Los zombis existen y, en la naturaleza, están por todas partes

En la naturaleza, insectos, gusanos, virus y hongos convierten a los animales en zombis hiperespecializados. ¿Cuáles pueden afectar a los humanos?

Por Simon Worrall
Publicado 23 nov 2018, 12:44 CET

Los zombis son reales y la naturaleza está plagada de ellos. Los hongos controlan los cerebros de las hormigas y las avispas paralizan a las cucarachas, una práctica denominada zombificación. «Los científicos han descubierto que hongos, bacterias, avispas y gusanos pueden hacerlo», afirma Matt Simon, autor del nuevo libro Plight of the Living Dead. «Es algo muy generalizado en el reino animal».

Simon, que habló con nosotros desde su casa de San Francisco, nos explicó cómo una especie de avispa parasitoide hizo a Darwin dudar de la existencia de Dios; por qué los zombis de las películas se inspiraron originalmente en los síntomas de la rabia; y qué obtienen los parásitos de esta atroz manipulación.

La naturaleza está llena de ejemplos de criaturas que poseen a otras criaturas. Háblanos de la avispa esmeralda.

Un ejemplo bastante raro es la avispa esmeralda, una avispa que tiene casi la mitad del tamaño de su víctima, la cucaracha. La madre avispa se agarra a una cucaracha y coloca su aguijón entre las patas delanteras. Eso paraliza a la cucaracha, que es incapaz de protegerse de lo que ocurre a continuación. La cucaracha no puede mover las patas para evitar que la avispa la pique en el cuello y el cerebro, donde deposita el veneno. Tiene sensores en el aguijón que la permiten sentir el cerebro y buscar dos puntos específicos responsables de la locomoción. Ahí es donde inyecta su veneno.

Cuando saca el aguijón, la cucaracha actúa como si no hubiera pasado nada. Se acicala de forma obsesiva, pero no se mueve del lugar donde está. Esto permite que la avispa huya, encuentre una madriguera y vuelva con la cucaracha para arrancarle las antenas. A continuación, se bebe la sangre de esta para recuperar parte de la energía perdida al meter el aguijón en el cerebro. Después, se agarra a los muñones de las antenas y arrastra a la cucaracha hasta una madriguera.

No es tanto arrastrar como dirigir. La cucaracha podría escaparse volando o corriendo. Los científicos han cogido cucarachas después de que las hubieran picado en el cerebro y las han metido en el agua, y eso las saca de su aturdimiento y logran escabullirse. La cucaracha parece seguir a la avispa por voluntad propia hasta la madriguera.

Una vez la avispa ha arrastrado a la cucaracha a la madriguera, pone un solo huevo en su pata. De dicho huevo eclosiona una larva que comienza a chupar la sangre del cuerpo de la cucaracha. Cuando se le seca la sangre, la larva escarba en la cavidad corporal de la cucaracha y se come los órganos más vitales para la supervivencia de esta, como el sistema nervioso central o el corazón. Cuando acaba, la larva se envuelve en una crisálida dentro del cuerpo de la cucaracha y emerge siendo adulta. Es una manipulación extremadamente complicada de la pobre cucaracha.

Esta avispa convierte a sus presas en zombis

Otro organismo que usa la zombificación es el hongo Ophio. Introdúcenos en su extraño mundo.

Es un hongo que ataca a las hormigas. No solo eso, sino que el Ophiocordyceps unilateralis sensu lato se compone de diversas especies diferentes. Cada una de estas especies ataca solamente a una especie de hormiga. El hongo empieza siendo una espora, cae de un árbol y aterriza en la cutícula, o exoesqueleto, de la hormiga. Libera enzimas que disuelven la cutícula y explota dentro del cuerpo de la hormiga. Llegada a este punto, la hormiga está acabada. A continuación, el hongo empieza a multiplicarse, crece por los tejidos y acaba siendo casi la mitad del peso de la hormiga. Es increíble.

Pero a las hormigas se les da muy bien localizar invasores en sus territorios o colonias. Si una hormiga actúa de forma extraña, otra hormiga la agarra y la saca a un cementerio fuera de la colonia. Mientras invade el cuerpo, el hongo debe evitar que lo detecten, de forma que no hace que la hormiga se comporte de manera inusual hasta que empieza a conducir a la hormiga fuera de la colonia. No parece invadir el cerebro en sí. Desarrolla una capa a su alrededor que probablemente libere sustancias químicas de algún tipo que ordenan a la hormiga que abandone la colonia.

Y lo que es aún más increíble es que crece por los tejidos, invade los músculos y separa las fibras, lo que probablemente corte las conexiones de las neuronas. Esto no parece tener mucho sentido, ya que tiene que ser capaz de dejar que la hormiga siga siendo móvil. Lo que parece ocurrir —y esto es ciencia que todavía está en pañales— es que el hongo forma su propio sistema nervioso central dentro de la hormiga. Quizá libere sustancias químicas que imiten los neurotransmisores del cuerpo de la hormiga para, casi literalmente, mover los hilos, como si fuera un titiritero, y después guiar a la hormiga a una posición extremadamente precisa en el bosque. Es algo constante en las infecciones. El hongo saca a la hormiga de la colonia hacia el mediodía y la coloca en una hoja a unos 25 centímetros del suelo. Ordena a la hormiga que muerda una vena de la hoja, lo que le proporciona una buena posición desde la que matar a la hormiga y salir desde la parte posterior de la cabeza en forma de tallo, del que llueven esporas. Y lo que hace es colocar a la hormiga justo sobre los senderos de la colonia.

Varias especies de gusanos también consiguen introducirse en otra criatura y convertirla en su chófer. Háblanos de cómo lo consiguen y qué peligros tienen que sortear.

Los gusanos son un caso bastante fascinante porque tienen ciclos vitales complejos. Un gusano se introduce en un crustáceo llamado Gammarus, que se parece a un camarón y vive en agua dulce. El gusano no solo necesita meterse en el Gammarus, sino también completar su ciclo vital en el estómago de un pez o un ave. Ahí es donde la manipulación adopta una precisión superdiabólica. Dependiendo de la especie de gusano, según prefiera un ave o un pez para finalizar su ciclo vital, dará órdenes diferentes al Gammarus. Los gusanos que se introducen en un Gammarus y después en aves obligarán a este a pasar más tiempo cerca de la superficie. Así, lo acercan a las aves, pero también lo alejan de los peces que viven más cerca del fondo para huir de las aves depredadoras. Otras especies de gusano que prefieren introducirse en peces ordenan al Gammarus a permanecer más cerca del fondo, donde viven los peces.

Como ves, esta especie ha desarrollado ciclos vitales muy complejos. Pero, en realidad, es una forma de vivir bastante astuta.

Dejemos a un lado gusanos y avispas y vayamos a la representación de los zombis en la cultura popular. ¿Dónde empezó todo?

Lo maravilloso de todo esto es que el zombi que conocemos y adoramos es un producto de la rabia. El virus de la rabia es un parásito manipulador que puede controlar la mente de su huésped, pero no tenemos necesariamente una imagen de este como parásito. De hecho, no evolucionó para afectarnos per se, sino para afectar a otros mamíferos. Pero como nuestros cerebros de mamífero son relativamente similares a los de los mapaches o las zarigüeyas, también puede infectarnos.

Es horrible presenciarlo. Pueden verse vídeos en Internet de gente infectada de rabia. Cuando empiezas a mostrar síntomas —el más famoso es echar espuma por la boca—, solo te queda la muerte. Si te vacunan antes de que presentes síntomas, es probable que sobrevivas. Pero casi nadie ha sobrevivido una vez ha mostrado síntomas.

El zombi de la cultura pop imita en gran medida a la persona infectada con el virus de la rabia real. Pero es más complicado. En mapaches y otros mamíferos, el virus infecta habitualmente para completar su ciclo vital, no solo produce espuma en la boca, que es el virus presentándose en la saliva. También vuelve a dichos animales más agresivos, lo que supone una manipulación de la conducta. Se transmite haciendo que el animal muerda a otro animal, introduciéndose así en otro cuerpo.

Pero va más allá. No solo hace que el animal evite el agua, sino que la tema, probablemente una manipulación para evitar que el animal intente lavarse el virus de la boca. Puedes encontrar vídeos de humanos que hacen lo mismo. Retroceden cuando un enfermero les ofrece agua. De algún modo, el virus manipula nuestro comportamiento para retroceder al ver agua. Es una enfermedad terrible, pero nos ha dado a los zombis que conocemos hoy.

Hasta ahora, hemos hablado de las consecuencias más terribles. Pero en Isle Royale, en el lago Superior, un céstodo conocido como Echinococcosis ayuda a los lobos locales a obtener buen alimento. Explícanos esta conexión.

Esta es la parte más fascinante de las manipulaciones de la conducta. No se trata necesariamente de una manipulación del cerebro, sino del cuerpo. Cuando este gusano se introduce en un alce, se desplaza a los pulmones y forma quistes grandes, del tamaño de bolas de golf, que dificultan la respiración del alce. En esta isla en particular, alces y lobos están atrapados juntos y tienen una interacción interesante en el ecosistema. Los alces infectados son menos capaces de defenderse. Se ralentizan, se debilitan y son más vulnerables a ser depredados por lobos. Es mucho más sutil.

«No puedo convencerme de que un Dios benévolo y onmnipotente hubiera diseñado y creado las (avispas) Ichneumonidae», escribió Darwin en 1860. Tras leer tu libro, estoy de acuerdo con él. ¿Tiene Dios cabida en este mundo de la zombificación? ¿Qué nos dice de nosotros mismos?

[Se ríe] Yo ya era ateo antes de empezar a escribir el libro, y no ha hecho más que cimentar mi postura. Algunas de estas manipulaciones son extremadamente horribles y atroces para las especies huéspedes. Debería hacernos reflexionar sobre la forma en que pensamos sobre las especies, porque desconocemos lo generalizados que están estos parásitos manipuladores. ¿Hasta qué punto controlamos los humanos nuestros cerebros y cuánto cedemos involuntariamente a estos parásitos manipuladores?

Hemos editado esta entrevista para mantener una longitud y claridad adecuadas.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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