¿Qué podemos hacer para salvar a las aves de los gatos?

Nuestros amigos felinos matan a miles de millones de aves cada año. Un amante de ambos animales cree que existen soluciones humanitarias.

Por Noah Strycker
Publicado 18 sept 2019, 13:50 CEST
Ilustración de un gato que acaba de devorar un ave.
Fotografía de Marc Burckhardt
Este artículo aparece en el número de octubre de 2019 de la revista National Geographic.

A mi gato, Bernstein, le gusta observar aves tanto como a mí. Bernstein es un gato atigrado de tres años y pelo corto y entre sus pasiones figuran los punteros láser, las gomas de pelo elásticas y el hilo dental. Yo soy un rubio de pelo corto de 33 años que siempre ha sido amante de los gatos. Bernstein y yo acostumbramos a pasar el rato juntos en el salón, apreciando el orden natural de colibríes y carboneros frente a la ventana.

Bernstein era un gatito incapaz de comer y abrir los ojos cuando lo rescataron tras haber sido abandonado en un granero. (Su compañero, Woodward, sigue viviendo con mi amigo periodista que los rescató.) Es un gato con suerte y muchas veces me he preguntado si su gran personalidad se deberá, al menos en parte, a la gratitud eterna por haber evitado una vida de hambre, refugios y otros destinos callejeros.

Por desgracia, ni la naturaleza ni la educación pueden anular el instinto felino, como me recordó la pasada primavera. Una tarde calurosa, dejé que Bernstein saliera al patio a tomar el sol. Tras escabullirse unos minutos, volvió orgulloso con una bola de plumas en la boca: un precioso y pequeño zorzalito de Swainson moteado que había volado miles de kilómetros desde Centroamérica hasta Oregón para cantar en busca de una pareja en mi jardín. Estaba muerto.

No podía culpar a Bernstein. Solo había llevado a la práctica sus instintos y sus destrezas ninja. Con todo, cuando me puso el cadáver frío del zorzalito en las manos, se me cayó el alma a los pies.

“Cada año, los gatos domésticos atacan entre 1000 y 4000 millones de aves, entre 6000 y 22 000 millones de pequeños mamíferos y cientos de millones de reptiles y anfibios en los Estados Unidos continentales.”

Hace años, un equipo de investigadores del Instituto Smithsonian y del Servicio de Pesca y Vida Silvestre estadounidense combinaron datos de decenas de estudios anteriores para estimar con la máxima rigurosidad posible la cantidad de aves asesinadas por gatos cada año en los Estados Unidos contiguos. Los resultados fueron desconcertantes. Tras cuantificar minuciosamente las poblaciones de gatos y las tasas de depredación (y la incertidumbre de ambas), los científicos calcularon que los gatos domésticos atacan entre 1000 y 4000 millones de aves al año en los Estados Unidos continentales, y entre 6300 y 22 300 millones de pequeños mamíferos y cientos de millones de reptiles y anfibios.

Casi dos tercios de las muertes aviares se atribuían a gatos callejeros que viven en estado silvestre. Como se estima que en cualquier momento dado la población total de aves de Estados Unidos se sitúa entre 10 000 y 20 000 millones, la factura que pasan los gatos salvajes superaría la mortalidad provocada por los impactos con ventanas, los atropellos, los plaguicidas, la contaminación, los molinos de viento y otras causas no naturales juntas, salvo por la pérdida de hábitat y quizá el cambio climático, una escala pasmosa.

La cantidad de víctimas

Las cifras no son ninguna sorpresa si tenemos en cuenta esa mezcla embriagadora de animales carismáticos, vida y muerte y cifras inaprensibles. Hubo quien no se creyó las estimaciones o quien atacó implacablemente a los científicos por ser «antigatos». Otros se sintieron justificados si sus opiniones coincidían con las nuevas pruebas. Las noticias enfrentaban a los amantes de los gatos con los amantes de las aves, los defensores de los derechos de los animales con los ecologistas y los dueños de mascotas con los académicos. Uno de los investigadores coescribió un libro, Cat Wars, —que no calmó la situación precisamente— y contó que había recibido amenazas de muerte.

Todas estas interferencias no negaban la conclusión principal: que cuando los gatos son depredadores introducidos —es decir, si los introducen en un ecosistema donde depredan animales autóctonos, pero donde casi nada los depreda a ellos—, son una grave fuente de mortalidad para las aves y otros animales autóctonos.

Los estudios de seguimiento han confirmado la escala de esta amenaza. Por ejemplo, la investigación más exhaustiva de Canadá, que alberga menos gatos en total que Estados Unidos, estimaba que los gatos asesinan entre 100 y 350 millones de aves cada año.

La situación es acuciante, pero inabarcable. Todos saben que los gatos son depredadores, pero hasta hace poco apenas se reconocía el impacto de los gatos en la fauna silvestre. Aunque se presenten datos brutos de muertes, mucha gente, como la gran mayoría de los dueños de gatos, aún duda que los gatos perjudiquen a las poblaciones de aves silvestres. Quizá esto refleje la dificultad inherente de lidiar con efectos graduales generales.

O quizá deberíamos relajarnos. Ningún estudio ha establecido un vínculo definitivo entre la depredación felina y las tendencias de las poblaciones de aves continentales. Cuesta aislar un solo factor implicado en el descenso generalizado de muchas aves porque hay muchas más variables implicadas.

«La situación de las aves del mundo sigue deteriorándose y hasta las aves más comunes están desapareciendo», afirma un informe reciente de BirdLife International. En el informe se citan la agricultura y la tala como las principales amenazas actuales para las especies en peligro y otorga el tercer puesto a la introducción de depredadores. A la hora de destrozar el planeta, los humanos somos claramente los mayores culpables. Culpar a los gatos solo desvía nuestra responsabilidad hacia un animal sin el concepto de salvar el mundo.

En general, la gente está de acuerdo en que la población de gatos callejeros es demasiado grande. Pero hasta ahí llega el acuerdo, en parte porque ahora mismo carecemos de soluciones adecuadas. Además de las aves, los gatos callejeros plantean todo tipo de espinosos dilemas filosóficos, sanitarios y de seguridad que han desbordado nuestros sistemas. Independientemente de cómo creas que debemos tratar a los gatos, es indiscutible que hay demasiados en el mundo.

De hecho, este es el argumento más sucinto para dejar en paz a los gatos: nunca podremos deshacernos de ellos, por mucho que nos esforcemos. Mucho después de que la humanidad haya desaparecido del planeta, es probable que los gatos sigan arañando lo que quede de ella. Pero si nos rendimos ante problemas aparentemente irresolubles, el mundo será cada vez más miserable. Creo que podemos esforzarnos más.

Hay quien ya ha tomado medidas. Muchos defensores de los gatos han aceptado los programas para atrapar, esterilizar y liberar a los gatos. La mayoría de los grupos de conservación de aves se oponen a esta política y PETA —un grupo defensor de los derechos de los animales— está moralmente en contra, pero estas organizaciones apenas ofrecen alternativas viables, aparte de no permitir que los gatos salgan de casa (una idea excelente). Por su parte, los refugios de animales de Estados Unidos sacrifican a más de un millón de gatos abandonados, una solución impopular al problema.

Yo, por mi parte, no tengo la respuesta, pero sí una sugerencia. Cuando llevé a Bernstein al veterinario para que lo esterilizaran, tendrían que haberle colocado un microchip. Esta práctica debería normalizarse, no ser un mero complemento voluntario. Cuesta menos colocar un chip del tamaño de un grano de arroz que llevar a cabo un análisis de sangre, pero los microchips brillan por su ausencia en el mundo de los gatos domésticos.

Tendríamos menos gatos en libertad si les colocáramos chips a todos: los animales perdidos podrían devolverse fácilmente y podría rastrearse a los dueños de los abandonados. A cambio, pagaría alegremente una tasa, sobre todo si parte de esa aportación se destinara a mejorar nuestro sistema de refugios y otros programas diseñados para abordar la población de gatos callejeros con recursos adecuados. Incluso una pequeña tasa única por cada gato de Estados Unidos —insignificante frente al coste de toda una vida de comida para gatos— podría generar miles de millones de dólares. Sé que no es una solución perfecta ni completa y habría que aclarar un embrollo de detalles. Pero regular a los gatos sería un buen punto de partida para mitigar nuestra actual batalla campal de felinos.

Nadie que ame a los animales quiere dejar este tipo de legado. Debemos hacer lo posible por cuidar del planeta, porque somos responsables de él. Bernstein está demasiado ocupado observando aves de forma segura por la ventana de nuestro salón.

Noah Strycker escribe, observa aves y fotografía desde Oregon. Entre sus libros figura Birding Without Borders, sobre su récord mundial de 2015, cuando encontró 6042 especies de aves en un solo año.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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