Los elefantes huérfanos se enfrentan a un reto más: el acoso
Una nueva investigación desvela que la caza furtiva no solo perjudica a los elefantes asesinados.
Los elefantes huérfanos hembra soportan una vida dura frente a sus homólogos con madres vivas, lo que no presagia nada bueno para la capacidad de la especie para recuperarse de la crisis de caza furtiva, que mata a 30.000 elefantes al año.
Aunque las crías cuyas madres son asesinadas por furtivos podrían contar con la protección de sus parientes, una nueva investigación publicada en septiembre en la revista Animal Behavior sugiere que no compensa la falta de cuidados por parte de las madres biológicas.
«[Los huérfanos] pueden adaptarse socialmente, pero se pierde el panorama general», afirma Shifra Goldenberg, directora de proyectos internacionales que trabaja en conservación de elefantes en el Instituto Smithsonian de Biología de la Conservación y autora principal del estudio. «Quizá crezcan con una familia y parezca que les va bien, pero resulta que no tienen el mismo acceso a los recursos del que disfrutan otros elefantes».
En otras palabras: un elefante huérfano tiene que esforzarse más a la hora de desarrollarse cuando no cuenta con la protección y el cariño de su madre biológica.
«Si no cuentan con los mismos recursos a los que pueden acceder otros elefantes, quizá tarden más en reproducirse», afirma Goldenberg. «Podrían tener más dificultades a la hora de sobrevivir a enfermedades, o sentirse más estresados. Es posible que no empiecen a tener crías a la misma edad. O quizá sean incapaces de mantener a sus crías con vida, si las tienen».
Un «legado de destrucción»
El estudio supervisó el comportamiento de los elefantes jóvenes del norte de Kenia en torno a la reserva nacional de Buffalo Springs y la reserva nacional de Samburu. Los biólogos llevan décadas estudiando a los elefantes de esta región, de forma que su demografía, desplazamientos y otras conductas se comprenden bastante bien, siendo una población ideal para el estudio.
En 2009, los furtivos empezaron a cazar a los animales de esta zona, centrándose en hembras más viejas por el gran tamaño de sus colmillos, según Goldenberg. «En la población persistía un legado de destrucción», afirma.
Para comprender los efectos que tiene la pérdida de una madre sobre las crías supervivientes, Goldenberg y su coautor George Wittemyer, ambos de la Universidad del Estado de Colorado, prepararon este estudio.
Decidieron centrarse en tres grupos de hembras jóvenes: las que habían perdido a sus madres, pero habían permanecido en la manada, las que habían perdido a sus madres y se habían unido a otra manada, y las que tenían madres, como grupo comparativo. Los investigadores observaron su conducta, documentando tanto situaciones amistosas como aquellas en las que otros elefantes trataban a los huérfanos con agresividad, empujándolos o persiguiéndolos, por ejemplo.
El análisis de Goldenberg y Wittemyer demostró que, frente a los no huérfanos, los huérfanos sufrían más agresiones durante su desarrollo. Los huérfanos que acudían a una manada diferente a la que habían nacido sufrían un nivel de agresión aún mayor.
Además, mientras los elefantes huérfanos y los elefantes con madres recibían el mismo tipo de afecto de otros elefantes de la manada, los elefantes huérfanos recibían menos afecto en general porque no tenían madres que los cuidasen.
¿Son imaginaciones suyas?
Gay Bradshaw, ecólogo, psicólogo y cofundador y director del Kerulos Center for Nonviolence, organización sin ánimo de lucro dedicada a inspirar cambios humanos que produzcan un mayor bienestar psicológico en animales, explica que muchos de estos elefantes jóvenes también sufren el trauma mental de perder a sus madres y a otras matriarcas cercanas de la manada.
Bradshaw critica el estudio sobre elefantes huérfanos por ignorar la neuropsicología de los elefantes. Explica que los efectos psicológicos del trauma, que pueden durar décadas según algunas investigaciones, son omnipresentes en manadas de elefantes africanos, afectando tanto a los huérfanos como a las hembras mayores, que podrían haber perdido a familiares siendo jóvenes.
«Si realmente tratamos de salvar elefantes, debemos tratarlos como a poblaciones de supervivientes de genocidios», afirma. «La psique colectiva ha empezado a romperse».
Joyce Poole, cofundadora y codirectora de ElephantVoices, no ha participado en la investigación de Goldenberg, pero lleva décadas estudiando a los elefantes de Kenia. Explica que esta nueva investigación no es sorprendente y se suma al corpus de pruebas de que la caza furtiva tiene efectos duraderos.
«Lo que implica es que niveles tan altos de agresividad se asociarían a niveles más altos de estrés, que se traducen en tasas de supervivencia inferiores», afirma, añadiendo que, en las poblaciones que ha estudiado, la caza furtiva provoca secuelas físicas y psicológicas detectables más de 20 años después.
Goldenberg afirma que investigar el trauma psicológico no estaba dentro del ámbito de su estudio, pero el siguiente paso sería determinar si la mayor agresividad que sufren los huérfanos tiene consecuencias para su supervivencia a largo plazo y su éxito reproductivo.
«El coste de los asesinatos masivos por el marfil para los elefantes no se refleja solo en las cifras. Es un abanico de consecuencias para las vidas individuales de los supervivientes y cómo estas afectan negativamente a la red y el funcionamiento de las relaciones en su sociedad», afirma Poole. «Al fin y al cabo, los elefantes son muy similares a nosotros».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.