Los manatíes de Florida tienen una vida miserable por culpa de una plaga de peces invasores
Un siluro invasor pasta en el fondo calcáreo de Silver Glen Springs, en el Bosque Nacional de Ocala, Florida. El siluro llegó a Florida en la década de 1950, como resultado del comercio de acuarios y de propietarios irresponsables que liberaron los peces en las vías fluviales del estado.
Las mañanas de invierno en el Parque Estatal de Blue Spring, en el condado de Volusia (Florida; Estados Unidos), son silenciosas salvo por el piar de los pájaros. Los cipreses calvos asoman y el terreno boscoso que lo rodea es sereno, evocador de una Florida más antigua, intacta por el tiempo. El remo de Cora Berchem surca con destreza las aguas turquesas. Su canoa de investigación se desliza entre las grandes siluetas grises de los manatíes del manantial hasta que llega a un punto en el que cientos de ellos se apiñan. La superficie se rompe para revelar un hocico bulboso. Un manatí acaba de salir a respirar.
Cada invierno, cientos emigran a Blue Spring Run, un santuario protegido. El parque es una especie de meca de los manatíes, que acuden para conservar energía y mantenerse calientes en el agua de manantial a 22 grados. En 2024 se observaron más de 700 manatíes en un solo día. Berchem, Directora de Multimedia e Investigadora Asociada de Manatíes en la organización sin ánimo de lucro Save the Manatee, está de guardia por la mañana, observando a los animales en busca de lesiones, problemas de salud o crías no registradas. Los manatíes van a la deriva lánguidamente o descansan en el fondo del manantial; las madres acarician con el hocico a sus crías retorcidas. Desde la superficie, todo parece tranquilo.
Un persistente siluriforme se aferra a un manatí en Silver Glen Springs, en el Bosque Nacional de Ocala, Florida, y se niega a soltarlo hasta que se lo sacude.
Una invasión por irresponsabilidad
Pero Berchem sabe que no es así. Los manatíes están siendo vigilados por hordas de oscuros y espinosos siluros acechantes, muchos de ellos incluso enganchados al cuerpo de los manatíes. Llama la atención la coloración tinta de los siluros, que parecen formas muy oscuras moviéndose por el fondo del manantial, con una prominente aleta de vela, un patrón marrón púrpura parecido al de un gusano y un vientre plano muy adecuado para el pastoreo.
"Hemos visto hasta 20 siluros sobre un solo manatí. Se les sientan en la cabeza o en los ojos, y uno piensa en lo incómodo que puede resultar". dice Berchem.
El siluro (también conocido como pez gato o bagre) es una especie invasora que habita en el fondo marino, mide 60 centímetros de largo y llegó a Florida procedente de Sudamérica en la década de 1950 a través del comercio de acuarios y de propietarios irresponsables que liberaron a los peces en las vías fluviales del estado. Por lo general, los siluros son peces que pueden desplazarse por tierra durante las lluvias, ampliando su presencia hasta el punto de que, en esta región, se han vuelto imposibles de erradicar.
Con su caparazón acorazado y sus bocas chupadoras, estos peces tienen predilección por atormentar a los manatíes. Pero no es al manatí al que realmente persiguen, sino a las algas de su lomo, que son mejor alimento que una superficie resbaladiza como un lecho de algas. Las algas son arrancadas del lomo de los manatíes con dientes erizados, una sensación molesta y estresante para los manatíes. Eso provoca cambios fisiológicos y de comportamiento entre los manatíes en primavera, como un movimiento excesivo, que les lleva a bajar peligrosamente de peso y temperatura corporal.
Melissa Gibbs, profesora de Biología de la Universidad Stetson de DeLand (Florida), ha investigado el impacto en los manatíes. Descubrió que los ejemplares con siluros adheridos eran mucho más activos físicamente cuando llevaban siluros encima que cuando no los llevaban, lo que hacía que los manatíes gastaran innecesariamente una energía que necesitan para hacer frente a las condiciones de frío, lo que repercutía negativamente en su salud.
"Los manatíes se ponen nerviosos y dan vueltas de campana, y el siluro desaparece. Una vez que el manatí se tranquiliza, el siluro vuelve a posarse sobre él. Les molesta mucho", dice Gibbs.
Cuando los manatíes están en el manantial conservando su energía, no tienen nada que comer. Cuando los siluros se alimentan de las algas que crecen sobre los manatíes, estos se revuelven, se dan la vuelta, mueven la cola y nadan más, quemando calorías que necesitan conservar. Su tasa metabólica se dispara en respuesta al movimiento. Llegados a un punto, los manatíes deben abandonar el manantial y aventurarse de nuevo en el río frío para encontrar comida, que es donde reside el verdadero peligro. Como el río es mucho más frío, los manatíes son vulnerables a los golpes de frío y al estrés debido a su falta de grasa o capas aislantes.
El siluro es un nuevo factor de estrés que se suma a una lista cada vez mayor de problemas que amenazan a los manatíes, como la pérdida de hábitat y fuentes de alimento, las colisiones con embarcaciones y la interferencia humana. En la actualidad, los manatíes están amenazados, pero los grupos conservacionistas están solicitando que vuelvan a incluirse en la lista de especies en peligro, algo que tiene a la comunidad investigadora desesperada por encontrar una solución al entuerto.
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El bagre acorazado utiliza su boca en forma de ventosa y sus dientes erizados para raspar las algas de diversas superficies, incluido el lomo de los manatíes.
Un joven manatí rueda por un banco de arena, tratando de desalojar a un persistente siluro acorazado. Este pez es una molestia para los manatíes autóctonos de Florida, ya que interrumpe sus rutinas de sueño y pastoreo.
Los expertos buscan formas de ayudar a los manatíes a salir adelante
Del mismo modo que varias generaciones de manatíes se han dedicado a buscar refugio en la red de manantiales de Florida, también lo han hecho numerosas generaciones de siluros. Exterminarlos es casi imposible porque son demasiado astutos y están muy bien atrincherados. Berchem y Gibbs los han pescado con arpón, pero los peces se han adaptado a los esfuerzos de caza.
Gibbs sabía que los peces seguían al acecho, aunque estuvieran ausentes cuando se decidió a salir de caza. La prueba eran las heces de siluro, abundantes por la mañana en primavera. Resultó que los siluros abandonaban el manantial por la mañana y regresaban por la noche, como si supieran que no iban a ser cazados.
Ante la imposibilidad de erradicar al siluro, Gibbs sugiere mejorar la calidad de vida de los manatíes para que estén mejor equipados para afrontar los retos que les plantea el siluro. Los esfuerzos incluyen preservar y proteger los refugios de aguas cálidas, mantener los niveles de agua para soportar un elevado número de manatíes, y mantener las zonas de velocidad para que los manatíes tengan tiempo suficiente para alejarse de las embarcaciones. Aproximadamente el 96% de los manatíes tienen cicatrices de colisiones con embarcaciones, profundos cortes blanquecinos que cicatrizan y se agravan, para después cicatrizar y agravarse de nuevo con el paso de los años: una prueba permanente de la falta de cuidado de la humanidad.
Proteger y restaurar las praderas marinas (principal fuente de alimento de los manatíes) también es una prioridad. Muchas praderas marinas han sido destruidas a causa de la eutrofización, que se produce cuando la escorrentía de nutrientes de la tierra se filtra en el agua de mar y causa la proliferación de algas nocivas, es decir, un rápido crecimiento de algas bajo el agua. Las floraciones bloquean la luz solar de las praderas marinas, impidiendo así la fotosíntesis y provocando su muerte.
Cuantos menos problemas externos tenga que afrontar un manatí, más fácil le resultará enfrentarse al siluro. La retirada de los espacios naturales de basura y restos (como aparejos de pesca) es otra acción clave para ayudar a proteger a los manatíes. Un año en Blue Spring, cuenta Berchem, un manatí se quedó atascado en una rueda de bicicleta. "Intentamos atraparlo toda la temporada y nos eludió cada vez". Cuando volvió al año siguiente, el neumático había reventado y unos anillos profundos, aparentemente grabados, rodeaban su cuerpo.
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Cómo ha cambiado el mundo de los manatíes en medio siglo
De vuelta al agua, Berchem divisa una figura familiar. "Este es Merlín", dice, inclinándose para identificar a un macho de gran tamaño por el característico patrón de cicatrices de su espalda. Merlin es uno de los manatíes más viejos de Blue Spring, según Berchem. Dice que lleva aquí desde la década de 1970, cuando Jacques Cousteau vino al manantial para filmar Las sirenas olvidadas, un episodio del programa de televisión del famoso oceanógrafo.
La Dra. Melissa Gibbs, Directora de Biología Acuática y Marina de la Universidad de Stetson, en DeLand (Florida), en su laboratorio junto a una colección de siluros invasores conservados. Gibbs, junto con un equipo de pescadores submarinos autorizados, consiguió extraer más de 8000 siluros invasores durante una sola inspección.
Berchem se pregunta cómo percibirán los manatíes de más edad los rápidos cambios medioambientales que se han producido a lo largo de su vida. El mundo que Cousteau capturó hace 50 años hace tiempo que desapareció, transformado ahora en uno en el que se ha reducido el caudal de los manantiales y han proliferado las algas, así como los nutrientes y también la expansión urbana. Es probable que los manatíes como Merlin hayan sido testigos de cambios inexorables en su mundo, desde el perturbador tráfico de embarcaciones hasta la cambiante disponibilidad de vegetación, pasando por el aumento de la presencia de siluros invasores en sus aguas.
Sin embargo, el siluro ha venido para quedarse. Aunque la coexistencia es tensa, los investigadores trabajan para mejorar otros aspectos de la vida de los manatíes y, en última instancia, evitar su declive.
La última reflexión de Berchem es: "Me pregunto por el tipo de desarrollo del que habrá sido testigo Merlin en los últimos 50 años de su vida. Es bastante impresionante".
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.