23 de diciembre de 2015
Las liebres y los conejos se parecen tanto, que muchos los confundimos. Efectivamente, forman parte de la misma familia (Leporidae), pero son especies distintas, al igual que, por ejemplo, las cabras y las ovejas.
Las liebres son de mayor tamaño, con orejas y extremidades más grandes que los conejos. Las mayores diferencias, sin embargo, se encuentran en los recién nacidos. Para empezar, la gestación de las liebres dura 42 días, frente a los 30 de los conejos. Las liebres recién nacidas, llamadas lebratos, están completamente desarrolladas, pues nacen ya con pelo y con los ojos abiertos, mientras que los conejos nacen sin pelo, con los ojos cerrados, y son incapaces de caminar o regular su propia temperatura.
También encontramos diferencias en sus hábitos, pues mientras que los conejos son conocidos por las madrigueras que excavan bajo la superficie, que les sirven de refugio, las liebres viven en pequeños montículos de tierra. Además, las liebres son animales más solitarios que los conejos, que son más sociables y viven en colonias de distinto tamaño.
El ritual de apareamiento de las liebres es bastante curioso: la hembra hace que el macho la persiga durante varios kilómetros, probando así si es un buen candidato para ser padre; si lo consigue, se apareará con él. Sin embargo, si no está preparada para aparearse con un macho que la persigue, podría ponerse en pie, apoyándose en sus extremidades posteriores, y pegarle un buen derechazo.
Con este cortejo no pretenden solo divertirse, sino que también se mantienen en forma. La velocidad es algo fundamental para la supervivencia de las liebres, pues viven, como hemos dicho, en espacios abiertos. Mientras que los conejos se esconden en sus madrigueras ante la amenaza de depredadores, las liebres confían en la velocidad de sus carreras. Por ejemplo, la liebre común puede correr a 37 cuerpos por segundo, lo que, por otra parte, las convierte en malas candidatas a mascotas.
Pues eso, ¡que no te den conejo por liebre!