A las superbacterias les viene bien la COVID-19: ¿estamos abusando de los antibióticos?

Somos cada vez más resistentes a los fármacos antibacterianos: ¿por qué, a causa del coronavirus, muchos médicos siguen recetando antibióticos a quienes no los necesitan?

Por Priyanka Runwal
Publicado 31 ene 2022, 12:29 CET
Ocho colonias bacterianas, cada una formada por un patógeno diferente

Ocho colonias bacterianas, cada una formada por un patógeno diferente, que han desarrollado resistencia a los antibióticos y han causado infecciones hospitalarias.

Fotografía de Composite by Scott Chimileski, microbephotography.com, and Roberto Kolter, Harvard Medical School

La autoridades sanitarias llevan años alertando de lo perjudicial que es para nuestro organismo el consumo abusivo de antibióticos. Sólo en España, unas 4000 personas mueren cada año debido a infecciones provocadas por bacterias resistentes, según un informe de noviembre del 2021 publicado por la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS). Entre 2014 y 2020, el consumo en nuestro país de antibióticos bajó un 32,4%, según datos del Plan Nacional frente a la Resistencia a los Antibióticos (PRAN). Por desgracia, ahora es necesario añadir un nuevo elemento a la ecuación: la pandemia de COVID-19 y el consiguiente aumento del consumo de fármacos antibacterianos, ya sea por prescripción médica o incluso por autodiagnóstico.

Los expertos en salud pública están dando la voz de alarma: el uso indebido y excesivo de antibióticos durante la pandemia podría agravar otra crisis: la resistencia a los antibióticos, en la que patógenos como las bacterias y los hongos evolucionan para eludir los potentes fármacos diseñados para destruirlos.

Más de 750 000 personas mueren anualmente en el mundo por infecciones resistentes a los antibióticos, y se prevé que esa cifra alcance los 10 millones en 2050. Sólo en Estados Unidos, los microbios resistentes a los antibióticos causan más de 2,8 millones de infecciones y más de 35 000 muertes al año.

Ahora, el uso excesivo de antibióticos durante la pandemia de COVID-19 puede estar agravando el problema. En los primeros meses de la pandemia, cuando los pacientes de COVID-19 se presentaban con tos, fiebre y dificultad para respirar, y sus radiografías de tórax revelaban manchas blancas (inflamación pulmonar parecida a la neumonía bacteriana) a muchos se les recetaron antibióticos. En Estados Unidos, por ejemplo, a más de la mitad de los casi 5000 pacientes hospitalizados entre febrero y julio de 2020 se les recetó al menos un antibiótico en las primeras 48 horas de ingreso.

"Cuando se trata de la incertidumbre, se tiende hacia la prescripción, lo que no es necesariamente lo correcto", dice la médica de enfermedades infecciosas del Centro Médico de la Universidad de Maryland (Estados Unidos), Jacqueline Bork.

Los antibióticos sólo matan a las bacterias y no a los virus como el SARS-CoV-2, causante de la COVID-19. Pero la neumonía puede estar causada por hongos, bacterias o virus, y averiguar qué patógeno es el responsable puede llevar al menos 48 horas y, a veces, incluir procedimientos invasivos para confirmar la causa de la infección. A veces las pruebas no identifican al culpable. "Muchos de nosotros probablemente recetamos una buena cantidad de antibióticos. Pero sin saber bien a qué nos enfrentábamos, hacíamos lo mejor que podíamos en ese momento", dice Bork.

A algunos médicos también les preocupaba la posibilidad de que se produjera una infección fúngica o bacteriana durante o después de la COVID-19, similar a lo que habían visto en la gripe y otras enfermedades víricas. "Al principio, había tanta gente que venía con neumonía que ni siquiera podíamos comprobar si se trataba de una infección vírica o bacteriana", dice Bork.

Cuando ella y otros médicos de todo el mundo se enteraron de que las coinfecciones fúngicas y bacterianas se producían en menos del 20% de los pacientes de COVID-19, algunos redujeron el uso de antibióticos. Pero en el caso de los pacientes que estaban gravemente enfermos y permanecían en los hospitales durante más tiempo (a menudo con tubos respiratorios y catéteres que pueden causar infecciones bacterianas que dan lugar a sepsis) los antibióticos eran necesarios.

Aun así, en muchas partes del mundo, los médicos siguieron recetando antibióticos a pacientes con COVID-19 que quizá no los necesitaban. Cuando los pacientes no podían consultar a los médicos, recurrían a automedicarse con antibióticos, a veces incluso como medida preventiva. El coste y la falta de acceso a las pruebas diagnósticas que confirman la infección bacteriana y, por tanto, la necesidad de antibióticos, una actitud de "por si acaso" y, en ocasiones, el desconocimiento de los últimos avances científicos, pueden haber conducido a un uso excesivo y abusivo de los antibióticos en el transcurso de la pandemia.

(Relacionado: ¿Por qué las vacunas siguen siendo imperfectas tras décadas de investigación?)

Cómo se desarrolla la resistencia a los antimicrobianos

En la naturaleza, los hongos y las bacterias que habitan en el suelo producen sustancias químicas denominadas antibióticos que matan o inhiben el crecimiento de otras bacterias que luchan por los mismos recursos limitados. Con el tiempo, los objetivos se adaptan desarrollando resistencia contra dicho arsenal. Lo hacen produciendo unas proteínas llamadas enzimas que inactivan el antibiótico, drenan el medicamento de las células bacterianas, restringen la entrada del antibiótico o eluden sus efectos. A veces, otras especies bacterianas que no eran el objetivo original de los antibióticos también pueden desarrollar defensas adquiriendo genes relevantes de las bacterias resistentes de su entorno a través de un proceso llamado transferencia horizontal de genes.

Los científicos han utilizado los antibióticos naturales como base para desarrollar otros comerciales que combaten las infecciones bacterianas en humanos y animales. Pero es probable que algunas de estas bacterias causantes de infecciones que se originan en el agua y el suelo ya hayan adquirido genes que les confieren resistencia.

Al principio, estas bacterias resistentes forman una pequeña proporción de la población bacteriana en los cuerpos de los huéspedes, pero eso cambia con el aumento del uso de antibióticos. El fármaco destruye las bacterias susceptibles, eliminando así la competencia y permitiendo que los microbios resistentes se reproduzcan y prosperen rápidamente. Además, la administración de dosis incorrectas de antibióticos o su uso inadecuado, por ejemplo para una enfermedad errónea, podría destruir las bacterias buenas de nuestro organismo y fomentar el establecimiento de las llamadas superbacterias resistentes a muchos antibióticos.

Estas bacterias resistentes a los medicamentos pueden propagarse en hospitales, comunidades, explotaciones ganaderas y avícolas a través de las aguas residuales, el agua contaminada, las superficies y los alimentos, o por contacto directo. El hecho de que cada vez más personas alberguen superbacterias y que los antibióticos actuales sean cada vez más ineficaces, podría provocar estancias hospitalarias prolongadas, mayores costes médicos y más muertes. Esto es especialmente preocupante para los países de ingresos bajos y medios, que se ven afectados de forma desproporcionada debido al limitado acceso al agua potable y al saneamiento, a la asistencia sanitaria de calidad y al acceso a antibióticos genéricos sin receta médica, lo que puede fomentar la automedicación cuando la consulta es costosa.

(Relacionada: Este hongo multirresistente se extiende por hospitales afectados por la COVID-19)

Cómo la COVID-19 puede exacerbar las infecciones multirresistentes

En una encuesta mundial realizada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) a finales de 2020, 35 de 56 países informaron de un aumento de la prescripción de antibióticos durante la pandemia. En un país, los médicos recetaron antibióticos en casi todos los casos de COVID-19 y otro país informó de una automedicación desenfrenada con estos fármacos.

Los médicos han prescrito a los pacientes hospitalizados por COVID-19 antibióticos como azitromicina, doxiciclina, fluoroquinolonas, cefalosporinas y carbapenems. A menudo han utilizado antibióticos de amplio espectro que destruyen varios tipos de bacterias, incluidas las beneficiosas, aunque varios estudios han sugerido que las tasas de coinfección bacteriana o fúngica o de infección secundaria son inferiores al 20%, entre los pacientes con COVID-19. También a los pacientes externos, a menudo con síntomas leves de COVID-19, se les han recetado preventivamente antibióticos como la azitromicina y la doxiciclina.

Al principio de la pandemia, algunos estudios recomendaron el uso de azitromicina y doxiciclina debido a sus posibles propiedades antivirales y antiinflamatorias que podrían ayudar a calmar el sistema inmunitario hiperactivo de un paciente con COVID-19 cuando éste empieza a destruir sus propias células. Pero los trabajos más recientes no sugirieron ningún beneficio real.

"Muchos pacientes con COVID-19 me consultan para obtener una segunda opinión, e incluso ahora veo azitromicina en sus recetas", dice Lancelot Pinto, neumólogo del Hospital P.D. Hinduja de Mumbai (India). "Tal vez la justificación sea la posibilidad de una infección bacteriana, y por eso es mejor estar cubierto, pero no creo que a muchos médicos [en la India] les importe si se trata de un virus o no a la hora de recetar antibióticos".

En otros casos, los médicos se han sentido obligados a recetar azitromicina en entornos rurales, por ejemplo, que carecen de acceso a pruebas de diagnóstico como las radiografías para confirmar la neumonía, y mucho menos para averiguar si su causa es bacteriana, fúngica o vírica.

"Cuando la gente no tiene tanta confianza, se piensa que es mejor darla, por si acaso, para qué arriesgarse", dice Rumina Hasan, patóloga de la Universidad Aga Khan de Karachi (Pakistán). También señala que parte del uso inadecuado y excesivo de los antibióticos durante la pandemia también se ha debido a que los médicos están desconectados o son incapaces de mantenerse al día con la información actualizada de COVID-19. "Y una vez que se establece una tendencia [de uso de ciertos fármacos contra una enfermedad] es realmente difícil cambiarla", afirma Hasan.

Aunque los antibióticos pueden salvar vidas cuando se utilizan adecuadamente, los expertos en salud mundial sospechan que su uso generalizado e indiscriminado durante la pandemia podría haber creado la tormenta perfecta para seleccionar bacterias resistentes.

De cara al futuro

Puede que todavía no veamos el aumento de las superbacterias y sus repercusiones, pero "el daño está hecho", dice Pilar Ramón-Pardo, asesora regional sobre resistencia a los antimicrobianos de la Organización Panamericana de la Salud. El Sistema Mundial de Vigilancia de la Resistencia a los Antimicrobianos y su Uso, puesto en marcha por la OMS en 2015, se vio afectado por la menor disponibilidad de personal médico en todo el mundo para recoger muestras e informar sobre los microbios resistentes a los medicamentos durante la pandemia.

Con todos los recursos desviados a la lucha contra la COVID-19, también hay escasez de presupuesto y fatiga mental. "A la gente no le interesa oír hablar de otra crisis de salud pública", dice Muhammad Zaman, profesor de ingeniería biomédica de la Universidad de Boston (Estados Unidos). "Algo tiene que ceder".

Pero si las infecciones resistentes a los antibióticos aumentan en el mundo post-pandémico, ¿debemos esperar ver nuevos antibióticos para combatirlas? Probablemente no tantos, dice Zaman. Los tratamientos con antibióticos rara vez superan los 14 días y no reportan a las empresas farmacéuticas pingües beneficios como las terapias para enfermedades crónicas, como el cáncer y la diabetes. Además, es probable que los nuevos fármacos encuentren resistencia con bastante rapidez, lo que hace que la inversión en innovación sea menos lucrativa.

Sin embargo, en 2013, los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos pusieron en marcha un programa de resistencia antibacteriana para realizar y financiar investigaciones destinadas a probar nuevos medicamentos y herramientas de diagnóstico, así como para optimizar el uso de los antibióticos existentes. Para los expertos en salud mundial, la solución pasa por mejorar la prevención y el control de las infecciones. Las vacunas que se están desarrollando actualmente contra los patógenos resistentes a los medicamentos también podrían ser prometedoras.

"Pero la idea de que se trata de un problema puramente científico es incompleta" dice Zaman. "Tenemos que tener en cuente la economía, la disponibilidad y el comportamiento humano".

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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