El Mediterráneo estuvo a punto de secarse, pero una megainundación lo revivió
El rellenado del Mediterráneo hace unos cinco millones de años podría haber sido la mayor inundación en la historia de nuestro planeta.
Las serenas aguas turquesas del mar Mediterráneo ocultan un secreto: bajo la cuenca acecha una capa de sal de hasta 3,2 kilómetros de grosor. Los minerales blancos como la leche son uno de los pocos vestigios de un antiguo mar Mediterráneo que desapareció hace millones de años. Algunos científicos creen que el mar entero se evaporó durante un tiempo, desecándose como el Sáhara al sur.
Tras décadas de estudio, los detalles respecto a la desecación del mar y los torrentes de agua que rellenaron la cuenca siguen siendo un misterio. El rellenado del Mediterráneo hace unos cinco millones de años podría haber sido la mayor inundación en la historia de nuestro planeta y que, según la hipótesis, puso fin a la denominada Crisis de Salinidad del Messiniense. Según una estimación, la cascada de agua que llenó la enorme cuenca fue unas 500 veces superior al caudal del río Amazonas.
«Fue algo sensacional», afirma Daniel García-Castellanos, del Instituto de Ciencias de la Tierra Jaume Almera (ICTJA) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). En un análisis publicado en Earth-Science Reviews en 2020, García-Castellanos y su equipo identificaron un cuerpo de sedimentos que podría haber sido depositado por la megainundación.
Sin esta reconexión con el océano Atlántico, no existiría el Mediterráneo tal y como lo conocemos. Los barcos no podrían haber cruzado esta vía acuática para abastecer las ricas culturas que han salpicado su litoral desde las primeras etapas de la civilización humana. En la actualidad, el mar Mediterráneo es una surtidor vital para la circulación global de agua. La evaporación infunde sus aguas con una dosis adicional de sal, que confluye con el Atlántico y contribuye a impulsar las cintas transportadoras oceánicas que circunnavegan el planeta, influyendo en las temperaturas y los patrones de tormentas, entre otros factores.
Conforme las temperaturas modernas siguen aumentando y los casquetes glaciares siguen menguando en los polos, averiguar qué procesos nos dieron el planeta que tenemos actualmente es «muy importante», explica Rachel Flecker, geóloga de la Universidad de Bristol.
La inundación del eón
Hoy en día, los 3 735 000 kilómetros cúbicos de agua del mar Mediterráneo se evaporan constantemente: cada año se convierten en vapor casi 120 centímetros de agua. Las lluvias y los ríos no son suficientes para saciar el sistema. La única fuente de agua que preserva la estabilidad de esta masa es un flujo constante del vecino océano Atlántico a través del estrecho de Gibraltar.
Hace millones de años, los movimientos tectónicos bajo la superficie podrían haber desplazado el paisaje hacia arriba, obstaculizando este vínculo vital entre el Mediterráneo y el Atlántico. Es probable que siguiera entrando agua en la cuenca, pero el cambio podría haber cortado la ruta de escape de las densas corrientes salinas que circulaban por el fondo de la cuenca. Hace unos seis millones de años, las sales empezaron a amontonarse. Esta acumulación habría sido suficiente para proporcionar a los 7700 millones de habitantes de la Tierra el equivalente a casi 50 grandes pirámides de Guiza llenas de esta sustancia.
Algunos investigadores sugieren que la región se desecó parcialmente antes de la inundación y dejó una cuenca enorme con una profundidad superior a 1600 metros por debajo del nivel del mar actual. Lo único habría quedado entre la cuenca vacía y el poderoso Atlántico es una estrecha franja de tierra en la ubicación actual del estrecho de Gibraltar (aunque la amplitud exacta de este antiguo puente terrestre aún es incierta).
Hace unos 5,3 millones de años, una inundación masiva (denominada megainundación del Zancliense) traspasó esta divisoria y reconectó el océano y el mar. Sin embargo, tanto el grado de desecación del Mediterráneo como la magnitud de la inundación son temas de debate. Ante las pocas pruebas disponibles, García-Castellanos y su equipo se preguntaron con qué rapidez podría haberse rellenado una cuenca mediterránea. Es probable que al principio esta brecha fuera solo un goteo sobre la presa natural que conecta las actuales Europa y África, según sus modelos de un estudio de 2009. Pero la erosión enseguida asumió el control. «El proceso enseguida se vuelve imparable», afirma García-Castellanos.
Conforme el agua aumentaba, salía por una vía cuya profundidad aumentaba y permitía el paso de más agua. En su punto álgido, el flujo podría haber sido de 100 millones de metros cúbicos por segundo y haber llenado el mar en dos años o menos. Un fenómeno de tal envergadura habría excavado una cantidad de sedimento equivalente a al menos 400 millones de piscinas olímpicas, creado un canal por el estrecho de Gibraltar y tallado un cañón que se prolonga hasta el fondo marino.
«Es como el agua que sale de una manguera antiincendios», explica William Ryan, geólogo marino de la Universidad de Columbia que participó en el trabajo preliminar de identificar los depósitos de sal mediterráneos.
Este fenómeno transformó toda la región, no solo por mover el agua, sino que también cortó fragmentos de roca, arena y cualquier cosa que se interpusiera en su camino. «Con este tipo de energía, no se mueven sedimentos como granitos que rebotan en el fondo. Se arroja de todo en un estado caótico y muy turbulento», afirma Victor Baker, geólogo de la Universidad de Arizona y experto en megainundaciones.
Las piezas de un rompecabezas prehistórico
Los geólogos del siglo XIX no pensaban que fueran posibles inundaciones de esta escala. Exigían pruebas de procesos modernos para probar que hubiera ocurrido un fenómeno antiguo. «El problema es que las inundaciones gigantes son poco comunes», afirma Baker. De forma similar al catastrófico impacto del asteroide de Chicxulub que cambió para siempre la vida en la Tierra, las megainundaciones no ocurren cada año ni cada millón de años.
Los científicos empezaron a analizar la historia del Mediterráneo en la década de 1950, cuando hallaron depósitos de sal en el litoral que apuntaban a un mar antiguo particularmente salobre. En la década de 1970, los investigadores a bordo del Glomar Challenger extrajeron testigos del fondo marino, lo que al fin les permitió observar los restos salinos de esta época tumultuosa de la historia del mar.
Hallaron rasgos incrustados en las capas superiores de sal que se parecían a la superficie agrietada de un lodazal cuando se queda a secar al sol, una pista de que las aguas no siempre habrían fluido en la superficie, según Ryan. Con todo, aún hay un debate acalorado respecto a la cantidad exacta de agua que desapareció del Mediterráneo y durante cuánto tiempo lo hizo.
Con el paso de los años, muchos investigadores se han zambullido de lleno en el análisis de estas aguas misteriosas y, conforme aumentan las pruebas, más desconcertante es la situación. Wout Krijgsman, geólogo de la Universidad de Utrecht en los Países Bajos, afirma que en la cuenca se han hallado fósiles de criaturas que apuntan a un Mediterráneo casi lleno de agua justo antes de reconectarse con el Atlántico. Quizá antes de que se produjera la megainundación la región no era un desierto, sino un mar reducido.
Una de las preguntas principales que García-Castellanos y otros expertos han tratado de responder es a dónde se fue todo el sedimento. Se estima que habrían esparcido por la cuenca mediterránea 1000 kilómetros cúbicos de sedimento, acumulados en embolsamientos donde el flujo de agua era reducido. Pero los sedimentos, asentados mucho antes de que las personas pisaran esta región, están sepultados bajo el fondo marino.
Para conseguir pistas antiguas, los investigadores usan un método similar a una ecografía geológica: envían al fondo del Mediterráneo vibraciones sísmicas desde un barco y miden los ecos. Así, descubrieron un embolsamiento de roca y arena, posiblemente depositado por la inundación, justo al este de la frontera que divide las cuencas occidental y oriental. García-Castellanos y sus colegas analizaron datos sísmicos antiguos y creen haber encontrado otro cuerpo de sedimentos en forma de cuña que se extiende tras un volcán submarino. Flecker indica que aunque el descubrimiento de sedimentos resulta intrigante, no han extraído muestras, así que los científicos desconocen cuándo se formaron exactamente.
Con todo, es posible que las respuestas no tarden mucho en llegar. Flecker y otros expertos esperan perforar en varios lugares del Mediterráneo en busca de más pistas sobre estos momentos clave del pasado geológico de la región.
«Las perforaciones futuras podrían repercutir mucho a la hora de revelarnos qué pasó y cómo pasó», afirma Ryan.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.