¿Es ético dar éxtasis a los pulpos para fines científicos?
«Es como estudiar la inteligencia extraterrestre».
¿Qué les ocurre a los pulpos cuando les dan MDMA, también conocido como éxtasis? Según los científicos de la Universidad Josh Hopkins, los cefalópodos reaccionan a la droga de forma similar a los humanos, lo que les lleva a la conclusión de que nuestros cerebros y los de los pulpos están programados de la misma forma para determinadas conductas sociales.
Pero ¿está bien darles a los pulpos una droga que altera el comportamiento? ¿Y qué nos desvela el estudio de animales que son parientes muy lejanos de los humanos?
Hace unos tres años, un equipo de científicos descifró el genoma del pulpo de dos manchas de California y estudios posteriores que comparaban dicha secuencia con el genoma humano descubrieron partes del código idénticas, aunque nos separamos de los pulpos hace 500 millones de años. Las coincidencias genéticas implicaban determinados neurotransmisores —sustancias químicas del cerebro que envían señales entre las neuronas— vinculados a comportamientos sociales.
Para poner a prueba cómo se desarrollaría esa similitud, el equipo de la Josh Hopkins dio éxtasis a cuatro pulpos de dos manchas de California, que son muy antisociales. Efectivamente, la droga relajó las inhibiciones de los animales y los hizo mucho más sobones.
A la hora de interactuar con los pulpos de la jaula contigua, «abrazaban la jaula y ponían su boca sobre esta», afirma la autora principal del estudio, Gül Dölen, neurocientífica de la Josh Hopkins. «Fue muy similar a la reacción de los humanos al MDMA; se tocan con frecuencia».
Los resultados del estudio, publicados en Current Biology, sugieren que, aunque humanos y cefalópodos tomaron sus respectivos caminos evolutivos hace ya tiempo, las partes de nuestros cerebros que dirigen los comportamientos sociales permanecieron iguales.
Los pulpos y nosotros
El interés de Dölen por los pulpos va más allá de sus reacciones al MDMA. Los invertebrados están más emparentados con las babosas que con cualquier otro ser sobre la faz de la Tierra y poseen una inteligencia increíble. Los pulpos son capaces de salir de los recintos de los acuarios, recolocar —o devorar— a sus cohabitantes en los tanques y golpear los cristales con rocas con tanta fuerza que se rompen.
Los pulpos también son muy diferentes de los humanos. No poseen corteza cerebral, como los mamíferos, pero son capaces de llevar a cabo proezas cognitivas.
«Es como estudiar la inteligencia extraterrestre», afirma Dölen. «Podría desvelarnos las ‘normas’ de estructuración del sistema nervioso que soporta los comportamientos cognitivos complejos, sin quedarnos estancados en la organización casual de los cerebros».
Dölen explica que estudiar especies de la otra punta del árbol evolutivo también puede desvelar los mecanismos que subyacen tras comportamientos increíbles como la regeneración de extremidades y el camuflaje, lo que podría dar pie a nuevas ideas en robótica e ingeniería de tejidos. Entre otras maravillas, los pulpos son portadores de genes vinculados al autismo, pero pueden desempeñar tareas que los humanos dentro del espectro no pueden. Y aunque algunos pulpos mueren tras reproducirse una sola vez, otros pueden reproducirse varias veces, lo que nos aporta información sobre el envejecimiento.
¿Es ético?
Otro gran interrogante es si es buena idea dar una droga a un invertebrado marino. Varios bioéticos han contado a National Geographic que, siempre y cuando traten a los animales con humanidad; los supervisen por si muestran síntomas de estrés y los retiren del estudio si los muestran; y no se les exponga con tanta frecuencia como para que se vuelvan adictos, probablemente estarán bien.
«El imperativo ético principal es proteger a los pulpos para que no sufran dolor y angustia», afirma Jennifer Blumenthal-Barby, ético médico en el Baylor College of Medicine en Houston, Texas.
El éxtasis es una droga para «sentirse bien», añade Blumenthal Barby. «A partir de su comportamiento, parecían experimentar la droga de forma similar a los humanos».
Para Craig Klugman, bioético de la Universidad DePaul, el imperativo es el propósito: «Quizá lo más importante sea el objetivo de la investigación, una intención de producir algo que contribuya a la medicina veterinaria o humana», afirma.
En Estados Unidos, la experimentación con pulpos está regulada por la misma normativa que las pruebas en insectos y gusanos, según explica Dölen, aunque hace 12 años, las autoridades europeas clasificaron al cefalópodo en el mismo nivel que los vertebrados.
Dölen afirma que su laboratorio empleó las mismas pautas para ratones en sus experimentos con pulpos. Explica que resulta bastante revelador que, tras devolverlos a sus tanques en el Instituto Oceanográfico Woods Hole de Massachusetts, los pulpos se reprodujeran. Además, Dölen cuenta que los pulpos no liberaron tinta en ningún momento, lo que hubiera sido una señal de estrés.
«También quiero decir que los pulpos se consumen mucho como alimento y aún con la manipulación más invasiva que hiciéramos a la hora de investigar, los animales estarían mejor cuidados que en la industria alimentaria», afirma Dölen.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.