En la cultura azteca, este perro mexicano guiaba a las almas al inframundo
El perro de la raza xoloitzcuintle, cuya historia se remonta a más de 3.500 años atrás, desempeñaba un papel importante en la vida precolombina.
Para los antiguos mayas y aztecas, el mejor amigo del hombre también era un curandero sin pelo, de apariencia no muy atractiva, así como una fuente ocasional de alimento y, lo que es más importante, un guía en el inframundo.
El nombre del xoloitzcuintli, que en ocasiones también se denomina perro pelón mexicano, viene de dos palabras en la antigua lengua de los aztecas: Xólotl, dios del ocaso y de la muerte, y itzcuintli, o perro. Según la creencia azteca, el perro de Xólotl había sido creado por el dios para proteger a los vivos y guiar las almas de los muertos a través del peligroso Mictlán, el inframundo.
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Los investigadores creen que los ancestros del xoloitzcuintle (o xolo, para abreviar), una de las razas de perro más antiguas de las Américas, acompañaron a los primeros emigrantes de Asia y evolucionaron hasta convertirse en la raza que vemos hoy hace al menos 3.500 años. La falta de pelo del xolo (a excepción de uno o dos mechones en la cabeza o en la cola) es el resultado de una mutación genética que también es responsable de la falta de premolares del perro. Este rasgo dental distintivo hace que sea relativamente fácil identificar los restos de xolos en contextos arqueológicos.
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Los xolos suelen aparecer en el arte mesoamericano antiguo con orejas puntiagudas y piel arrugada para indicar su falta de pelo. Las representaciones más frecuentes adoptan la forma de pequeños recipientes de cerámica, conocidos como perros de Colima, por el estado actual del oeste de México donde se suelen encontrar. Los arqueólogos estiman que más del 75 por ciento de los entierros del Periodo Preclásico (ca. 300 a.C. al 300 d.C) en Colima y en los estados vecinos de Nayarit y Jalisco contienen estos recipientes, que podrían haber servido como perros guías simbólicos que ayudaban al alma del fallecido en su viaje por el inframundo.
Estos cánidos sin pelo también llamaron la atención de cronistas europeos como Cristóbal Colón y el misionero español del siglo XVI Bernardino de Sahagún, que describió cómo los aztecas tapaban a los xolos con mantas durante la noche para que no pasaran frío. Los cuerpos sin pelo de los perros también servían como excelentes conductores de calor, convirtiéndolos en la versión antigua de la bolsa de agua caliente para enfermos y ancianos. «Saben si estás enfermo», señala Kay Lawson, criadora de xolos de 20 años y expresidenta del Xoloitzcuintli Club of America. «Pueden señalar directamente el foco del dolor».
Junto con los pavos, los xolos fueron unos de los pocos animales domésticos que comían los antiguos mesoamericanos. Los conquistadores desarrollaron tal apetito por la fuente de proteína canina cuando llegaron al Nuevo Mundo que devoraron a los xolos y prácticamente los situaron al borde de la extinción, según el arqueólogo Marc Thompson, director del Tijeras Pueblo Museum.
Para cuando se reconoció oficialmente al xolo en México en 1956, la raza estaba casi extinta. Sin embargo, en la actualidad, estos antiguos perros se están recuperando, especialmente entre las personas alérgicas a sus homólogos con pelo. Pero Lawson advierte que no son para todo el mundo.
«[Con los xolos] tienes que permanecer atento todo el tiempo», afirma. «Abren puertas, abren cajas. Es un perro primitivo. Son extremadamente inteligentes».
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