Recordamos al león africano que desafió a la muerte
C-Boy, un icónico león africano, vivió una vida más larga que la media para su especie y fue admirado por su tenacidad y su espíritu feroz.
Fallecido: León macho adulto, de unos 14 años, con melena oscura, conocido como C-Boy para los investigadores y los lectores de la revista National Geographic. Fallecido por causas naturales. Un guía descubrió su cuerpo en el parque nacional del Serengueti, Tanzania, a principios de junio de 2018. Todos los que lo conocían y leían sobre él, maravillados por su longevidad y fuerza de carácter, han lamentado su fallecimiento.
La categoría de «causas naturales», en el caso de los leones africanos, incluye los asesinatos y el caos que tienen lugar a diario entre miembros de una misma especie que compiten entre sí. Como me contó una vez el experto en leones Craig Packer, «la causa principal de muerte entre los leones, en un entorno no perturbado, son otros leones». Esto fue hace cinco años, cuando el fotógrafo Mike (Nick) Nichols y yo nos encontrábamos en Tanzania realizando trabajos de campo para una historia sobre la conducta y la ecología de los leones. C-Boy, un hermoso macho en plena forma, con una melena de puntas oscuras, se convirtió en el personaje principal de la historia por suponer una excepción a la regla mortal.
Varios años antes, C-Boy había sobrevivido por los pelos a un ataque en grupo de otros tres machos, que intentaron matarlo por sus derechos de apareamiento sobre una manada de hembras. Esos tres ambiciosos machos y uno más son conocidos como los Killers. Ingela Jansson, asistente de campo en el estudio a largo plazo de Packer, presenció la pelea de tres contra uno desde cerca en su Land Rover, observó las heridas de C-Boy y supuso que estaba al borde de la muerte. De eso hacen ya nueve años. Pero C-Boy se arrastró en el campo de batalla y, con su único compañero, conocido como Hildur, se fue a otro lugar en busca de nuevo territorio, nuevas hembras y nuevas posibilidades.
La leyenda sostiene que los gatos tienen siete vidas. C-Boy tenía dos, como mínimo. Soportó el ataque inmediato, esquivó una muerte casi segura por heridas infectadas y, más adelante, se convirtió en el protagonista de nuestro reportaje. ¿Por qué Nick y yo optamos por centrarnos en él? Porque era todo lo que debería ser un león africano: ingenioso, cascarrabias, paciente, orgulloso aunque pragmático, aparentemente indestructible, en continuo peligro y hermoso de contemplar.
Durante nuestro trabajo de campo, los Killers aparecieron en una zona adyacente, mostrando interés por otra manada en la que C-Boy y Hildur habían engendrado cachorros. Los Killers intentaban lograr nuevas conquistas, amenazando con expandir sus dominios. Otro asistente en el estudio de Packer, un joven sueco llamado Daniel Rosengren, los avistó al amanecer una mañana mientras yo conducía por la zona, tumbados sobre la hierba a la orilla de un arroyo y con heridas en la cara por una pelea reciente. ¿Contra quién habían peleado? Supusimos que, de nuevo, se habían enfrentado a C-Boy. ¿Habría sobrevivido de nuevo? De haberlo hecho, ¿en qué condiciones?
No obtuvimos respuestas en un día de búsqueda infructuosa. El equipo de Nick no lo encontró, tampoco el nuestro. Más tarde, Daniel y yo salimos equipados con prismáticos de visión nocturna y sacos de dormir, y nos colocamos sigilosamente detrás de los Killers en el Land Rover para pasar la noche, alternando entre dormir y vigilar a los leones mientras merodeaban, descansaban, y volvían a moverse. La llamo la Noche de la Larga Vigilancia.
Estos ambiciosos leones se dirigían al territorio de C-Boy y Hildur y queríamos ver adónde iban, qué hacían y si su atrevida incursión —y sus heridas de guerra— implicaban que habían matado para conseguir el dominio de los alrededores de nuevo. Llegó el amanecer y los Killers se alejaron por un camino y, durante dos días, no hubo ni rastro de C-Boy. En una de las entradas del diario, lo describí como «desaparecido, se sospecha que ha muerto».
Pero no había muerto. La tercera mañana, cerca de un cúmulo de afloramientos rocosos conocidos como los Zebra Kopjes, lo encontramos ileso y vigoroso, montando a una hembra. En el diario de aquel día, lunes, 17 de diciembre de 2012, escribí: «¡Un león feliz!». Su melena era oscura y viril bajo la luz de primeras horas de la mañana. Estaba vivito y coleando. Pero ni siquiera C-Boy podía vivir para siempre.
La semana pasada, recibí un email de Daniel Rosengren, que ahora trabaja como fotógrafo de fauna salvaje para la Sociedad Zoológica de Frankfurt. Daniel me confirmó lo que había oído en otras partes. «Sí, un conductor de tours que lo conocía bien encontró muerto a C-Boy», escribió. «No puedo contarte mucho más. Aparentemente, llevaba un par de días muerto cuando lo encontraron (por los buitres que devoraron su cadáver)». No había indicios de que hubiera sido asesinado por un pastor masái que intentara proteger a sus vacas o por un cazador furtivo.
«Tenía unos 14 años y estaba cerca del récord de longevidad de un león macho en toda la historia del proyecto de los leones», escribió Daniel. En general, 12 años es la esperanza de vida máxima de un macho. El compañero de C-Boy, Hildur, también ha superado ese límite y sigue con vida.
Para Daniel, fue triste enterarse de que C-Boy se había ido. «Pero, al mismo tiempo, vivió una vida más larga de lo esperado para un león macho. Una vida que casi llegó a su fin hace una década, cuando los Killers lo atacaron. Tuvo una segunda oportunidad y sin duda la aprovechó». Daniel añadió: «Ojalá hubiera podido verlo una vez más».
Yo deseaba lo mismo y, sabiendo que era imposible, hice lo mejor que podía hacer. Abrí el número de agosto de 2013 de la revista en las páginas 28 y 29 y allí estaba el magnífico retrato de Nick en blanco y negro: C-Boy, con su melena de bordes oscuros, mirándome en plena noche de Tanzania. Me consoló recordar que la vida de C-Boy, corta o larga, feliz o desdichada, encarnaba una voluntad magistral de sobrevivir.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.