29 de julio de 2013
La pregunta es sencilla, cuando programas el GPS del coche para que te lleve a una dirección que desconoces, ¿qué información introduces en el navegador? ¿Le metes la calle concreta y el número al que te diriges, o le indicas varias opciones de direcciones por las que no debería ir?
Tanto con la primera opción, introducir la dirección correcta, como la segunda, en la que descartas las alternativas que te conducen a un lugar equivocado, buscas llegar al sitio deseado. Pero la primera es fácil y eficaz, y por ello es la que siempre utilizamos, y la segunda solo te complica la vida.
Pues esta metáfora del GPS también te la puedes aplicar a tu forma de procesar la información, a los pensamientos que eliges para alcanzar tus metas, a cómo interpretas lo que ocurre a tu alrededor y que condiciona tus emociones y tus actuaciones.
Tu cerebro es un GPS y el que lo programa eres tú. Si le metes la dirección equivocada, si centras la atención en los fallos, en lo que no tienes que hacer, al final aumentas la probabilidad de fallar, de desconcertarte y obtienes información contradictoria, en lugar de darte instrucciones sencillas, claras, positivas y útiles.
Fíjate en el ejemplo que te describo a continuación.
Nuestro cerebro está programado para buscar amenazas y para detectar el peligro. Es una función biológica que nos protege y nos permite reaccionar con bravura ante situaciones que podrían acabar con nuestra vida. Pero ahora hemos convertido en amenaza todo lo que nos rodea, por lo tanto estamos todo el día en tensión, anticipando cosas negativas, viendo fantasmas donde no los hay.
Hay pacientes que convierten un catarro de sus hijos en una pulmonía, un dolor de pecho en un infarto (que pueden ser hasta gases), un mal día de trabajo en un despido, un "no me cogen el teléfono" en un "ya he hecho algo y se ha molestado conmigo"... La vida es más fácil.
La próxima vez que tengas un reto por delante, una situación en la que te gustaría estar relajado o un miedo al que te tengas que enfrentar, deja sencillamente de pensar en lo que sientes o en lo que puede salir mal. Verbaliza en alto lo que quieres que pase. Mientras llenas tu depósito de pensamientos útiles, mientras eliges lo que tiene que pasar por tu mente, impides que entren esas ideas negras, tristes, marchitas, aterradoras que te bloquean y te impiden avanzar. Esos pensamientos los eliges tú. Sólo tienes que tomar conciencia de qué deseas que ocurra y verbalizarlo. Nada más. Y repetir este ejercicio hasta que se automatice.
Para facilitarte la tarea, puedes empezar por preparar lo que deseas pensar por escrito. Ante una situación, describe la historia que te gustaría vivir, pero siempre en términos de lo que hay que hacer y no en términos de aquello en lo que puedes fallar. El cerebro obedece mejor cuando le damos órdenes claras y sencillas, que cuando le damos frases con dobles negaciones y contradictorias.
Y olvídate de la FALSA NEGATIVIDAD, que es esa que procesan algunas personas pensando que si anticipan lo peor, les llegará algo bueno. Dicen que si fantasean con el éxito, el batacazo será mayor. Pero la ciencia ha demostrado que las personas que se preparan para fracasar pueden caer en la profecía autocumplida. Su cerebro se convierte en ese radar que está pendiente de los estímulos que confirman su teoría, esa que dice que todo puede salir mal.
Las personas que se preparan para tener éxito, se esfuerzan más, porque confían en que al final tendrán un premio. Y cuando se equivocan o no consiguen aquello para lo que se esforzaron, les duele, pero con la misma intensidad que los que anticipaban el fracaso. Así que ser pesimista ni siquiera te protege del malestar y el dolor cuando no alcanzas lo que deseas.