Un análisis de ADN sugiere que los humanos condenaron al oso cavernario a la extinción
El análisis del material genético de decenas de osos prehistóricos demuestra que su descenso coincide con la llegada del Homo sapiens a Europa.
Los neandertales vivieron en Europa durante miles de siglos y, durante esa época, tuvieron que andarse con cuidado. Mamuts, rinocerontes lanudos y tigres dientes de sable abundaban en la región y las cuevas donde nuestros parientes humanos entraban para refugiarse podían estar ocupadas por osos cavernarios, cuyos ejemplares adultos podrían haber pesado más de 900 kilos.
En la actualidad, la incógnita de la desaparición de todos estos grandes animales está rodeada de polémica. Algunos científicos creen que fueron víctimas del último máximo glacial, cuyo pico se produjo hace unos 26 500 años. Otros expertos sostienen que la aparición de una nueva especie humana con un don para la caza, el Homo sapiens, podría haber conducido a la extinción a estas bestias desafortunadas.
Ahora, una investigación publicada en la revista Scientific Reports sugiere que es muy probable que los humanos desempeñaran un papel crucial en el caso de los osos cavernarios.
«De no ser por nuestra llegada a Europa, no veo motivo por el que los osos cavernarios no pudieran existir hoy en día», afirma el coautor del estudio Hervé Bocherens, paleobiólogo de la Universidad de Tubinga, en Alemania, que lleva 30 años estudiando los restos de los osos cavernarios.
En cierto modo, el resultado podría ser un presagio de la situación del oso pardo, cuya población es estable, pero que pronto podría estar en peligro debido a los conflictos con humanos en un mundo cada vez más poblado y en proceso de calentamiento.
El clan del oso cavernario
Bocherens y un equipo de investigadores dirigidos por Verena Schuenemann en la Universidad de Zúrich, en Suiza, recogieron los restos de 59 osos cavernarios hallados por toda Europa para extraer el denominado ADN mitocondrial. Estos pequeños fragmentos de material genético se heredan de la madre de un animal y pueden revelar vínculos genéticos entre animales hallados en lugares distintos. Sin embargo, un aspecto muy importante es que el ADN mitocondrial también aporta pistas sobre el tamaño de las poblaciones pasadas.
«Los modelos de la genética de poblaciones nos revelan que, cuanto más diverso es el ADN mitocondrial hallado en fósiles del mismo periodo, más grande debe haber sido la población, lo que nos permite estimar la población de osos en cualquier momento», afirma Bocherens.
Tras llevar a cabo el análisis, los datos sugerían que el descenso de los osos cavernarios empezó hace unos 40 000 años, mucho antes de que se asentara por completo la última glaciación. Esto también quiere decir que los osos cavernarios sobrevivieron a una serie de periodos anteriores de descenso térmico significativo. El descenso empezaba más bien en torno a la misma época en que nuestra especie se extendió por Europa.
«Hay algunas pruebas que sugieren que algunos humanos modernos podrían haber llegado antes a Europa», afirma Bocherens. «Pero hasta donde sabemos, solo poblaron el continente en torno a la época en que empezó a descender la población de osos cavernarios».
Bocherens sostiene que, aunque es probable que los neandertales también cazaran osos cavernarios, los humanos modernos podrían haber empleado técnicas más avanzadas y probablemente entraban en las cuevas. Los humanos anatómicamente modernos enseguida superaron en número a los neandertales, predestinando a los osos cavernarios a desaparecer.
El trabajo «representa la cantidad máxima de información que podemos obtener a partir de los datos del ADN mitocondrial», afirma Michael Knapp, paleobiólogo que trabaja en la Universidad de Otago, en Nueva Zelanda. Knapp no participó en este estudio, pero ya había publicado un artículo científico basado en un conjunto de datos más limitado en el que obtuvo resultados similares.
Las necesidades de los osos
Es posible que los humanos no solo mataran osos cavernarios por su carne, sino también por su pelaje o simplemente porque los percibían como una amenaza. Y con el asentamiento de más humanos en Europa, los osos cavernarios podrían haber experimentado más dificultades a la hora de adentrarse en climas más suaves cuando empezó a hacer frío o de encontrar los alimentos vegetales que necesitaban para mantener unos cuerpos tan grandes. Las poblaciones restantes sobrevivieron solo en rincones remotos de Europa, como los Alpes italianos, donde los restos más recientes parecen tener una antigüedad de 24 000 años.
«Con todo, con el mayor aislamiento de estas poblaciones, aumentó su empobrecimiento genético, ya que los animales tenían cada vez más dificultades para viajar y encontrar parejas de otras poblaciones», afirma Bocherens. Esto podría haber debilitado a sus crías y haber aumentado la vulnerabilidad de los osos a las enfermedades.
Por su parte, los osos pardos sobrevivieron hasta la era moderna, quizá por su menor tamaño y la mayor flexibilidad de sus dietas, que incluían carne probablemente obtenida de la carroña que dejaban los grandes depredadores. Con todo, según Bocherens, el descenso de los osos cavernarios supone una advertencia para los osos pardos.
«Lo principal es que demuestra que las poblaciones más aisladas corren peligro y que deberíamos hacer todo lo posible para permitir el intercambio de ejemplares entre ellas, aunque eso signifique que los animales se desplacen a nuestro alrededor».
Y lo que quizá sea más importante, añade, es que el clima está cambiando drásticamente, esta vez por las acciones del Homo sapiens, y eso significa que no basta con fundar reservas naturales donde los animales puedan vagar en paz. En un mundo cada vez más fragmentado por carreteras, vías férreas, vallas y edificios, debemos preservar la capacidad de los osos para viajar y mantener la salud y la diversidad de sus poblaciones.
«Las especies podrían sobrevivir al cambio climático si pueden rastrear las temperaturas cambiantes», afirma Bocherens. «Pero como demuestra el ejemplo del oso cavernario, el cambio climático puede ser un problema enorme si no pueden moverse».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.