Este loro de un metro de altura era una rareza prehistórica

Este loro no volador pesaba siete kilos, el doble que el kakapo, la especie más pesada de loro moderno.

Por Jenny Howard
Publicado 7 ago 2019, 16:24 CEST
Heracles inexpectatus
El loro gigante Heracles inexpectatus vivió entre hace 16 y 19 millones de años en la actual Nueva Zelanda. Los investigadores estiman que este loro gigante habría pesado unos siete kilos. A sus pies hay unas pequeñas aves denominadas Kuiornis, también autóctonas de la Nueva Zelanda de entonces.
Fotografía de Brian Choo

Hace más de 16 millones de años en la actual Nueva Zelanda, un ave gigante murió y se hundió hasta el fondo de un lago. Los huesos de este ave monstruosa, preservados entre capas de arena y arcilla gris azulada, han sido desenterrados y han revelado al loro de mayor tamaño documentado por la ciencia.

Escala
Las siluetas de una urraca, una humana adulta y el loro gigante Heracles inexpectatus, como escala.
Fotografía de TH Worthy y P. Scofield

De las 350 especies de loro vivas, la más pesada es el kakapo, un ave no voladora también autóctona de Nueva Zelanda. Pero este loro extinto, de nombre científico Heracles inexpectatus, bate con mucho el récord del kakapo: el ave, descrita a partir de dos huesos fosilizados de las patas, habría pesado siete kilos y medido un metro de altura.

Es la altura suficiente para «poder sacarte las pelusas del ombligo», bromea Michael Archer, paleontólogo de la Universidad de Nueva Gales del Sur, en Australia, que forma parte del equipo que describe el hallazgo en la revista Biology Letters.

«El [kakapo] es una rareza, por eso es asombroso pensar que quizá formara parte de un grupo superior de loros no voladores que habitaban Nueva Zelanda», afirma Alison Boyer, ecóloga de la Universidad de Tennessee que no participó en el estudio.

Unos muslos sorprendentes

Los investigadores desenterraron los fósiles del ave en 2008 en St. Bathans, una antigua localidad minera que se encuentra sobre un lago extinto. El lugar conservaba depósitos de fósiles de principios del Mioceno: plantas, cocodrilos, murciélagos y decenas de especies de aves.

«La mayoría de los especímenes de la fauna de St. Bathans —más de 6000 huesos de aves identificables— son bastante pequeños», afirma Trevor Worthy, líder del estudio y paleontólogo de la Universidad Flinders en Australia.

Por eso los grandes tibiotarsos, o muslos, de este ave les llamaron la atención. Durante los 10 años siguientes, los huesos permanecieron en un estante junto a otros supuestos huesos de águila del yacimiento de St. Bathans hasta que un alumno de posgrado se dio cuenta de que no pertenecían a águilas primitivas.

«Fue completamente inesperado y bastante novedoso», afirma Worthy. «Obviamente, una vez estuve seguro de que se trataba de un loro, tuve que convencer al mundo».

Worthy y su equipo compararon los huesos de las patas con otros especímenes e imágenes de Internet de varios museos para reducir la lista de posibles especies. Los Psittaciformes, el orden que incluye a loros y cacatúas, ascendieron al primer puesto.

«Basándose en lo que han podido demostrar, resulta convincente», afirma Boyer. «Los loros tienen una morfología muy distintiva».

A continuación, el equipo de investigación estimó el tamaño del ave basándose en la circunferencia del hueso de la pata. Según Helen James, comisaria de ave en el Museo Nacional de Historia Natural del Smithsonian que no formó parte del equipo, su ecuación no tiene en cuenta la postura particular que adopta un loro frente a aves de otras familias. Pero aunque sus cálculos no sean perfectos, está de acuerdo en que este ave habría tenido un tamaño excepcional para un loro.

«Me deja atónito», afirma Andrew Digby, biólogo de conservación del Departamento de Conservación de Nueva Zelanda que no participó en el estudio. Digby trabaja para proteger al kakapo, que se encuentra al borde de la extinción desde principios del siglo XX.

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    Kakapo
    El kakapo, especie en peligro crítico de extinción, aporta pistas sobre la posible dieta y la forma de desplazamiento del loro gigante. En la actualidad, solo hay 189 kakapos salvajes, un repunte desde las 51 aves que quedaban en 1995.
    Fotografía de Joël Sartore, National Geographic Photo Ark

    «Cada vez que alguien ve a un kakapo por primera vez, lo primero que suelen decir es que es más grande de lo que imaginaban», afirma Digby. Y un kakapo «puede ser agresivo, si quiere. Me sorprende bastante pensar en uno el doble de grande. Podría ser formidable».

    «Cuando piensas en lo listos que son los loros, da miedo», añade la coautora Suzanne Hand, paleontóloga de la Universidad de Nueva Gales del Sur.

    ¿Un loro que caza?

    Al contar con solo dos huesos de las patas, aún se desconocen muchos detalles sobre el comportamiento del ave. El peso y otras pequeñas pistas en los extremos de los huesos sugieren que el Heracles no podía trepar ni volar, sino que permanecía en el suelo del bosque.

    Según Digby, es posible que un loro de gran tamaño sobreviviera solo a partir de la vegetación que estaba a su alcance. Las moas, aves terrestres gigantes que se extinguieron cuando los europeos llegaron a Nueva Zelanda, eran herbívoras. Y el polen hallado en las capas de arcilla que rodeaban los fósiles demuestra que el loro vivía en un clima subtropical cálido. Según Worthy, con más de 60 tipos de árboles frutales tropicales entre los que escoger, Heracles habría tenido numerosas opciones.

    Con todo, Hand afirma que conseguir calorías suficientes a partir de hojas y frutas debe haber resultado difícil para un ave tan grande y es posible que hubiera necesitado suplementar su dieta. El consumo de carne no es habitual en los loros, pero se sabe que estas aves son oportunistas.

    El kea, una especie de loro más pequeña autóctona de Nueva Zelanda, ha aprendido a arrancar trozos de grasa de las espaldas de las ovejas. Worthy afirma que incluso arrastran a los polluelos de aves marinas de sus madrigueras. Esta nutrición adicional da una ventaja a los loros en los fríos inviernos neozelandeses. Sin grandes mamíferos carnívoros que compitieran por los recursos de la isla, el todopoderoso Heracles podría haber ocupado este nicho vacío.

    «Este era “Lorozilla”. Es posible que fuera un que quizá devorara otros loros», especula Archer.

    Abundancia de aves gigantes

    Si las futuras excavaciones revelaran el pico del ave, analizar su forma podría aportar más pruebas. Pero Archer admite que existen pocas diferencias entre los picos de los loros omnívoros y herbívoros modernos, de forma que los paleontólogos tendrán que mantener los ojos bien abiertos cuando busquen más pruebas.

    «La información de qué [comía] en realidad podría llegar de otras partes del depósito en lugar de la propia ave», afirma Archer.

    Lo que los paleontólogos pueden determinar a ciencia cierta es que el loro gigante encaja en la historia de la avifauna neozelandesa. La isla ha permanecido desconectada durante mucho tiempo de otras masas continentales, de forma que ningún gran mamífero ha sido capaz de alcanzarla. Las aves fueron las que se afianzaron y se diversificaron en un amplio abanico de tamaños y especialidades.

    «Nunca imaginamos que encontraríamos un loro de un tamaño tan gigantesco», afirma Paul Scofield, coautor del estudio y comisario del Museo de Canterbury, en Nueva Zelanda. Pero debido a la historia de gigantismo en Nueva Zelanda —las moas, los rálidos y las águilas—, el hallazgo no es totalmente inesperado.

    «Por eso es tan emocionante descubrir un loro gigante, es tan predecible como sorprendente», escribe por email Christopher Witt, director del Museo de Biología Sudoccidental de la Universidad de Nuevo México.

    «La paleontología tiene que ver con la serendipia», añade Worthy. «Nunca se sabe qué vas a descubrir y eso es lo más emocionante del trabajo».

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

    Mirarce eatoni

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