¿Por qué podría tardarse más de un año en desarrollar una vacuna contra el coronavirus?
Si tenemos en cuenta la historia y la ciencia del desarrollo de vacunas, «de un año a 18 meses sería inaudito», señala un experto.
Un investigador trabaja en una vacuna contra el nuevo coronavirus en el laboratorio de investigación de la Universidad de Copenhague, Dinamarca, el 23 de marzo de 2020.
El Penn Presbyterian Medical Center está esperando a que llegue la ola. La plantilla del hospital de Filadelfia, en Estados Unidos, está preparándose para la tormenta que llegará cuando aumenten los casos de coronavirus, una tempestad que ya ha arrasado los estados cercanos de Nueva York y Nueva Jersey, abrumado sus sistemas sanitarios y dejado un gran número de víctimas a su paso.
«Pasas de un problema a otro y a otro y al final del día aún tienes 20 problemas por resolver porque pasan muchas cosas», afirma Judith O’Donnell, directora de prevención y control de infecciones del centro médico.
En todo Estados Unidos, sanitarios como O’Donnell se enfrentan a estas condiciones aplastantes sabiendo que podría pasar mucho tiempo hasta que podamos acceder a un arma muy útil contra el brote viral: una vacuna. Las vacunas detienen los brotes antes de que se desboquen, como evidencian los más de dos siglos durante los que se ha usado la tecnología médica para combatir con éxito enfermedades como el sarampión y la gripe.
Farmacéuticas y universidades están intentando desarrollar una vacuna contra la COVID-19 y según la Organización Mundial de la Salud hay al menos 62 iniciativas activas. Los expertos confían en el éxito de la vacuna basándose en evidencias preliminares de que los pacientes de coronavirus pueden producir anticuerpos, las proteínas de la sangre que atacan y neutralizan los virus.
Moderna Therapeutics ha suscitado expectativas, ya que consiguió una candidata a vacuna preparada para ensayos clínicos solo 42 días después de que se publicara la secuenciación genética del nuevo coronavirus. Con todo, aunque las autoridades públicas y las noticias enseguida lo citaron como un avance sin precedentes, la biotecnología que sustenta este medicamento ha existido durante casi 30 años y nunca ha dado pie a una vacuna que funcione contra una enfermedad humana. (Moderna Therapeutics no respondió a nuestras preguntas.)
Si el pasado sirve de indicador, el mundo no tendrá una vacuna de coronavirus hasta dentro de más de un año. Se tardó cuatro años en desarrollar la vacuna de las paperas (considerada la más rápida que se ha aprobado en la historia), desde la toma de muestras virales hasta su autorización en 1967. Los ensayos clínicos tienen tres fases y las primeras etapas de los ensayos actuales con la COVID-19 no se completarán hasta otoño, primavera de 2021 o mucho más adelante. Hay buenas razones para dedicar tiempo a las comprobaciones de seguridad. Por ejemplo, algunas vacunas preliminares para el SARS, la enfermedad que causa otro coronavirus, potenciaban la enfermedad en los experimentos piloto.
«De un año a 18 meses sería inaudito. Quizá se logre con las nuevas tecnologías o invirtiendo suficiente dinero, pero debemos tener cuidado con esas estimaciones de tiempo», afirma Peter Hotez, decano de la Facultad Nacional de Medicina Tropical de la Universidad Baylor.
Múltiples vías
Todas las vacunas funcionan convenciendo al sistema inmunitario del cuerpo para que organice una respuesta contra un invasor externo, ya sea una virus, una bacteria o un parásito. Los métodos clásicos consisten en tomar un virus entero, debilitarlo o matarlo e inyectar sus restos en el cuerpo de una persona. Ali Salemn, desarrollador de medicamentos y profesor en la Facultad de Farmacia de la Universidad de Iowa, indica que así es como se fabricaron vacunas tradicionales contra la viruela, el sarampión y la gripe.
Esta técnica tradicional depende de que el sistema inmunitario reaccione a las proteínas individuales que fabrica el germen, normalmente las que cubren la superficie del virus y provocan que el organismo genere anticuerpos. Con el paso del tiempo, los fabricantes de vacunas se percataron de que no necesitaban un virus entero y que podían sustituir una sola proteína para generar una respuesta inmunitaria sólida. Maria Elena Bottazi, decana adjunta de la Facultad Nacional de Medicina Tropical de la Universidad de Baylor, señala que es más fácil y barato fabricar este tipo de vacunas y que se han convertido en la variedad más común que usan los profesionales sanitarios.
Una traba tecnológica a la hora de desarrollar una vacuna contra la COVID-19 es que no existe ninguna predecesora médica probada para ningún tipo de coronavirus humano, a pesar de que los brotes de SARS de 2002 y MERS de 2012 causados por los parientes virales del nuevo coronavirus fueron disparos de advertencia que se cobraron unas 1600 vidas.
“Ya hemos vivido una epidemia por coronavirus por década en el siglo XXI.”
«Ya hemos vivido una epidemia por coronavirus por década en el siglo XXI. Sabíamos que sería una gran amenaza», afirma Hotez, que dirige con Bottazi el Centro de Desarrollo de Vacunas del Hospital Infantil de Texas, donde elaboran vacunas con proteínas para coronavirus y enfermedades ignoradas. Sin embargo, aunque dichos brotes alertaron al mundo del potencial virulento de la familia de los coronavirus, el SARS se extinguió antes de que la vacuna atravesara los ensayos clínicos y hubo muy pocos casos de MERS como para que los desarrolladores recibieran una financiación constante.
Aunque las previsiones preliminares de empresas como Moderna despiertan emoción y esperanza de un logro rápido, las candidatas pasadas que se han basado en una biotecnología similar han tenido dificultades para resultar eficaces en humanos. Los medicamentos de este tipo depositan el material genético básico de un virus (ADN o ARN) en células humanas, donde a continuación generan la proteína necesaria para provocar una respuesta inmunitaria.
Las vacunas con ADN y ARN tienen la ventaja de que se desarrollan más rápido una vez un fabricante de vacunas cuenta con el genoma publicado de un microbio. También es más fácil modificarlas para perfeccionar una respuesta inmunitaria beneficiosa. Esta táctica ha funcionado sistemáticamente en modelos animales de enfermedades y el 6 de abril una segunda candidata para la COVID-19 empezó los ensayos clínicos basándose en resultados positivos anteriores contra el MERS. Con todo, Bottazi y Hotez señalan que los humanos son diferentes y les preocupa que todo el bombo en torno a las vacunas de ADN y ARN cree falsas esperanzas.
«Si ves todos los intentos de crear vacunas para el VIH usando la plataforma del ADN, no se ha encontrado la fórmula exacta de cómo pasan estas moléculas de ADN a las células adecuadas», afirma, citando años de fracasos con esas vacunas para el VIH. «Es una parte oscura de la ciencia. Por eso aún son experimentales».
¿Quién obtendrá la vacuna primero?
Aunque los debates sobre la mejor manera de desarrollar una vacuna contra la COVID-19 parezcan académicos, el resultado puede determinar cuánto costará y, por consiguiente, quién podrá permitírsela. Bottazzi, Hotez y Salem afirman que desarrollar vacunas con ADN y ARN podría costar bastante más que las variedades tradicionales.
«Veremos muchas nuevas tecnologías que atravesarán el desarrollo clínico y creo que es positivo porque vamos a aprender mucho. Lo que más nos preocupa es que en el proceso ignoren a las personas más pobres del mundo», afirma Hotez, que junto a Botazzi ha presionado en favor de una vacuna anticoronavirus de bajo coste durante 10 años.
Seth Berkley, epidemiólogo médico y consejero delegado de GAVI Alliance, una asociación sanitaria internacional dedicada a expandir el acceso a la inmunización, explica que para impedir que eso ocurra, los líderes mundiales podrían tener que reunirse y firmar un acuerdo de acceso global. Dicho acuerdo podría contribuir a garantizar que las poblaciones vulnerables (los mayores, los sanitarios, las personas en epicentros con pocos recursos) consigan la vacuna primero. También permitiría que cualquier empresa o universidad que gane la carrera de la vacuna anti-COVID-19 transfiera cuanto antes su biotecnología a otros países.
Por ejemplo, la vacuna del ébola se desarrolló en Canadá, se transfirió a investigadores académicos y empresas biotecnológicas en Estados Unidos y finalmente se fabricó en Alemania. Ahora, gracias a la vacunación generalizada, el segundo mayor brote de ébola del mundo podría haber llegado a su fin.
Un acuerdo de acceso global también podría llevar a la creación de más de una vacuna anti-COVID-19, ambas eficaces, pero a precios diferentes para mercados diferentes. Bottazzi indica que dicha configuración ya ha se ha dado en el pasado con las vacunas antineumocócica y contra el papiloma humano (VPH).
Si aparece una vacuna contra la COVID-19, una incógnita importante es cuánto durará la inmunidad.
«Si te la administran una vez y la inmunidad es de por vida, sería una situación fantástica para el mundo», afirma O’Donnell, del Penn Presbyterian Medical Center. Sin embargo, la inmunidad a coronavirus que provocan resfriados suele durar solo uno o dos años, lo que sugiere que las personas necesitarían inyecciones estacionales de cualquier vacuna anti-COVID-19.
Entretanto, O’Donnell afirma que lo mejor que puede hacerse para ayudar a los sanitarios es seguir las recomendaciones de salud pública: «Practica el distanciamiento social, quédate en casa, lávate las manos, no te toques la cara. Toma todas las precauciones posibles para evitar contraer esta infección».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.