La carrera por salvar de la extinción al “santo grial” de los anfibios
Un equipo de científicos descubrió un raro sapo hermoso encontrado en las montañas de Chile, un elusivo anfibio endémico de los bosques chilenos. Recogieron muestras de ADN para realizar análisis genómicos en apoyo de los esfuerzos de conservación e investigar posibles toxinas cutáneas.
En la última noche de una expedición de siete días, un grito triunfal atravesó la noche: “¡Telmatobufo!”. Los científicos vadeaban un arroyo frío, linterna en mano, para maravillarse ante el tesoro que tanto tiempo llevaban buscando en una grieta: un anfibio diminuto, de color marrón oscuro, ojos negros saltones, manchas anaranjadas brillantes y espalda abultada.
El sapo hermoso de las montañas de Chile (Telmatobufo venustus) es un raro anfibio que a menudo se confunde con un sapo debido a las protuberancias glandulares de su espalda, de hecho en inglés se las denomina false toads [sapos falsos]. Esta especie pertenece a un antiguo clado de anfibios de cuando los continentes se unieron como Gondwanaland hace casi 200 millones de años.
Sus antepasados coexistieron con los dinosaurios, y los sapos hermosos se desarrollaron al elevarse los Andes, adaptándose a la vida de montaña. Pero están más emparentados con las ranas de Oceanía que con las de Sudamérica, lo que las convierte en las únicas supervivientes de este linaje prehistórico en el continente. Hay cuatro especies de Telmatobufos, todas endémicas de Chile, pero son escasas y están amenazadas por la pérdida de hábitat.
“Los Telmatobufos son tan raros que siempre han sido como el santo grial de los herpetólogos”, dice José H. Grau, jefe de la expedición y biólogo especializado en genómica de la conservación en el Instituto Smithsonian de Biología de la Conservación de Estados Unidos.
Esta expedición forma parte de un proyecto para evitar la extinción silenciosa de los Telmatobufos, que podría producirse en unas décadas si no se toman medidas. El equipo está recogiendo muestras de ADN para secuenciar el genoma de T. venustus, con el objetivo de desarrollar estrategias de conservación y, con el tiempo, reintroducir en la naturaleza ejemplares criados en cautividad.
Una vista aérea muestra el bosque autóctono de Reumén amenazado por la industria maderera y los proyectos de turbinas eólicas. El bosque que queda, del tamaño de tres campos de fútbol, retiene el agua, mantiene niveles vitales de humedad y ayuda a prevenir incendios durante la estación seca.
Una aguja en un pajar
El primer avistamiento de un ejemplar de T. venustus se produjo en 1899; otro fue visto casi un siglo después, en 1983. Desde 2008 se han registrado algunos más, y cada vez más a partir de 2020.
A pesar de su rareza, una expedición de cinco miembros financiada por Revive & Restore y el zoo de San Antonio (Estados Unidos) estaba decidida a encontrarlo. Recorrieron 2414 kilómetros a través de bosques montañosos en el sur de Chile, explorando día y noche. Su última parada fue cerca de la Reserva Nacional Altos de Lircay, 273 kilómetros al sur de Santiago. Tras peinar una zona junto a un río durante el día, Grau volvió a visitarla por la noche y descubrió seis sapos hermosos escondidos entre las rocas húmedas.
El bioquímico José J. Núñez sostiene a Hope (esperanza en inglés), una Batrachyla antartandica rescatada a la que le falta una extremidad. El Laboratorio de Conservación de Anfibios de Chile pretende criar ranas amenazadas como Insuetophrynus acarpicus y Telmatobufo venustus.
“Fue una sensación increíble de asombro y respeto”, dice Grau. “No intentan huir. Tienen un metabolismo antiguo, lento y frío, y se mueven tan rápido como una tortuga”. El equipo también encontró dos renacuajos con boca de ventosa, una adaptación de hace 50 millones de años, cuando los Andes se elevaban y necesitaban agarrarse a las rocas para evitar las corrientes de los ríos.
Los científicos recogieron muestras de ADN de la piel y la boca de los Telmatobufos y las enviaron a EE. UU. para su secuenciación genética. También recogieron ADN ambiental (ADNe) de muestras de agua para detectar poblaciones desconocidas.
Vecinos y grupos ambientalistas advierten que el abandonado proyecto de la central Ñuble de Pasada, HidroÑuble, representa una amenaza para el bosque nativo y el hábitat de especies en peligro de extinción, entre ellas el Telmatobufo.
Múltiples amenazas
La secuenciación del genoma de los Telmatobufos ayudará a determinar su diversidad genética, su proximidad a la extinción y el tamaño de sus poblaciones a lo largo de miles de años.
Hoy están en peligro, pero el grupo espera que esto pueda revisarse a “en peligro crítico”. Las poblaciones restantes se enfrentan a amenazas como el cambio climático, la deforestación, los ríos contaminados y especies invasoras como la trucha y el visón.
Los científicos se enfrentaron a estos problemas durante la expedición, presenciando nuevas deforestaciones y reubicándose tras avistar truchas, conocidos depredadores de renacuajos. Atravesaron vastas plantaciones de pinos, una industria creciente en Chile que crea bosques pobres en biodiversidad.
José J. Nuñez, profesor de la Universidad Austral de Chile y director del proyecto, subraya la urgencia de los esfuerzos de conservación. Espera criar T. venustus en laboratorio y reintroducirlos en la naturaleza.
En el Laboratorio de Conservación de Anfibios, los investigadores observan un espécimen deTelmatobufo australis, una de las cuatro especies del género Telmatobufo. Esta instalación forma parte del Centro de Conservación de Anfibios de Chile, supervisado por el zoológico de San Antonio (Estados Unidos), el zológico del Roger Williams Park (EE. UU.) y el Centro de Humedales de la Universidad Austral de Chile.
Núñez afirma que la secuenciación genética permitirá comprender mejor la evolución de este antiguo clado y cuestionar la creencia de que Chile no tiene anfibios venenosos. Hace referencia a relatos de principios del siglo XX sobre chamanes mapuches que utilizaban una rana de río para rituales curativos y conexiones espirituales, sospechando que estas ranas eran Telmatobufos, que posiblemente producían una toxina de sus glándulas.
“Nos esforzamos por proteger una especie que no sólo tiene un legado histórico debido a su antiguo linaje, sino también legados como patrimonio natural y cultural”, afirma Núñez.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.