La pandemia amenaza medio siglo de esfuerzos para proteger a estos monos amenazados
La propagación de la COVID-19 en Brasil ha obstaculizado un importante programa de vacunación para proteger al tití león dorado de la fiebre amarilla.
Unos titíes leones dorados, una especie en peligro de extinción, en la rama de un árbol del Bosque Atlántico de Brasil. Aunque sus poblaciones se han recuperado de solo unos cientos en los años setenta a unos miles en la actualidad, los brotes de fiebre amarilla podrían erradicar ese progreso.
La propagación rampante de la COVID-19 en Brasil ha puesto en peligro más de medio siglo de iniciativas de conservación para proteger a un monito de color naranja, el tití león dorado.
En los años setenta, las poblaciones de titíes leones dorados —que se llaman así por sus melenas leoninas y que son autóctonos de Brasil— habían quedado reducidas a solo 200 ejemplares debido a su captura para el comercio de mascotas y la destrucción y fragmentación de su hábitat en el Bosque Atlántico. Un conjunto de iniciativas —como la investigación genética y reproductiva, la cría en cautividad y los traslados a hábitats que necesitaban más ejemplares— contribuyeron al crecimiento de las poblaciones hasta unos 3700 ejemplares para 2014.
Entonces, apareció otro obstáculo: en 2017, un brote de fiebre amarilla mató a casi un 30 por ciento de la población recuperada. Ahora, años de esfuerzos para vacunar a los monos contra la fiebre amarilla se han paralizado debido a la pandemia de coronavirus.
«Fue una sorpresa que los titíes murieran» de fiebre amarilla, afirma Russ Mittermeier, director de conservación de la organización sin ánimo de lucro Global Wildlife Conservation, que lleva estudiando al tití león dorado desde los años setenta. Se sabe que otras especies de mono son susceptibles a la enfermedad, pero no los titíes leones dorados. «Otro brote sería desastroso».
El desplome de la población
A mediados de 2017, los titíes leones dorados empezaron a desaparecer.
Carlos Ramon Ruiz-Miranda, primatólogo de la Universidad Estatal del Norte Fliminense y sus colegas estaban terminando un reconocimiento rutinario de la población de estos monitos. Brasil estaba sumido en pleno brote de fiebre amarilla —el peor en 80 años—, que había avanzado por el sudeste del país y matado a más de 250 personas y a miles de monos en el Bosque Atlántico.
Cuando Ruiz-Miranda no pudo encontrar ningún tití león dorado en la Reserva Biológica Poço das Antas, una de las principales regiones de estudio desde 1985, se sintió desconcertado.
«Me preocupó y me asustó un poco, porque es una población grande, y de repente me di cuenta de que había ocurrido algo malo», cuenta.
Los lugareños enseguida empezaron a llamar al investigador para informarle de que había titíes enfermos en el suelo, incapaces de trepar a los árboles.
«Es muy raro encontrar titíes leones dorados muertos tirados en un pasto», afirma Ruiz-Miranda, que también es el presidente de la organización sin ánimo de lucro Golden Lion Tamarin Association, un grupo de conservación con sede en Brasil. Los monos suelen permanecer en el bosque y solo cruzan los pastos brevemente cuando pasan de un fragmento del bosque a otro, y sus cadáveres desaparecen enseguida por los depredadores y la humedad elevada de la zona en la que viven. «En todos los años que llevaba trabajando con ellos, nunca había visto aquello».
En mayo de 2018, los científicos confirmaron la primera muerte de un tití león dorado por fiebre amarilla. Al año siguiente, un estudio desveló la gravedad real de la situación: el brote de fiebre amarilla había hecho que la población se desplomara casi un tercio, quedando reducida a solo los 2516 monos que quedan hoy en día. En la Reserva Biológica Poço das Antas, en Río de Janeiro, los investigadores confirmaron que aún vivían 30 titíes leones dorados, pero la población de la reserva había caído un 70 por ciento.
Ruiz-Miranda y otros miembros de la Golden Lion Tamarin Association y de Save the Golden Lion Tamarin, una ONG con sede en Estados Unidos, decidieron que vacunarlos era lo mejor para salvar a la especie.
En muchos casos, la vacunación de poblaciones enteras de primates sería imposible, pero los titíes leones dorados viven en una región pequeña y los investigadores los vigilan muy de cerca, así que parecía viable, según explica Sérgio Lucena, primatólogo y director del Instituto Nacional del Bosque Atlántico. Para lograrlo, «la vacuna debe utilizarse de una forma muy exacta y dentro de una zona muy restringida», señala.
Hasta 2018, los científicos desconocían que la fiebre amarilla podía afectar a los titíes leones dorados, pero las pruebas y los estudios de las poblaciones confirmaron que un brote reciente había hecho que sus poblaciones menguaran un 30 por ciento.
Tras administrar la primera ronda de vacunas —de las que los humanos recibimos una versión diluida— a titíes leones dorados y comprobar que era segura, el mayor problema era obtener el permiso para administrársela a los monos en el bosque. Era la primera vez que se solicitaba esto al gobierno y no existía un proceso claro para su aprobación.
Entonces, mientras Ruiz-Miranda y su equipo esperaban un último permiso antes de salir al campo a vacunar a cinco de los grupos sociales de los monos, llegó la pandemia de COVID-19.
Vacunar monos durante una pandemia
Los investigadores, que han trabajado desde casa y no han podido salir para continuar con su trabajo de campo, han perdido siete meses.
«Nos sentimos muy frustrados e irritados por la burocracia», afirma Ruiz-Miranda. «Hacíamos llamadas cada semana para que la vacunación avanzara y para recibir una respuesta rápida por si perdíamos a los titíes».
Al final, su insistencia dio sus frutos en agosto. Volverán al campo en septiembre, permiso en mano. Una vez vacunen y trasladen a los primeros grupos, estarán en observación entre seis meses y un año antes de administrar el mismo tratamiento a más monos.
Para proteger a los investigadores de la propagación de la COVID-19, viajarán de dos en dos al bosque, lo que requerirá más vehículos y aumentará el tiempo y los costes necesarios para llevar a cabo su trabajo. Solo se permitirá que haya tres en el laboratorio a la vez y deben llevar mascarillas todo el tiempo, no solo mientras manipulen a los monos. (No hay evidencias de que los titíes leones dorados puedan contagiarse del coronavirus de los humanos, pero tampoco de que no puedan.)
Se tarda hasta tres días en encontrar a los titíes leones dorados a los que rastrean mediante telemetría; pueden tardar hasta dos meses en encontrar a los que no llevan transmisores por radio. Una vez los encuentran, los colocan en una trampa especial donde los sedan para tomar muestras de sangre, hisopados y realizar un chequeo médico completo. La vacuna contra la fiebre amarilla puede administrarse mientras los monos están despiertos.
Si todo va bien, su objetivo es vacunar a 500 titíes leones dorados, la población mínima viable para mantener a la especie con vida en estado silvestre. Ruiz-Miranda espera que el tiempo que han perdido por la COVID-19 no haya pasado factura a la salud de la población.
«Cuanto más pequeña sea la población, más probabilidades habrá de que los liquide un acontecimiento catastrófico», afirma. «Si no hacemos nada, podríamos empezar a ver extinciones locales».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.