en órbita», afirma. «Es increíble cómo unir estas culturas ha sido toda una experiencia de aprendizaje».

Hasta las rutinas cotidianas presentan retos, en parte debido al entorno único de la EEI. La luz solar y la sombra calientan y enfrían la estación cada vez que completa una órbita alrededor de la Tierra, cada 90 minutos, lo que hace que las estructuras metálicas se doblen y hagan ruido. Algunos astronautas se ponen tapones para los oídos para poder dormir tranquilos.

El cuerpo humano tampoco tolera bien el entorno. Normalmente, los fluidos arrastrados hasta los pies por la gravedad se quedan en la cabeza y provocan incomodidad; de hecho, es posible que contribuyan a los problemas de visión que sufren los astronautas al volver a tierra firme. Los niveles de CO2 de la EEI suelen ser 10 veces más altos que los de la Tierra, lo que puede provocar dolor de cabeza. Y las actividades básicas como ir al baño —algo que los humanos evolucionaron para hacer con gravedad— se convierten en tareas complejas.

«No es como irte de vacaciones», cuenta Kelly, que pasó 499 días a bordo de la EEI en dos expediciones, entre ellas una estancia en el espacio de 340 días con el cosmonauta Mikhail Kornienko en 2015 y 2016. «Hay muchas incomodidades».

A pesar de la incomodidad física, la experiencia de vivir a bordo de la estación espacial cambia a la gente de otras formas. Desde su posición sobre la Tierra, Kelly disfrutó de los azules eléctricos de las Bahamas y la inmensidad del Sáhara, y de la atmósfera inquietantemente fina de la Tierra, que le recordó a una lentilla sobre un gran globo ocular.

«Te da la impresión de que todos somos ciudadanos no de un país en particular, sino del planeta», afirma. «Estamos todos juntos en eso que llamamos humanidad».

Antes de regresar a la Tierra en abril de 2020, la astronauta de la NASA e ingeniera de vuelo de la Expedition 61/62 Jessica Meir tocó el saxofón en la cúpula de la EEI.

Fotografía de NASA

Koichi Wakata, astronauta de la Agencia Japonesa de Exploración Aeroespacial (JAXA) e ingeniero de vuelo de la Expedition 38, entrena en la EEI.

Fotografía de NASA

Ciencia en el espacio

Además de mantener en orden su hogar orbital, los miembros de la tripulación de la EEI han establecido un laboratorio espacial. Preparar la estación para las labores científicas no ha sido fácil, ya que hasta el equipo de laboratorio más básico tiene que probarse y, a menudo, rediseñarse para que funcione en microgravedad. Con todo, hasta la fecha, se han llevado a cabo casi 3000 experimentos en el entorno de microgravedad de la estación. (Como la EEI orbita alrededor de la Tierra, se encuentra básicamente en constante caída libre. Esto crea una sensación constante de ingravidez dentro de la estación, como si la gravedad de la Tierra estuviera reducida más de un 99,999 por ciento.)

La investigación oscila de la secuenciación del ADN en el espacio al estudio de las partículas de alta energía de los fenómenos cósmicos distantes. Pero una de las áreas de investigación más fructíferas de la EEI ha sido el estudio de la propia tripulación.

Para Susan Bailey, bióloga de la Universidad del Estado de Colorado especializada en radiación, la EEI ha aportado datos valiosísimos sobre cómo afecta el espacio a la salud de los astronautas. El mayor avance ha sido el estudio de gemelos de la NASA, que examinó a Scott Kelly y a su hermano gemelo, el astronauta Mark Kelly, mientras Scott pasaba casi un año entero en el espacio.

Bailey examinó las muestras de sangre de ambos hermanos para estudiar sus cromosomas y, sobre todo, sus telómeros, que son secuencias de ADN protectoras ubicadas en los extremos de los cromosomas que actúan como el herrete de los cordones. Estudiar el ADN de los hermanos Kelly ha permitido que Bailey y sus colegas comprendan mejor cómo responde el cuerpo humano a la microgravedad y la radiación espacial. Los resultados preliminares muestran una amplia variedad de cambios genéticos derivados del vuelo espacial, entre ellos algunas señales de acortamiento de telómeros, algo que se asocia al envejecimiento y a las enfermedades cardíacas.

En julio de 2009, el transbordador espacial Endeavour se acopló a la EEI. Entonces, la estación albergó al grupo más grande hasta la fecha: 13 personas compartieron el laboratorio orbital, ocho de las cuales aparecen en la foto a la hora de comer.

Fotografía de NASA

«Si realmente el vuelo espacial acelera el envejecimiento y el riesgo de padecer enfermedades, ¿qué podemos hacer al respecto?», pregunta Bailey. «Si lo averiguamos, quizá nos beneficie al resto de los terrícolas».

El futuro de la estación espacial

Con más de 120 000 órbitas y 5300 millones de kilómetros recorridos sobre la superficie terrestre, la EEI sigue adelante y es una empresa más global que nunca. Astronautas y cosmonautas de 19 países han visitado la estación. Mientras la NASA intenta incrementar el uso comercial de la estación, y posiblemente llevar a turistas a que la visiten, más personas de más procedencias volarán al espacio, desde investigadores comerciales hasta estrellas de cine.

«A medida que la estación se vuelve más rutinaria, habrá gente que suba que seguramente no tendrá lo que hace falta, que no será expiloto de pruebas ni piloto militar, pero que tendrá formación en ciencia o ingeniería», afirma Nixon. «Así es como debe ser».

Pero Nixon también señala que, a medida que se amplía el acceso a la órbita terrestre baja, la EEI y sus sucesoras deberían hacerse más habitables y fáciles de operar. Su estación ideal en el futuro sería menos ruidosa, ofrecería más comodidades a las tripulaciones y constaría de instalaciones más espaciosas, como una ducha adecuada.

«Sería maravilloso que alguien entregara un módulo a la estación que estuviera revestido de tapices y cojines, y donde simplemente pudieras rebotar», dice Nixon. «Para sacarte de encima el estrés del día, ¿no? ¿Por qué no?».

Con todo, no está claro si la propia EEI vivirá para ver la exploración espacial convertida en una especie de castillo hinchable. Actualmente, se prevé que la estación siga en funcionamiento hasta 2024 y gran parte del hardware está certificado para funcionar de forma segura hasta al menos 2028 o más para sus componentes más recientes.

El astronauta de la NASA Scott Kelly sacó esta fotografía de Japón de noche el 25 de julio de 2015, pocos días después del comienzo de la Expedition 44 (y habiendo pasado ya cuatro meses de su año en el espacio).

Fotografía de Scott Kelly, NASA

Pero a medida que la NASA trata de liderar una coalición internacional creciente a la Luna —con solo algunos de los países socios de la EEI, por ahora—, el futuro del laboratorio orbital de la Tierra es incierto. ¿Se desmontará la EEI y se aprovechará para construir una futura estación espacial? ¿Se entregará a empresas privadas a medida que los países se adentran cada vez más en el espacio? ¿Arderá la estructura en una última caída gloriosa, estrellándose en el Pacífico como la estación espacial rusa Mir?

Sea cual sea el destino final de la EEI, Kelly cree que su legado —y su espíritu de exploración— deben persistir.

«Deberíamos dedicarnos a nunca volver a tener a todos los humanos en la Tierra», afirma. «Llevamos una racha de 20 años y no me gustaría que la rompieran».

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.
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