La sobreexplotación de los acuíferos está acabando con nuestros ríos

Para 2050, miles de ríos y arroyos de todo el mundo podrían traspasar un umbral ecológico crítico.

Por Alejandra Borunda
Publicado 5 mar 2020, 13:02 CET
Río San Pedro
El caudal del río San Pedro, en Arizona, ha descendido en las últimas décadas debido a la extracción de agua subterránea en acuíferos cercanos. Los hábitats fluviales han sufrido conforme los niveles de agua descendían.
Fotografía de Will Seberger, NONE << Zuma Press, NONE Inc., Inc, Alamy

Hay más agua dulce oculta en acuíferos subterráneos que en cualquier otra fuente del planeta, salvo los mantos de hielo. El agua subterránea desempeña un papel fundamental en los ríos del mundo, del Misisipi al Ganges, y mantiene su curso incluso cuando la sequía disminuye su caudal.

Pero en las últimas décadas, los humanos hemos extraído miles de millones de litros de esos embalses subterráneos. La consecuencia, según una investigación publicada en Nature, es una «desecación lenta» de miles de ecosistemas fluviales de todo el mundo. Los autores afirman que entre el 15 y el 21 por ciento de las cuencas hidrográficas donde se produce extracción de agua subterránea han traspasado un umbral ecológico crítico y esa cifra podría dispararse de un 40 a un 79 por ciento para 2050.

Según Inge de Graaf, autora principal del estudio e hidróloga de la Universidad de Friburgo, eso quiere decir que cientos de ríos y arroyos de todo el mundo podrían quedar sometidos a tal estrés hídrico que su flora y su fauna alcanzarían un punto peligroso.

«Podemos considerar que este efecto ecológico es como una bomba de relojería. Si extraemos ahora el agua subterránea, no veremos las repercusiones hasta dentro de 10 años o quizá más. Así que lo que hagamos ahora afectará al medio ambiente durante muchos años», afirma.

El agua subterránea sostiene la vida moderna

El último río sin embalses del Sudoeste de Estados Unidos, el San Pedro de Arizona, solía fluir con un borboteo agitado. Las aves trinaban y chapoteaban en sus orillas cuando hacían paradas durante sus migraciones. Especies de peces poco comunes nadaban en los estanques.

Sin embargo, en los años 40 empezaron a excavarse pozos en zonas cercanas que absorbieron el agua limpia y fresca de los acuíferos de la región.

Resultó que una proporción considerable del agua que circulaba por el río no procedía de la lluvia ni del agua del deshielo, sino de esas fuentes subterráneas. Cuanta más agua se extraía, menos circulaba por el río y los humedales, los rodales de álamos, la fauna y las aguas impetuosas del San Pedro sufrieron.

El agua subterránea es el andamio oculto que apuntala gran parte de la vida moderna. En todo el mundo, casi el 40 por ciento de los alimentos que cultivamos se riegan con líquido extraído del subsuelo terrestre.

Pero muchos de los acuíferos de los que se saca el agua han tardado siglos o incluso milenios en llenarse: el agua de interior podría haberse filtrado por las grietas de la tierra cuando unos gigantescos mantos de hielo cubrieron el planeta hace 20 000 años.

Gran parte del agua se está extrayendo mucho más rápido de lo que puede reabastecerse. Esto tiene graves consecuencias potenciales para las personas que quieren beber agua y cultivar en zonas sin lluvia suficiente. Pero mucho antes de que surjan esas repercusiones, los efectos afectarán (y de hecho, ya han afectado) a los ríos, los arroyos y los hábitats que los rodean.

«Pensemos en un acuífero como una bañera llena de agua y arena», explica Eloise Kendy, científica experta en agua dulce en Nature Conservancy. Entonces, imagina que pasas el dedo sobre la arena, creando un caminito. Ese caminito se llena de agua que se filtra por la arena y llega al «arroyo».

«Si solo extraes un poquito de agua de la bañera, el arroyo va a secarse aunque aún quede bastante agua en la bañera. Pero en ríos sanos, los habremos destruido. Como los ríos no gritan, no sabemos necesariamente que corren peligro», explica.

El agua es vida hasta que desaparece

En la nueva investigación, el equipo adoptó un enfoque global y analizó dónde se extrae agua subterránea a tal ritmo que ha provocado que los niveles de agua descienden tanto en ríos y arroyos que han cruzado un umbral ambiental crítico: cuando los niveles del agua descienden a menos de un 90 por ciento del caudal medio durante la estación seca, el momento en el que más importa el agua subterránea para el caudal del río. Según Brian Richter, experto hídrico y científico de Sustainable Waters, atravesar ese umbral durante más de tres meses y durante al menos dos años seguidos pone en peligro la flora y la fauna de los sistemas de agua dulce.

«Puede haber una pequeña disminución del agua en esas épocas sensibles, pero ecológicamente es importante», afirma.

Las especies de agua dulce, como las que dependen de los ríos y arroyos sanos, son unas de las que más peligran en el mundo.

En el nuevo análisis, de Graaf y sus colegas descubrieron que del 15 al 21 por ciento de las cuencas hidrográficas donde se extrae agua subterránea ya han atravesado este umbral (se extrae agua en casi la mitad de todas las cuencas hidrográficas del planeta). Según ellos, conforme el cambio climático agrava las sequías en muchas partes del mundo, es probable que empeoren las presiones a las que estará sometida el agua subterránea (y, por extensión, los ríos y arroyos).

Sus predicciones podrían ser conservadoras. Como punto de referencia, usaron la demanda internacional de agua de 2010 y aplicaron un modelo del clima futuro para comprobar qué podría pasar en los sistemas de agua subterránea. Conforme aumenta la población y la demanda de alimentos, esos estreses podrían ser mayores por motivos diferentes al cambio climático, acelerando la extracción de fuentes de agua subterránea.

Sin embargo, las consecuencias de la sobreexplotación del agua subterránea tardan años, si no décadas, en manifestarse. Gretchen Miller, hidróloga e ingeniera de la Universidad A&M de Texas, explica que los cambios de las precipitaciones tienen efectos inmediatos y obvios en el caudal fluvial. Cuando cae lluvia, los ríos suelen llenarse. En cambio, el agua subterránea está escondida: los cambios pueden tardar mucho más en salir a la luz y no siempre se manifiestan en el lugar donde ocurre la extracción. Esto dificulta aún más la gestión de los acuíferos y solo una pequeña fracción de las cuencas hidrográficas han puesto en marcha planes para abordar estos problemas.

Entretanto, los ríos y los arroyos son «el canario en la mina de carbón», afirma Richter. «Son una señal que nos dice que usamos agua de forma no sostenible. Tenemos que examinar detalladamente lo que hacemos».

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.
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