Tras una ola de calor histórica, la tundra siberiana arde
Una ola de calor impulsada por el cambio climático ha provocado una serie de incendios en un terreno que normalmente está demasiado congelado para arder. Los científicos temen que se convierta en un fenómeno regular.
Un bosque arde en la zona central de Sajá-Yakutia, una de las regiones más frías de Rusia. Los bosques cubren más del 83 por ciento de su territorio. A los científicos les sorprende que estén produciéndose incendios tan al norte este verano.
Durante meses, Siberia se ha visto sometida a un calor extremo debido a la combinación del tiempo soleado persistente y el cambio climático causado por los humanos. Además de producir temperaturas árticas de más de 38 grados en junio, el calor ha impulsado una gran ola de incendios forestales, algunos de ellos en la tundra asentada sobre el permafrost, un suelo que normalmente está congelado y que probablemente esté fundiéndose este año.
Esta serie de incendios en paisajes que normalmente son demasiado fríos, húmedos y helados para arder ha hecho saltar las alarmas de ecologistas y climatólogos, que temen que esta sea una señal más de que el Ártico está sufriendo cambios rápidos que podrían desencadenar una cascada de consecuencias tanto locales como globales.
Si los incendios se convierten en un fenómeno regular en la tundra siberiana, podrían reconfigurar drásticamente ecosistemas enteros, propiciar el dominio de nuevas especies y quizá preparar el terreno para más incendios. Las propias llamas podrían exacerbar el calentamiento global al penetrar en el subsuelo y liberar el carbono que se ha acumulado en forma de materia orgánica congelada durante siglos.
«Todavía no es una contribución masiva al cambio climático, pero no cabe duda de que es una señal de que ocurre algo diferente», explica Thomas Smith, geógrafo ambiental de la London School of Economics que ha seguido de cerca los incendios de Siberia.
Más incendios sobrecalentados
Imagen de los incendios de la tundra siberiana desde el espacio.
Siberia no es ajena a los incendios forestales en verano; de hecho, se desatan incendios al norte del círculo polar ártico en los vastos bosques boreales de la región. Pero hasta la fecha, 2020 ha sido un año excepcional en lo que respecta a los incendios en el Ártico ruso.
Mark Parrington, científico del Centro Europeo de Previsiones Meteorológicas a Plazo Medio, afirma que los incendios empezaron a propagarse por Siberia a mediados de junio. Los niveles diarios de «potencia radiativa del fuego», una medida de las emanaciones de calor de los incendios, rivalizan con los observados en 2019 (otro año de incendios extremos) y superan con creces cualquier fenómeno experimentado en el Ártico desde, como mínimo, 2003. La Agencia Forestal rusa estima que han ardido cientos de miles de hectáreas en las regiones de la República de Sajá, Chukotka y Magadán.
Además de que los incendios extremadamente intensos y están muy extendidos, a los científicos les sorprenden las zonas septentrionales y los tipos de ecosistemas donde arden. Smith ha investigado esta cuestión mediante una combinación de mapas de cubierta vegetal y datos satelitales. Ha descubierto que, además del gran número de incendios que chamuscan los bosques boreales, muchos arden más al norte, en la tundra y en turberas abundantes en carbono. En todos los casos, los ecosistemas que arden se encuentran sobre los suelos congelados que forman el permafrost.
Smith señala que, aunque los incendios de la tundra no son inauditos —los científicos han documentado varios grandes incendios en North Slope, Alaska, en la historia reciente—, sí es insólito ver tantos a la vez en una superficie tan vasta.
Es incluso posible que varios incendios estén batiendo récords geográficos. A finales de junio, el satélite Sentinel-2 de la Agencia Espacial Europea detectó una serie de incendios a latitudes cerca de 73 grados norte, los incendios más septentrionales desde los registros de 2003, según la experta en teledetección por satélite Annamaria Luongo. El más reciente, detectado por el Sentinel-2 el 30 de junio, apareció a pocos kilómetros de las orillas del mar de Láptev, una parte del océano Glacial Ártico.
«Me desconcertó un poco ver un incendio ardiendo a 10 kilómetros al sur de una bahía del mar de Láptev, que es como la fábrica de banquisa del planeta», afirma Jessica McCarty, investigadora de incendios en la Universidad de Miami en Ohio. «Cuando me introduje en la ciencia de los incendios siendo estudiante de posgrado, si alguien me hubiera dicho que estudiaría los regímenes de incendios en Groenlandia y el Ártico, me habría reído de esa persona».
La causa subyacente de estos incendios es el calor. Desde diciembre, las temperaturas de Siberia han estado muy por encima de lo normal debido a una cadena persistente de aire de alta presión situado sobre la zona que ha producido tiempo caluroso y soleado y fundido el manto de nieve de forma temprana. El calor ha disminuido ligeramente desde mediados de junio, cuando la localidad siberiana de Verkhoyansk alcanzó una temperatura récord de 38 grados, pero no ha desaparecido: el mismo día en que se observó un incendio cerca de las orillas del mar de Láptev, las temperaturas del aire de la zona alcanzaron 34°C.
«En mi opinión, lo que resulta bastante chocante es el calor que ha hecho respecto a la media durante tantas semanas y meses», afirma Zack Labe, climatólogo de la Universidad del Estado de Colorado.
Una comunidad del sur de Siberia chamuscada por un incendio, uno de los cientos que arden por la región de Novosibirsk.
Todo esto se superpone a la tendencia de calentamiento a largo plazo causada por el cambio climático, que hace que el Ártico se caliente a más del doble que la tasa media global.
McCarty afirma que es probable que el tiempo cálido y seco secara la vegetación de la tundra y la volviera propensa a arder. Las capas de material orgánico parcialmente descompuesto en el suelo, denominado humus bruto, también se han calentado y secado. Smith sospecha que el calor reciente también ha causado más fusión y sequía a mayor profundidad en el permafrost, que contiene una «capa activa» que se funde de forma estacional sobre el suelo que normalmente permanece congelado todo el año. «La ola de calor lo eleva todo a un nivel en el que puede arder», afirma.
La liberación de carbono
Una preocupación fundamental de los científicos del Ártico es que algunos de estos incendios no solo arden sobre la superficie de la tundra, sino que penetran en el suelo, a través de capas de materia orgánica rica en carbono que se ha acumulado a lo largo de siglos.
«Por su tamaño y el calor que emanan, yo diría que no hay forma de que no ardan bajo tierra», afirma Amber Soja, investigadora adjunta del Instituto Nacional Aeroespacial de la NASA y experta en los incendios forestales siberianos. Conforme los incendios se abren paso por el subsuelo, se liberan gases de efecto invernadero a la atmósfera que provocan más calentamiento en el Ártico y más fusión del permafrost. De forma más inmediata, Soja explica que los fuegos de subsuelo emanan calor, que puede provocar una mayor fusión y quema del permafrost.
Aunque se desconoce cuánto carbono están liberando los incendios de este año y cuánto permafrost se funde por su culpa, los científicos están ansiosos por investigar esta cuestión. A más largo plazo, los incendios también podrían degradar el permafrost al eliminar las capas superiores del suelo que actúan como barrera aislante, un proceso ampliamente documentado en bosques boreales. El deterioro del permafrost puede hacer que el suelo se derrumbe sobre sí mismo y que el hielo fundido se acumule en la superficie en forma de lagos, algo que se observó tras un gran incendio en la tundra de North Slope, Alaska, en 2007.
Otra incógnita importante por responder es cómo alteran estos incendios el delicado equilibrio del Ártico. Soja afirma que, a veces, los bosques boreales arrasados por el fuego se transforman en «tundra pirogénica» cuando un incendio mata los árboles y quema las semillas almacenadas en el suelo, permitiendo que las hierbas dominen el terreno. Por su parte, los incendios en terrenos que ya eran tundra pueden facilitar que los matorrales echen raíces y oscurezcan el paisaje, que absorbe más calor y hace que el entorno sea más propenso al fuego en el futuro. Y a medida que el cambio climático fomenta el avance hacia el norte del límite de la vegetación arbórea, se está añadiendo más combustible a los paisajes árticos.
«En términos de ecología, no sé qué ocurrirá», afirma Soja. «Esto está muy al norte. Creo que los daños son amplios. Y creo que tardará mucho tiempo [en recuperarse]. Quizá ni siquiera se recupere».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.