5 de septiembre de 2010
Este enorme animal marino vegetariano se encuentra en aguas costeras cálidas desde África Oriental hasta Australia, entre ellas las del Mar Rojo, el Océano Índico y el Pacífico.
Está emparentado con el manatí y se parece a él, tanto en aspecto físico como en comportamiento, con la diferencia de que la cola del dugongo tiene forma de aleta, como la de la ballena. Ambos animales guardan parentesco con el elefante, aunque éste no se parece en absoluto a ellos, ni en aspecto físico ni en comportamiento.
El dugongo pasa día y noche pastando hierbas subacuáticas, hozando entre ellas con su hocico lleno de cerdas sensibles y masticándolas con sus duros labios.
Este mamífero puede permanecer bajo el agua durante seis minutos antes de salir a respirar a la superficie. En ocasiones respira «poniéndose de pie» sobre su cola y asomando la cabeza por encima del agua.
Los dugongos pasan la mayor parte del tiempo solos o en parejas, aunque a veces se reúnen en grandes manadas de un centenar de animales.
Las hembras paren una cría tras un embarazo de un año y ayudan al recién nacido a alcanzar la superficie y dar su primera bocanada de aire. El joven dugongo permanece junto a su madre durante unos 18 meses, montándose a veces sobre su ancho lomo.
Estos animales melancólicos son presa fácil para los cazadores costeros y han sido perseguidos durante mucho tiempo por su carne, su grasa, su piel, sus huesos y sus dientes. En la actualidad, el dugongo está protegido en todo su territorio, pero su población continúa en un estado delicado.
Se cree que los dugongos sirvieron de inspiración para las antiguas leyendas marineras sobre sirenas y nereidas.