Los furtivos tienen un nuevo objetivo: la piel de los elefantes asiáticos
Una zona sin ley en el noreste de Birmania ha acaparado el mercado de un producto horrible: las joyas de pieles de elefante.
El olor era horrible y la escena, aún peor. Veinticinco elefantes yacían sin vida en el lecho de un río en el delta de Irrawaddy en el suroeste de Birmania. «El hedor es lo que condujo a los aldeanos, en un principio, hasta los cadáveres», ha declarado Aung Myo Chit, coordinador de la Smithsonian Institution en Birmania, que también dirige la ONG local Growth for Prosperity, que ayuda a la población rural a evitar conflictos con los elefantes.
Fue la confianza que se habían ganado los trabajadores sociales de Aung Myo Chit lo que llevó a los aldeanos de Nga Pu Taw a notificar la muerte de los elefantes. Los lugareños no suelen informar de la caza furtiva a las autoridades, por el temor de que les acusen a ellos.
Cuando Klaus Reisinger, director y colega de Aung Myo Chit, llegó a la localidad a principios de mayo, los gigantescos cadáveres estaban ya en avanzado estado de descomposición. «Tenían los vientres hinchados», recuerda Reisinger, estremeciéndose.
Se suele usar a elefantes cautivos para arrastrar los cadáveres de los elefantes asesinados por su marfil en los lechos fluviales donde se encuentran habitualmente. Pero esta vez no fue posible. Los cuerpos habían sido despellejados y, si alguien los movía, se desgarrarían. El personal del Departamento Forestal de Birmania que acudió a investigar quemó los cadáveres para evitar que contaminasen el suministro de agua río abajo.
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Tales espectáculos resultan familiares en la sabana africana, donde los elefantes son más numerosos y los furtivos han codiciado su marfil durante décadas. La situación no es habitual en los bosques de Birmania, donde los últimos 1.200 o 1.400 elefantes salvajes del país, en peligro de extinción, son evasivos y donde solo los machos (aunque no todos) tienen colmillos.
Pero esta y otras matanzas de menor magnitud en el delta de Irrawaddy no se han visto motivadas por el marfil. Los furtivos han matado a machos, hembras sin colmillos y crías en busca de un bien distinto: sus pieles.
El uso de la piel de elefante y de otras partes del cuerpo no es algo nuevo en el sureste asiático. En Birmania y en otros lugares —especialmente en zonas tribales— la piel se seca, se muele, se mezcla con aceites y se aplica para tratar el eccema y otras enfermedades de la piel.
«Pero hay mucho que desconocemos», afirma Martin Tyson, biólogo de la Wildlife Conservation Society que está ayudando al gobierno de Birmania a elaborar un plan para la conservación de los elefantes. «Recientemente, unos biólogos chinos dijeron que se emplea para las molestias estomacales».
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Según Aung Myo Chit, algo parecía haber sorprendido a los furtivos que mataron a los 25 elefantes a principios de año. «Dejaron las pieles que habían puesto a secar sobre fogatas. Colgaron las pieles como si fuera ropa. Se confiscaron algunas bolsas con pieles sin tratar que todavía estaban enrolladas en trozos de madera, así como colmillos de elefantes cortados».
«Enrollados como papel higiénico», añade Reisinger. «Me han dicho que pueden despellejar a un elefante en cuatro o cinco minutos». Debido a las duras sanciones por tenencia de armas, los rifles que emplean los furtivos en África no suelen encontrarse en Birmania. En su lugar, los furtivos suelen usar dardos, metal y lanzas de bambú sumergidas en pesticidas de fácil acceso; los elefantes mueren lenta y dolorosamente.
Los cazadores furtivos profesionales «entran en una zona y encuentran guías locales», afirma Tyson. «Los guías suelen ser detenidos, pero los furtivos se van de rositas. Pero la cantidad de dinero que pueden ganar los guías es probablemente el equivalente a lo que podrían ganar en varios meses con otro tipo de actividad».
Para Nilanga Jayasinghe, asesor de programas de especies asiáticas con World Wildlife Fund, la carnicería que se produjo en el delta es «una voz de alarma» que indica una tendencia creciente de la caza furtiva de pieles en Birmania y quizá también en los países vecinos. Se han encontrado al menos otros seis elefantes despellejados en las regiones de Irrawaddy, Bago Yama y Rangún, lo que hace un total de 31 muertes en los ocho primeros meses de 2017. El año pasado se notificó del asesinato de 16 elefantes en todo el país.
El número de víctimas real podría ser mucho más alto. En los densos bosques asiáticos, según Reisinger, «cuando se informa de un elefante muerto, significa que hay tres o más. Es una magnitud sin precedentes, nunca he visto nada igual. Grabamos a una manada de 50 elefantes en la región de Irrawaddy. Ahora han desaparecido».
En los últimos tres años, los investigadores del Smithsonian Conservation Biology Institute, en Virginia, han colocado dispositivos de rastreo por radio a 19 elefantes de la región para reunir información sobre su área biogeográfica, algo que podría contribuir a los esfuerzos para protegerles. Estos dispositivos transmiten información con tres días de retraso para no revelar la ubicación actual de los elefantes. De los 19 elefantes, se ha confirmado que cinco de ellos han muerto a manos de los furtivos, y se cree que otros dos también están muertos. Solo cuatro dispositivos siguen en funcionamiento.
Si se expande el comercio de piel de elefante, «será devastador», advierte Jayasinghe, un sentimiento que comparte casi cualquier persona que investiga el problema.
Esto se debe a que la caza furtiva en busca de pieles, a diferencia de la de marfil, es indiscriminada. El hecho de que solo los machos tengan colmillos había dado a los elefantes asiáticos una forma de protección. Los elefantes son polígamos, por ello las poblaciones podían sobrevivir con menos machos siempre y cuando quedasen las hembras. Pero ahora ellas también mueren víctima de los furtivos. «Si eliminas a las hembras adultas y a las crías, es la forma más certera de empujar una especie a la extinción muy rápidamente», explica Peter Leimgruber, biólogo del Smithsonian.
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Un punto caliente de pieles de elefante
En los mercados de Rangún y en otras ciudades de Birmania se han vendido durante mucho tiempo pedazos de piel de elefante. Sin embargo, en los últimos años, el comercio ha experimentado un aumento espectacular en las zonas fronterizas, incluido el legendario Triángulo de Oro, que suministra al vasto mercado chino.
Mong La, una anárquica ciudad fronteriza en una zona económica especial al norte del Triángulo de Oro a caballo entre la carretera que une Kunming, en China –principal centro de comercio de marfil– y Bangkok, en Tailandia, es un punto caliente para todo tipo de productos de contrabando y servicios sospechosos, desde las drogas al marfil, pasando por prostíbulos y casinos abiertos las 24 horas. La anarquía es rampante y el gobierno nacional ha cedido el control en gran medida a los intereses chinos.
«Se habla mucho chino en Mong La», según informa la red de seguimiento de vida silvestre TRAFFIC. «Todas las señales están en caracteres chinos, la red de móvil y los proveedores de electricidad son chinos, y se usa el renminbi chino, no el kyat birmano, como divisa cotidiana».
La oferta de piel de elefante ha aumentado en Mong La. En 2006, los investigadores de TRAFFIC descubrieron cuatro trozos de piel de elefante en los puestos y tiendas de Mong La. En 2009 descubrieron 228 pedazos a la venta. A finales del año 2013-14, habían contado 1.238.
Este crecimiento se suele atribuir al tamaño y a la riqueza de la clase media china, entusiasta del consumo ostentoso y las medicinas tradicionales. Investigaciones recientes también han descubierto un impulso en el lado de la oferta: la inventiva empresarial de los comerciantes de Mong La y su determinación para abrir nuevos mercados.
En Valparai, la India, muchas personas trabajan en plantaciones de té y café que se encuentran entre áreas protegidas que sirven como pasos para elefantes. Desde 1994, más de 40 personas han muerto por ataques de elefantes en la zona. Ahora la gente recibe mensajes de texto cuando hay elefantes en la zona para poder irse o tomar medidas de protección.
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Monica Wrobel, directora de la ONG con sede en Londres Elephant Family, que ha investigado el tráfico de pieles en Birmania, dice que usan una técnica de ventas clásica para hacer que los consumidores prueben la piel de aspecto extraño: «El vendedor pregunta al comprador qué le duele, el comprador responde y el vendedor le confirma que este producto le ayudará».
El año pasado, los investigadores de Elephant Family descubrieron un nuevo producto orientado a la moda y no a la medicina: las pulseras y otras joyas elaboradas con cuentas de piel de elefante.
Para fabricar estas baratijas, los traficantes cortan pequeños pedazos de piel seca y los colocan en máquinas para elaborar abalorios. Cuando se pulen se vuelven translúcidos, como el ámbar pero de un tono más rojizo, gracias a los patrones en filigrana de sus vasos sanguíneos. Cuanto más rojos son los abalorios, más deseables son.
Los promotores aún tienen que resolver algunos problemillas. Uno «dijo haber inventado los abalorios de piel pero tenía problemas para perfeccionarlas para que no "sudaran" y se derritieran con el contacto con la piel humana», escribió Wrobel en un email. Sin embargo, añadió que «algunas personas decían que vendían toda la piel que tenían y que querían tener más».
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El dinero que se gana en este mercado es considerable. El año pasado, la piel de elefante sin tratar costaba unos 50 euros el kilo en Mong La, y hasta 12 veces más en China. Incluso los collares de cuentas de mala calidad valían más de 85 euros.
Justin Gosling, inspector de delitos contra la vida silvestre contratado por Elephant Family para estudiar el mercado, calcula que «puedes ganar tanto despellejando a un elefante como vendiendo un bebé elefante» a un espectáculo turístico: más de 25.000 euros.
Hace una o dos décadas, Birmania habría sido el último lugar del mundo en el que uno esperaría ver a los elefantes en peligro. Aun cuando el rápido crecimiento y la expansión de la agricultura a lo largo del sureste asiático ha oprimido a las manadas, este país aislado era todavía una especie de refugio para los 40.000 elefantes asiáticos que quedaban. A finales de los noventa, unos 5.000 elefantes salvajes vagaban todavía por los bosques de Birmania —frente a los 10.000 o más que había cuando George Orwell escribió su famoso relato sobre cómo disparó a uno de ellos— y otros tantos se empleaban en la empresa estatal de tala, Myanmar Timber Enterprises.
Pero cuando la junta militar del país abrió la economía del país, flexibilizó su gobierno represivo y finalmente cedió autoridad simbólica a un gobierno electo, haciendo que muchos países retirasen las sanciones. La actividad económica se ha disparado, así como la inversión extranjera, especialmente la china. Los asentamientos y las granjas están invadiendo los bosques de Birmania, que siguen siendo los más extensos en la región.
«La gente se ha mudado de las ciudades y de otras áreas sin elefantes hacia lo que pensaban que eran zonas deshabitadas», explica Reisinger. No conocen los trucos que utilizan los residentes más antiguos para evitar a sus vecinos de cinco toneladas, por eso surgen conflictos, con frecuencia mortales para las personas, aunque más frecuentemente lo son para los elefantes.
Al mismo tiempo, los operadores poderosos y con conexiones políticas convierten las parcelas forestales en granjas comerciales y plantaciones de aceite de palma. Normalmente les gusta que desaparezcan los elefantes, ya que se comen sus cultivos. Según Reisinger y Aung Myo Chit, los agricultores comerciales han bloqueado el acceso a los lugares de caza furtiva al sureste de la región de Bago Yoma y al sur de la región de Irrawaddy. «Los aldeanos tienen miedo de notificar cualquier cosa en relación a esta zona», dice Reisinger.
A prueba de elefantes
Este año, Compass Films, la productora de Reisinger con sede en París, en colaboración con la ONG de Aung Myo Chit Grow Back for Prosperity, han dejado de hacer documentales para un público internacional (que, según Reisinger «nunca han surtido efecto sobre el terreno») para elaborar spots de un minuto para la televisión local sobre «medidas de seguridad contra elefantes».
Las técnicas son simples y baratas, explica Reisinger. «Hay una que conocerán los estadounidenses: no dejes tu comida al alcance de los animales. Los elefantes se sienten atraídos por los olores fuertes. Les encanta la pasta de pescado». Recuerda que «no puedes correr más rápido que un elefante», al menos en terreno llano, pero son más lentos si corren cuesta arriba. «Un monje empezó a usar su altavoz de oración para anunciar la presencia de elefantes en la zona».
Ahora, los socios han decidido desenmascarar las amenazas a los elefantes de Birmania y echar mano del apoyo local para protegerlos. Cincuenta celebridades nacionales, desde actores y actrices a poetas y legisladores, han prestado sus voces a la campaña, que aparecerá en televisión desde este mes a abril de 2018. Reisigner dice que cuando estas personalidades vieron fotos de la masacre de Irrawaddy, «se quedaron conmocionados».
Esta carnicería y la posibilidad de perder a los elefantes de Birmania ha provocado una amplia respuesta. Un consorcio de ONG que incluye al WWF, la Wildlife Conservation Society, Grow Back for Posterity, la Biodiversity and Nature Conservation Association, Fauna & Flora International Myanmar y Friends of Wildlife se ha unido para fomentar la protección de los elefantes en Birmania. La campaña Voices for Momos («elefantes», más o menos) tuvo un gran impacto a principios de noviembre, cuando los artistas locales instalaron tres elefantes gigantes de colores —uno de 6,4 metros de alto, quizá la escultura de papel maché más grande del mundo— en el centro de Rangún. Los equipos de trabajadores sociales están esparciéndose para animar a los aldeanos a estar atentos a la caza, y denunciarla.
Mientras tanto, el WWF ha hecho un llamamiento para financiar y equipar a los guardas anti caza furtiva. En julio, se formó a 44 guardas como parte del proyecto, que formarán parte de dos de los tres equipos previstos. Jayasinghe dice que ya han detenido a 13 presuntos cazadores furtivos.
Pese a la corrupción endémica y el amiguismo, la explotación ilegal de la riqueza natural de Birmania y la infame persecución y expulsión de su minoría rohinyá, los representantes de ONG se han encontrado con un gran apoyo a sus esfuerzos por salvar a sus elefantes.
«El gobierno ha mostrado mucho interés en la conservación», afirma Tyson, de la Wildlife Conservation Society. El organismo oficial New Light of Myanmar se ha hecho eco de estos sentimientos; el 15 de noviembre informó de que el gobierno clausuraría al menos 20 mercados fronterizos de productos de vida silvestre para 2020. El Plan de acción oficial para la conservación de elefantes de Birmania que Tyson está ayudando a elaborar se publicará en enero de 2018 y espera que para finales del año próximo se tenga más información sobre las rutas de comercio de piel y de otras partes de elefantes.
Pero incluso si los esfuerzos en Birmania cortan de raíz el tráfico de pieles, todavía podría existir una amenaza para los elefantes en otras partes del sureste asiático. «Si esto está pasando en Birmania, probablemente esté pasando en otras partes», afirma Jayasinghe. Se han filtrado informes sin confirmar sobre elefantes despellejados en Tailandia, Laos Camboya y Malasia peninsular, así como en la región del sureste de Birmania, Tanintharyi. En septiembre se confirmó un despellejamiento parcial en Sabah, Malasia.
«Podría extenderse muy rápidamente», advirtió Jayasinghe. Pero por ahora, el antiguo refugio de Birmania es una zona de desastre para los elefantes asediados de Asia.