Descubierto en Mongolia el fósil de un dinosaurio con aspecto de pato
Este peculiar fósil, que fue rescatado de las manos de traficantes, es uno de los pocos dinosaurios conocidos que vivía en el agua.
Hace más de 70 millones de años, una criatura que habitaba en humedales primitivos podría haber tenido la apariencia de un pato y cazado de forma parecida a este, pero en realidad estaba emparentada con el Velociraptor.
El Halszkaraptor escuilliei, descrito a partir de un esqueleto casi completo incrustado en roca, es un terópodo anfibio que vivió en la actual Mongolia durante el Cretácico superior. Entonces, la zona se parecía a la actual cuenca del Nilo, en Egipto, con lagos y ríos ricos en alimentos que fluían sobre un paisaje árido y arenoso.
Como ocurre con los depredadores acuáticos modernos, la cara del dinosaurio parece haber tenido un exquisito sentido del tacto, muy útil para encontrar presas en aguas turbias. Sus pequeños dientes le habrían ayudado a atrapar peces diminutos, y su espina dorsal flexible y sus extremidades delanteras a modo de aletas sugieren que podía desplazarse por el agua con facilidad.
Muy pocos dinosaurios conocidos presentan el aspecto ideal del Halszkaraptor para una vida semiacuática. El gigantesco terópodo devorador de peces Spinosaurus se convirtió en el primer dinosaurio nadador conocido en 2014 y podría haber pasado la mayor parte del tiempo en el agua. En cambio, las fuertes extremidades traseras del Halszkaraptor sugieren que no tenía ningún problema a la hora de caminar en tierra durante largos periodos de tiempo.
«Cuando vi al fósil por primera vez, me quedé sorprendido», afirma Andrea Cau, paleontólogo de la Universidad de Bolonia y coautor del estudio que describe al dinosaurio que ha aparecido esta semana en Nature.
«El fósil estaba muy completo y muy bien preservado, y al mismo tiempo era enigmático y raro, con una mezcla totalmente inesperada de rasgos extraños. Fue el desafío más apasionante para un paleontólogo».
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Un objeto de contrabando
Este extraño animal del tamaño de un pavo llegó a las manos de los científicos con una historia de fondo igualmente inusual. Tras millones de años incrustado en piedra, unos traficantes excavaron el fósil, probablemente en la formación de Djadochta, en el sur de Mongolia. Los furtivos la sacaron del país de contrabando y probablemente lo enviaron a través de China a los mercados de fósiles de Europa.
Mongolia es la fuente de más del 5 por ciento de todas las especies de dinosaurio conocidas y hace ya tiempo que el país prohibió las exportaciones de fósiles. Sin embargo, ha sido difícil garantizar el cumplimiento de la ley, en parte debido al gran tamaño de Mongolia y a la ubicación remota de los yacimientos. Durante décadas, los «furtivos de fósiles» han suministrado un mercado de coleccionistas que pagan bien, arruinando en muchas ocasiones los hallazgos de los paleontólogos.
«Hemos visto especímenes básicamente destruidos por gente que no sentía lástima alguna por el valor científico de estos especímenes, por no hablar del valor de exponerlos o para atraer turismo», afirma el coautor del estudio Philip Currie, paleontólogo de la Universidad de Alberta. «En vez de extraerlo entero, cogen un pico y lo destruyen hasta que encuentran el cráneo, las manos y los pies».
Algunos comerciantes de fósiles que sí tienen escrúpulos, como François Escuillié, están contraatacando. Meses después de devolver otros fósiles traficados a Mongolia, Escuillié se enteró de que había un nuevo fósil de Mongolia en el mercado y que tenía una cabeza parecida a la de un ave y un cuello largo parecido al de un ganso.
Escuillé consiguió el fósil y se lo envió a Pascal Godefroit, un paleontólogo del Real Instituto Belga de Ciencias Naturales, que avisó a Clau. Por ahora, el fósil está en Bélgica; cuando los investigadores lo hayan estudiado, lo devolverán a Mongolia. La especie ha sido bautizada en honor a Escuillié, por su gran ayuda.
Debido a la combinación de rasgos extraños y a la historia incompleta, en un primer momento los investigadores estaban preocupados de que el fósil fuera una falsificación. Era un riesgo real: en 1999, la revista National Geographic reveló el fósil de un dinosaurio con aspecto de ave llamado Archaeoraptor, que finalmente resultó ser dos fósiles diferentes que alguien había pegado.
El equipo de Cau no quiso arriesgarse. Enviaron este fósil al Laboratorio Europeo de Radiación Sincrotrón en Francia, que genera unos de los mejores escáneres por rayos X del mundo. Por ejemplo, los escáneres del fósil de un cráneo de primate que se realizaron en este laboratorio eran tan precisos que podía verse el oído interno.
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Canales nasales
Tras analizar minuciosamente unos seis terabytes de datos, los investigadores confirmaron que el fósil era auténtico y muy raro.
Para empezar, el hocico del dinosaurio tiene canales que habrían transportado nervios y vasos sanguíneos hasta sensores de presión dispuestos sobre su cara. En los cocodrilos y las aves acuáticas vivas hoy en día, unos sensores similares les proporcionan un mejor sentido del tacto para poder detectar presas mientras se desplazan por el agua.
«No se podrían reconocer estas estructuras incluso si cortases al espécimen», afirma el coautor Paul Tafforeau, del laboratorio francés. «Fue toda una sorpresa».
Además, el cuello largo y flexible del animal podría haberle ayudado a atacar a las presas desprevenidas de una forma parecida a la de las garzas actuales. Sus dedos externos eran inusualmente largos, —adaptación que se ha observado en animales con aletas o pies palmeados— y su cadera sugiere que podía dar patadas fuertes en el agua.
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«El dinosaurio parece haber estado preparado para sentir y atrapar a sus presas en el agua, probablemente tanto en la superficie como en la columna de agua», explica Dunca Leitch, biólogo de la Universidad de California, San Francisco, que ha estudiado el sentido del tacto en cocodrilos vivos.
El paleontólogo del Royal Tyrrell Museum Don Henderson está de acuerdo, pero añade que el Halszkaraptor tenía un fuerte incentivo para mantener sus patas terrestres: sus crías. Pruebas recientes sugieren que, como aves y cocodrilos, los dinosaurios necesitaban poner los huevos fuera del agua.
«Ningún dinosaurio va a renunciar a sus huevos porque perdería la capacidad de reproducirse», explica. Para Currie, la mayor alegría que ha traído el Halszkaraptor es que, incluso tras décadas de estudios, los fósiles de dinosaurio todavía tienen la capacidad de sorprendernos. «Hasta en yacimientos conocidos podemos encontrar animales nuevos y demostrar que tenían una increíble diversidad de formas totalmente inesperadas», afirma. «Dudo que conozcamos el uno por ciento del uno por ciento que vivían en el mundo».