Estos cazadores de guacamayos se han convertido en sus salvadores
La población de guacamayos rojos de la mayor zona salvaje de Centroamérica había disminuido drásticamente. El pueblo indígena miskito intervino para ayudar a salvarlos.
Un guacamayo rojo se posa en la rama de un árbol al amanecer con la luna llena de fondo en La Mosquitia, Honduras. La región alberga la mayor área silvestre de Centroamérica y es el único lugar del país donde estas aves vuelan libremente. El ave nacional de Honduras había estado en peligro de extinción, pero la población ha repuntado gracias a los esfuerzos de conservación apoyados por el pueblo indígena miskito.
LA MOSQUITIA, HONDURAS - Son las 4:30 de la mañana. Detrás de un bosque de pinos, el sol empieza a iluminar el cielo con tonos brillantes y cálidos, acompañado por los graznidos de un pequeño grupo de apu pauni, como llaman los indígenas miskitos al guacamayo rojo. Las coloridas criaturas emplumadas, el ave nacional del país, se acicalan unas a otras mientras esperan a Anayda Pantin López, que ha dedicado los últimos 12 años a protegerlas.
"Lo hago con mucho amor porque son como mis hijos", dice Pantin. "Les doy arroz con frijoles, yuca y plátano. Cuando podemos, compramos comida para pájaros".
Los Miskitos viven en La Mosquitia, en el extremo noreste de Honduras, que cuenta con la mayor zona salvaje de Centroamérica y es el único lugar del país donde los guacamayos rojos vuelan libremente. Pantin y su marido, Santiago Lacuth Montoya, viven en una pequeña aldea llamada Mabita, donde la mayoría de sus habitantes protegen a estas aves exóticas y al resto de la fauna que las rodea.
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Wesly Lacuth Pantin se dispone a trepar a un altísimo pino donde anidan los guacamayos rojos para determinar si los polluelos han levantado el vuelo. Trepar a los árboles forma parte de los esfuerzos de conservación para proteger la población de aves ayudando a realizar investigaciones biológicas.
Anayda Pantin López alimenta a un pequeño grupo de apu pauni, como llaman los indígenas miskitos al guacamayo rojo. Los esfuerzos de conservación han ayudado a que la población de aves crezca de 500 en 2010 a más de 800 en la actualidad. "Los cuido con mucho amor", dice Pantin. "Verlos enfermos o heridos me entristece... Me emociono mucho cuando los veo volar. Me da mucha alegría".
Guacamayos rojos sobre una estructura casera de madera que sirve de nido atada a un pino en La Mosquitia. Los miembros de la comunidad han descubierto que los nidos caseros deben colocarse a más de una milla de distancia (1,6 kilómetros) para que las aves los utilicen.
Prepara comida dos veces al día para entre 40 y 60 guacamayos que acuden a su aldea para alimentarse. Pantin también cuida de otras aves en un centro de rescate donde las aves recuperadas de cazadores furtivos, o los polluelos sacados de sus nidos, son acogidos para cuidarlos hasta que puedan volver a volar libremente.
Hace años, su marido mantenía a la familia plantando judías, plátanos y yuca y vendiendo huevos y polluelos de guacamayo como mascotas, sin darse cuenta de que tendría un efecto perjudicial en la población de aves. Cuando supo que el número de guacamayos estaba disminuyendo drásticamente, Lacuth decidió convertirse en guardián de sus nidos. Se enfrentó a otros cazadores furtivos e intentó convencerles de que siguieran sus pasos.
"Me amenazaron, pero me aferré a mis pensamientos para convencer a todos de que dejaran de cazar furtivamente a los polluelos", dice el líder comunitario. "Durante muchos años los guacamayos me ayudaron vendiéndolos para poder comprar comida para mi familia. Ahora me tocaba a mí ayudarles".
Antes de 1990, la caza y venta de especies silvestres era legal y miles de guacamayos desaparecieron, poniendo a algunos de los animales en peligro de extinción.
Desde 2010, la comunidad miskita ha unido fuerzas con organizaciones locales e internacionales para proteger a la población de aves de los cazadores furtivos. Como resultado, el área de cobertura de protección y vigilancia de aves ha pasado de unas 15 000 hectáreas cuando comenzó el programa a unas 440 000 hectáreas en la actualidad.
Anidando en pinos
Los guacamayos que se crían en esta parte de Honduras tienen una costumbre única: anidan en altísimos pinos. En otros lugares (desde México hasta partes de la Amazonia brasileña) estas aves anidan generalmente en bosques tropicales latifoliados donde los árboles mudan sus hojas estacionalmente.
Héctor Portillo empezó a visitar La Mosquitia hace más de 20 años para estudiar la especie. En 2010, su investigación determinó que la población de guacamayos rojos había disminuido a 100 aves, frente a las 500 que había en 2005.
El trabajo de Portillo llamó la atención de organizaciones internacionales, como One Earth Conservation, con sede en Nueva York, que aportó fondos para un programa de vigilancia y reforzamiento de la población de guacamayos con el apoyo de los residentes indígenas. A los antiguos cazadores furtivos se les pagaba unos 10 dólares (alrededor de 9,3 euros) al día por ayudar a cuidar de los guacamayos, y Panting fue nombrado director del proyecto en la comunidad.
Nora Allen Dias posa para un retrato con sus hijos delante de su casa en La Mosquitia. La viuda es una de las habitantes de la aldea de Mabita que ayudan a cuidar de los guacamayos como parte de los esfuerzos de conservación y para ganarse la vida. "Tengo que hacer el trabajo de hombres y mujeres para generar ingresos para mi hogar", dice.
Anayda Pantin López posa para un retrato en su dormitorio de La Mosquitia. Ella y su marido mantienen siempre un rifle y una pistola al alcance de la mano debido a la amenaza de ataques de cazadores furtivos.
"[Como organización] estamos en toda América, pero el proyecto de Mabita es uno de los más convincentes que conocemos por el compromiso de Pantin y Lacuth, y de toda la comunidad", afirma LoraKim Joyner, fundadora de One Earth Conservation.
Durante las primeras patrullas, Lacuth y su hermano recuperaron siete crías de guacamayo, que se llevó a casa para que las cuidara su mujer. Pantin asumió inmediatamente el papel de cocinera, enfermera y madre sustituta mientras las aves aprendían a volar. "Ella los hace vivir", dice Lacuth. "No todo el mundo puede hacer eso".
A pesar de tener su propia familia que alimentar, incluidos seis hijos y otros parientes jóvenes, la pareja optó por compartir parte de sus cosechas con las aves. "Es vital cuidar de ellos", afirma Pantin. "A veces escasea la comida, pero siempre hacemos lo posible para que tengan algo que comer".
Anayda Pantin Lopez camina hacia una jaula para dar de comer a guacamayos rojos salvajes en un centro de rescate de La Mosquitia, Honduras, donde las aves recuperadas de cazadores furtivos, o los polluelos sacados de sus nidos, son acogidos para cuidarlos hasta que puedan volver a volar libremente.
En esta imagen de archivo, un biólogo examina un polluelo de guacamayo rojo de un día que forma parte de un programa de cría en Centroamérica. En Honduras, los residentes de la comunidad miskita han aprendido a manipular a los polluelos, a medirlos, pesarlos y documentar la información para su posterior análisis como parte de los esfuerzos de conservación.
Una guacamayo escarlata, el ave nacional de Honduras, se posa en un árbol de La Mosquitia, que cuenta con la mayor área silvestre de Centroamérica. Es el único lugar del país donde los guacamayos rojos vuelan libremente.
Entre noviembre y mayo de cada año, los guacamayos ponen entre dos y cuatro huevos. Los polluelos nacen con los ojos cerrados y poco plumaje. Durante sus primeras 10 semanas, ambos padres cuidan de los polluelos, alimentándolos de cuatro a seis veces al día. Las crías tardan entre 40 y 45 días en alcanzar su tamaño máximo, y entre 10 y 16 semanas en volar y aprender a alimentarse.
Los habitantes de Mabita desconocían el impacto nocivo de extraer crías de guacamayo de su entorno natural. "En esta región no se ve mucho dinero. Antes de 2010, la única forma de conseguirlo era vendiendo los guacamayos", cuenta Lacouth, el antiguo cazador furtivo reconvertido en conservacionista. "Al ver que estaban desapareciendo, decidí, junto con la comunidad, protegerlos. Los guacamayos me ayudaron a sobrevivir, y ahora me toca ayudarlos a ellos".
Gabriela Lacoth Sudia juega con su hija Luna en el porche de una casa de La Mosquitia, en el extremo noreste de Honduras, donde se encuentra la mayor zona salvaje de Centroamérica.
Coloridos guacamayos rojos vuelan hacia los pinos de La Mosquitia (Honduras), donde anidan. En otros lugares (desde México hasta partes de la Amazonia brasileña) estas aves anidan generalmente en bosques tropicales latifoliados donde los árboles mudan sus hojas estacionalmente.
Otros residentes de Mabita se unieron al esfuerzo de Lacuth y Pantin, pasando de extraer a los polluelos de sus nidos a trepar a los árboles para ayudar a realizar investigaciones biológicas. Los residentes aprendieron a manipular a los polluelos, a medirlos, pesarlos y documentar la información para su posterior análisis.
"Me gustaba tener loros en casa como mascotas, pero la Dra. LoraKim nos explicó la importancia de estas aves para la naturaleza y por qué deberían ser libres", dice Celia Lacoth, la única profesora de la comunidad.
En 2014 llegaron fondos adicionales del Servicio de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos (USFWS) y la Fundación Darwin de Reino Unido también intervino para apoyar los esfuerzos de conservación y participación de la comunidad. Estos recursos ayudaron a sistematizar el proceso de documentación y a marcar los árboles con nidos de guacamayos mediante puntos GPS. El área de cobertura de protección y vigilancia pasó de unas 15 000 hectáreas en 2010 a unas 400 000 hectáreas en la actualidad.
"Gracias a esto, hemos podido conocer el estado de conservación de la biodiversidad en casi toda la región de la Mosquitia", afirma Portillo.
Futuro sombrío
Desde el inicio del proyecto, la población de guacamayos rojos ha pasado de 500 a más de 800 ejemplares. Sin embargo, preocupa que los avances logrados hasta ahora sufran un revés: la financiación del programa de participación comunitaria terminó en junio de 2022.
Pero hay otros programas en marcha para ayudar a seguir a los animales. Se ha construido un centro para enseñar a los visitantes sobre los guacamayos, y el Gobierno hondureño se ha comprometido a crear un "batallón verde" dentro del ejército para mantener alejados a los cazadores furtivos, alejar a los narcotraficantes y evitar la tala ilegal que perjudicaría los lugares donde anidan las aves.
Nora Allen Dias, Janneth Sanchez y Mirsa Lacoth Jackson hacen una pausa durante una patrulla para inspeccionar crías de guacamayo rojo en un nido cercano en La Mosquitia (Honduras). Desde 2010, organizaciones locales e internacionales han trabajado con los residentes de la zona para proteger a la población de aves de los cazadores furtivos. Antes de 1990, la caza y venta de especies silvestres era legal, y miles de guacamayos desaparecieron, poniendo a algunos de los animales en peligro de extinción.
Nora Allen Dias participa en una patrulla para evaluar el estado de los nidos de guacamayo rojo en el bosque de La Mosquitia. Forma parte de un programa para vigilar y reforzar la población de guacamayos con el apoyo de los residentes indígenas miskitos.
Mientras tanto, los miembros de la comunidad miskita se han comprometido a seguir protegiendo al ave nacional del país.
"Ahora hemos visto que el número de aves ha aumentado", dice Pantin. "Pero eso no cambia nuestro objetivo, que es seguir cuidándolas para que nuestros hijos y nietos tengan la oportunidad de disfrutar de todo lo que nos da la naturaleza".
El fotógrafo Alejandro Cegarra reside en Ciudad de México. Fotografió guacamayos en su Venezuela natal en 2022. Síguelo en Instagram @alecegarra.
Jorge Rodríguez, residente en Guatemala, es un nuevo colaborador de National Geographic. Síguelo en Twitter.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.