Las cinco subculturas de la droga más impactantes del planeta
Las prácticas con droga, con profundas raíces en la tradición, son un arte aprendido en estos lugares.
Un fuerte estigma occidental impregna nuestra idea de cultura de la droga, una idea alimentada por nuestra percepción de las sustancias psicoactivas, los compuestos químicos creados por el hombre y las comunidades destruidas. Sin embargo, por todo el mundo, el uso de enteógenos —sustancias psicoactivas empleadas en contextos religiosos o chamánicos— por parte de los curanderos espirituales es un arte aprendida y exclusiva de los pueblos y regiones que la han estudiado durante siglos.
El fin último no consiste en alcanzar un «colocón supremo», sino obtener una comprensión de lo supremo, un proceso durante el cual el individuo ingiere una planta con propiedades psicoactivas para tener una conversación o escuchar. Ser uno con la naturaleza es una noción cautivadora, motivada por la necesidad de mantener una relación con una antigua voz y absorber su conocimiento.
Las derivaciones de la corrupción y la violencia son prueba de los altos costes humanos. Pero la atracción desarrollada por estas sustancias es tan fuerte que ya ha empujado a forasteros interesados a convertirse en participantes activos, creado un torbellino de turismo de la droga documentado y, como consecuencia, provocado la comercialización y mercantilización de la religión, lo que amenaza las prácticas en sí mismas y también, en algunos casos, las plantas en las que se basan.
Es complicado seguir las reglas cuando viajas: ¿cómo experimentas un lugar sin realmente acercarte y absorberlo al completo? Tendemos a quedarnos en apartamentos de barrio en vez de en cadenas hoteleras, buscamos comida callejera en vez de restaurantes caros, repetimos lo que hacen los lugareños, sea lo que sea. Dentro de este tipo de turismo, las fronteras comienzan a difuminarse. Puede que algunos digan que esta es la diferencia entre beber pisco sour en Cuzco y probar el té de ayahuasca en Iquitos: ambos te permiten catar las tradiciones locales, pero solo uno alberga el potencial de alterar un delicado ecosistema cultural.
Aquí te presentamos cinco ecosistemas mundiales como los que describimos, cada uno impregnado de su propia tradición de prácticas enteogénicas, que han atraído la atención de ojos curiosos, que levantan el velo de lo convencional para poder experimentarlas. Y, pese a que no podemos aprobar un viaje al siguiente nivel en México para conocer a Mescalito en una nube de peyote, sí podemos afirmar que los brillantes espejismos del desierto también han capturado nuestra atención.
Gabón, África Central
En Gabón, un país atravesado por el Ecuador en la costa oeste de África Central, existe un arbusto en el que florecen flores blancas y rosas y que da frutos naranjas insípidos. No es particularmente hermoso —ni su producto es destacable desde un punto de vista nutricional—, pero la planta iboga es sagrada, venerada por la tribu Babongo (entre otras), que descubrió sus poderosas y singulares propiedades hace miles de años, cuando se fundó una religión denominada Bwiti en torno a su corteza.
Una traducción libre de Bwiti sería «medicina de árbol sobrenatural» o «el ser que llama». Los practicantes de Bwiti consumen la corteza psicodélica para crecer espiritualmente a nivel individual y para fortalecer la comunidad. Pero, ante todo, se trata de un rito de paso, una iniciación a la sabiduría espiritual de la planta y a la conexión con el conocimiento ancestral.
La iboga, pese a ser venerada e intensa —provoca alucinaciones de ensueño aun con los ojos cerrados y sus efectos duran hasta 48 horas—, requiere una preparación compleja. Una vez se raspa la corteza de la raíz y se tritura en virutas o en un fino polvo, da comienzo una ceremonia dirigida por un N’ganga o chamán que incluye palmas, cantos y música compleja con abundante percusión. Se trata de un evento común en el que ancianos, curanderos y niños se sientan a su alrededor para ser testigos de cualquier mensaje que surja a medida que la iboga se revela, mientras el iniciado permite que la sustancia lo guíe y relata las visiones en alto y en tiempo real para que el N’ganga pueda interpretarlas y dirigir el proceso, también en tiempo real.
Regiones andinas y amazónicas, Sudamérica
Un chamán con la piel cubierta de una fina capa de sudor, sentado en una plataforma en las profundidades de la selva amazónica, canta icaros, o canciones ceremoniales, mientras Pachamama, o la Madre Tierra, se apodera de tus intestinos y los retuerce con todas sus fuerzas. Así empieza un periodo de vómitos intensos (y episodios de diarrea) que se da en la mayoría de las ceremonias con ayahuasca, en las que se libera la bilis, tanto física como emocional, para inducir un místico halo de cura trascendental. Esta se caracteriza por salvajes alucinaciones visuales y auditivas que desafían los límites del amor y del miedo durante las cuatro o seis horas siguientes.
La decocción de la planta tiene un aspecto turbio y un sabor desagradable, y se elabora a partir de hojas de chacruna y ayahuasca (y normalmente con estramonio y tabaco puro de la jungla llamado mapacho, añadidos para provocar la purga). Se cuece durante 12 horas y se bendice con humo de tabaco sagrado que el chamán exhala por encima y dentro del caldero. Ayahuasca, que es una palabra compuesta de dos vocablos del quechua (aunque con ortografía española), significa «viña de almas o cuerda de los muertos», dependiendo de la interpretación. Como sugiere el nombre, se trata de una poderosa llamada a Pachamama, una figura fundamental para las poblaciones indígenas y mestizas que la han invitado —en todas sus formas— a entrar en sus cuerpos durante siglos.
Noreste de México, sur de Texas
En los tórridos desiertos del noreste de México y el sur de Texas, la gente excava la tierra en busca de un pequeño cactus sin espinas que, según se dice, posee poderes fabulosos de visión que solo comparte con aquellos lo suficientemente fuertes y valientes como para recibirla. Uno no toma peyote, el peyote te toma a ti.
Mescalito, la personificación posterior de este cactus alucinógeno, se ha aparecido a aztecas, indios mexicanos y nativos americanos durante más de 5.000 años como piedra angular de las prácticas culturales y religiosas. Aunque las ceremonias pueden variar, suelen ser comunes, con un chamán que guía a un grupo mediante cantos especiales de peyote a medida que ingieren juntos los botones secos del cactus. Durante 10 o 12 horas, las alucinaciones (y los episodios de vómitos violentos para los principiantes) transportan al usuario a través del espacio y del tiempo por una serie de emociones, donde las visiones más desafiantes y temibles pueden ocultarse entre las sombras. La devoción que esto conlleva se halla en los límites del terror y la promesa de iluminación y respeto al poder del peyote no se exagera ni se sobrestima.
Islas del Pacífico
La kava (también conocida como kava-kava o yagona, «alimento de los dioses»), que probablemente sea el enteógeno más suave, es la única sustancia en este artículo que es legal en Estados Unidos para su uso fuera de contextos religiosos. La kava, conocida por sus propiedades para la pacificación en las islas del Pacífico, como Hawái, Vanuatu y Fiji, es una parte intrínseca de la vida tradicional polinesia y se usa en todo, de lo sagrado a lo social. Actúa como mediadora o mensajera espiritual entre la persona y el Vu, o la fortaleza de espíritu; según se dice, sin la kava, el Vu no se manifiesta.
Las raíces largas y retorcidas de esta planta frondosa pueden machacarse frescas o secas, masticarse o pulverizarse de otra forma para preparar esta bebida lechosa y opaca. Es como si ronronease dentro del estómago, proporcionando una extraña mezcla de tranquilidad y euforia a la vez que mantiene la agudeza mental. Sin embargo, el consumo prolongado sumerge al consumidor de kava en un mar de quietud mental, una especie de ensueño agradable. Pero uno tiene que enfrentarse el estupor de la kava con la actitud adecuada —como preguntarle en qué dirección ir o meditar sobre una pregunta— para poder ser guiado a conciencia por su calidez.
Oaxaca, sur de México
En la década de 1950, una tradición secular mazateca en Oaxaca se filtró poco a poco desde su protección histórica hasta llegar a las bocas de dos americanos que relataron el testimonio de sus «profundas» experiencias al volver a casa en un famoso reportaje fotográfico de la revista Life. Así, comenzó un tempestuoso y vasto amorío con los hongos psilocibios, las setas alucinógenas que Timothy Leary defendió por sus propiedades psicológicas y religiosas en el Harvard Psilocybin Project.
En su forma pura, la costumbre mazateca, compartida por otros pueblos mesoamericanos precolombinos, tiene un propósito medicinal: la curación de las enfermedades físicas, mentales y éticas. Como con la ayahuasca y el peyote, se rinde honor a estos hongos por su capacidad para guiar a los usuarios a través de sus realidades para romper la convención e incitar la perspectiva, introduciendo nuevos cauces para alcanzar la compasión y la empatía consigo mismos y con el mundo. El ritual sagrado es una práctica mazateca comunal. Los hongos se bañan en humo de incienso de copal y después se comen de dos en dos para representar la dualidad y el poder de los sexos unificados. Juntos, los participantes comparten la oscuridad y el silencio de una cabaña, con el chamán como la voz designada por el grupo, un canal a través del que las setas comienzan a hablar. Y cuando hablan, tienen mucho que decir.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com en mayo de 2017 y se actualizó en enero de 2019.