29 de mayo de 2015
El canibalismo no es una práctica bien vista precisamente; sin embargo, en el mundo animal es más común de lo que parece. Aquí tenemos cinco ejemplos.
Tiburón toro
Cuanto antes empieces a practicar, mejor. Eso precisamente es lo que debe pensar el tiburón toro.
Al parecer, el embarazo de este animal, que dura un año, comienza con seis o siete embriones en sus dos úteros, pero solo uno de cada uno de ellos llega al final de la gestación: antes de nacer, el embrión más fuerte devora a sus hermanos.
Esta dieta rica en proteínas funciona: de casi un metro de largo nada más nacer, no parece probable que el joven tiburón vaya a ser presa de otros animales.
Perrillos de las praderas
El caso de esta monada de animales sí que nos deja de piedra. Bien es cierto que no todos son los asesinos sanguinarios que vamos a describir, pero sabemos que algunos lo son gracias a la investigación de John Hoogland, ecólogo de la Universidad de Maryland (Estados Unidos).
Su equipo descubrió que las hembras iban a las madrigueras de otras hembras y cuando salían tenían sangre en la cara; además, sus dueñas dejaban de mostrar comportamiento maternal.
«Finalmente, descubrimos a las crías decapitadas», afirma Hoogland.
En su opinión, algunas hembras siguen esta práctica de acabar con las crías de otras para que las suyas tengan más posibilidades de sobrevivir.
Sapo de caña
A los renacuajos de los sapos de caña, nativos de América del Sur, les gusta cenar huevos de su propia especie.
Pero no lo hacen solo los renacuajos: los más creciditos también tienen preferencia por presas de su especie. En un estudio de 2008 durante el que se diseccionaron 28 sapos, se descubrió que el 64 % de sus 149 presas eran otros sapos de caña.
Serpientes
Por supuesto, las serpientes no iban a ser menos.
Un estudio de 2009 de la serpiente de cascabel (Crotalus polystictus) reveló que 68 % de las hembras se come a sus crías muertas para recuperar nutrientes y poder reproducirse de nuevo.
Araña de lomo rojo
Algunos insectos practican el canibalismo sexual, comiéndose la hembra al macho tras el apareamiento.
En el caso de la araña de lomo rojo, el macho llega incluso a sacrificarse y busca la muerte dando unas lentas volteretas para quedarse en una postura en la que a la hembra le resulta fácil comérselo.
Maydianne Andrade, de la Universidad de Toronto, presentó en 2003 un estudio en el que afirma que los machos que mueren a manos de su pareja durante el apareamiento engendran proporcionalmente más descendencia que aquellos a los que la araña decide no comerse.