Puede que perdamos estas ballenas para siempre si no reducimos la velocidad

Moby Dick hizo famosas a las ballenas francas del Atlántico Norte y les puso una diana en la espalda. Ahora, se acercan de nuevo a la extinción y sólo quedan 365 ejemplares.

Por Melissa Hobson
Publicado 29 ene 2024, 10:14 CET
Una ballena franca del Atlántico Norte nada cerca de la superficie para alimentarse en la bahía ...

Una ballena franca del Atlántico Norte nada cerca de la superficie para alimentarse en la bahía de Cape Cod. Antaño había miles de ballenas francas a lo largo de la costa este de Estados Unidos, pero hoy sólo quedan unas 350.

Fotografía de Brian Skerry and Steve De Neef

El 6 de enero de 2024, una rara cría de ballena franca del Atlántico Norte fue vista en Carolina del Sur (Estados Unidos) con lesiones devastadoras en la cabeza, la boca y el labio producidas por la hélice de un barco. Funcionarios de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAAA, por sus siglas en inglés) predijeron que podría tener dificultades para amamantarse y que probablemente moriría a causa de sus heridas.

Las lesiones parecían estar curándose cuando fue vista de nuevo poco más de una semana después, pero los expertos siguen preocupados por este ejemplar y por la supervivencia de la población.

Sólo quedan 356 ballenas francas del Atlántico Norte vivas después de que la caza de ballenas diezmara la especie en el siglo XIX. ¿Podrían las colisiones con embarcaciones y la sobrepesca acabar con ellas?

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La difícil situación de las ballenas francas del Atlántico Norte

En su novela de 1851 Moby Dick, Herman Melville describe a la ballena franca como "el más venerable de los leviatanes, ya que fue el primero cazado regularmente por el hombre".

Para los balleneros (que las buscaban por su aceite y sus barbas) eran las ballenas adecuadas para cazar. Estas lentas nadadoras se encontraban cerca de la costa y flotaban una vez muertas, por lo que a los arponeros les resultaba fácil matarlas y recuperar el cuerpo.

Cuando se establecieron medidas de protección en la década de 1930, la población, que llegó a rondar los 21 000 ejemplares, estaba casi extinguida. "Se pensaba que la especie del Atlántico Norte sólo contaba con un par de docenas de animales", explica Amy Knowlton, científica del Acuario de Nueva Inglaterra (EE. UU.).

La especie se recuperó y llegó a tener casi 500 ejemplares en 2010, antes de volver a descender en torno a 2017. El declive más reciente se ha estabilizado, pero la especie sigue en peligro crítico. De las 13 crías nacidas esta temporada, una está herida y otras dos desaparecidas.

En Norteamérica, las ballenas francas del Atlántico Norte (Eubalaena glacialis), apodadas ballenas vasca, suelen encontrarse cerca de la costa entre Florida y el Atlántico canadiense. Su hábitat (incluidas las zonas de cría) se solapa con las rutas marítimas, los caladeros y la actividad de las embarcaciones de recreo.

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Colisiones con embarcaciones

Las colisiones con embarcaciones son una de las principales amenazas para las ballenas francas. Las madres y sus crías corren mayor riesgo porque pasan mucho tiempo en la superficie y son muy difíciles de ver. Ni siquiera "los observadores de ballenas francas entrenados pueden verlas desde los barcos", afirma Francine Kershaw, científica del Natural Resources Defence Council.

En el sureste de EE. UU., las embarcaciones de más de 19 metros no pueden navegar a más de 10 nudos entre noviembre y abril, cuando las ballenas están pariendo y son más vulnerables. Las investigaciones demuestran que respetar estos límites de velocidad protege a varias especies de ballenas.

"Uno va despacio por una zona escolar porque no quiere hacer daño a un niño", dice Regina Asmutis-Silvia, directora ejecutiva de Whale and Dolphin Conservation.

Sin embargo, según el Observatorio de Velocidad de Buques de Oceana, el 79% de los buques infringieron los límites de velocidad entre el 9 de diciembre de 2023 y el 3 de enero de 2024. Uno de ellos más que triplicó el límite de velocidad, viajando a 35,8 nudos.

Para Harry Eckman, director ejecutivo de World Cetacean Alliance, una organización sin ánimo de lucro que imparte formación en línea sobre prevención de colisiones con buques a compañías marítimas, incluidas las que colaboran con expediciones de National Geographic, la solución es "muy sencilla": saber dónde van a estar las ballenas, tener un observador en cubierta y reducir la velocidad.

Viajar más despacio también reduce las emisiones de CO2 y el consumo de combustible, con el consiguiente ahorro de dinero, "además de las evidentes ventajas medioambientales y de reputación que supone no matar a un cetáceo", afirma.

Aunque los límites de velocidad solo se aplican a los grandes barcos, las embarcaciones más pequeñas aún pueden causar lesiones letales. En 2021, una embarcación de 16 metros mató a una cría. "Pero ese tamaño de embarcación no está regulado por la norma de velocidad porque es [para] embarcaciones de más de 65 pies [19 metros]", dice Knowlton.

Se han hecho propuestas para incluir las embarcaciones de más de 10 metros (alrededor del tamaño de un autobús escolar) en esta legislación, pero aún no se han puesto en marcha.

Los conservacionistas esperan ansiosos una actualización, sobre todo porque actualmente no existe ninguna tecnología que permita a los buques detectar ballenas en tiempo real. Reducir la velocidad es la única solución viable en estos momentos para proteger a estas ballenas de las colisiones.

Enredos con la pesca  

Al compartir su espacio con los caladeros, las ballenas francas del Atlántico Norte corren el riesgo de quedar atrapadas en las artes de pesca.

"Hasta el 86% de la población ha quedado enredada al menos una vez y algunas hasta nueve veces", afirma Knowlton.

La pesca con artes fijos (que se dirige a especies como el cangrejo y la langosta) tiene una trampa en el lecho marino con una cuerda atada a una boya en la superficie para evitar que el equipo se pierda en el mar.

Las ballenas suelen asustarse al encontrarse con esta cuerda. Sobresaltadas, en lugar de alejarse, "en realidad... entran en pánico y ruedan hacia ella", dice Asmutis-Silvia.

Estas cuerdas pueden rajar a los animales, cortarles el suministro de sangre, causarles infecciones o impedirles alimentarse si están heridas alrededor de la boca. Pueden tardar seis meses en morir.

Para evitar que se enreden, los aparejos de pesca de deriva modificados (o sin cuerda) almacenan el cabo en el fondo del lecho marino. Cuando los pescadores regresan para recuperar sus capturas, utilizan una señal acústica para sacar el cabo a la superficie.

Al evitar los enredos, la retirada de la cuerda del agua también evita que la industria pierda costosos equipos o capture especies que no pueden vender.

Además del transporte marítimo y la pesca, los efectos del cambio climático están dificultando la búsqueda de alimento para las ballenas francas. Esto provoca desnutrición y las empuja fuera de las zonas protegidas, que se designaron en función de la distribución anterior de la especie.

"Perder definitivamente a las ballenas francas del Atlántico Norte es una posibilidad real", afirma Kershaw, que predice que la especie podría superar el punto de recuperación en poco más de 10 años.

Las ballenas son vitales para el ecosistema por el papel que desempeñan en la circulación de nutrientes por todo el océano: se alimentan en aguas profundas y luego defecan en la superficie. ¿Qué le ocurriría al océano si desaparecieran las ballenas francas?

Según Asmutis-Silvia, existe una analogía de conservación que compara cada especie de un ecosistema con un tornillo de un avión. El avión podría sobrevivir sin algunos de ellos, pero ¿cuántos tornillos se pueden perder antes de que se estrelle?

En lo que respecta a la pérdida de biodiversidad, "no quiero averiguar qué tornillo era [el crítico]", afirma.

Los humanos somos el problema, así que podemos encontrar una solución, dice Asmutis-Silvia: "La población es viable y puede recuperarse si dejamos de matarla".

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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