¿Hasta qué punto son las mascarillas perjudiciales para los niños?

A medida que más países relajan sus normativas de uso de mascarillas en espacios abiertos y cerrados, los expertos explican por qué mantenerlas en las escuelas sigue siendo una medida inteligente para familias y profesores.

Por Amy McKeever
Publicado 18 feb 2022, 11:32 CET
Alumnos de sexto grado se someten a un control de temperatura al llegar a su escuela ...

Alumnos de sexto grado se someten a un control de temperatura al llegar a su escuela en la ciudad de Nueva York el 1 de octubre de 2020. Se espera que Nueva York considere el levantamiento de su mandato estatal sobre el uso de mascarillas en las escuelas en marzo, uniéndose a la ola de estados en EE.UU que han hecho lo mismo en las últimas semanas.

Fotografía de Todd Heisler, The New York Times via Redux

El uso de mascarillas en niños (desaconsejado por la OMS para menores de 12 años) ha sido, desde el inicio de la pandemia, uno de los principales focos de atención en el eterno debate sobre obligaciones y responsabilidades relacionadas con la COVID-19.

En España, todos los niños mayores de 6 años deben usar mascarilla en clase. Puede que la situación esté a punto de cambiar. Esta misma semana, la Asociación Española de Pediatría ha propuesto un calendario para, poco a poco, ir despojando las aulas de la prenda: reclaman una retirada progresiva de la mascarilla en las aulas de primaria y que, en abril, se trasladaría a institutos. Hay que tener en cuenta que en la Comunidad de Madrid, por ejemplo, la mascarilla dejó de ser obligatoria en los patios de los colegios sólo el pasado mes de octubre.

Igualmente, en Estados Unidos, el asunto ha acaparado más y más atención en las últimas semanas debido a planes similares anunciados por muchos estados para relajar o eliminar sus restricciones en cuando al uso de mascarilla.

No pocos padres han mostrado preocupación por la posibilidad de que las mascarillas perjudiquen a los niños al impedirles respirar, frenar su desarrollo social y emocional y provocarles ansiedad. No obstante, los expertos aseguran que la ciencia no respalda esas preocupaciones.

Es comprensible que haya confusión, afirma Thomas Murray, pediatra de la Facultad de Medicina de la Universidad de Yale. No hay duda de que usar mascarilla reduce la propagación de la enfermedad, pero las pruebas no son tan claras en cuanto a cómo afecta emocionalmente y en su desarrollo a partir de los dos años. Para responder a esta cuestión de forma definitiva sería necesario que los investigadores pidieran a las personas que se despojaran de la protección en un ensayo aleatorio (el estándar de oro de la ciencia), lo que no sería ético. Así pues, la mayoría de las investigaciones sobre el uso del antifaz se basan en observaciones retrospectivas de la vida real que pueden ser más fácilmente seleccionadas para argumentar a favor de un lado u otro del debate sobre la obligación de usar el antifaz.

"Pero lo que sí tenemos es un experimento humano (que se ha llevado a cabo con niños llevando llevando mascarillas en la escuela) con el que sabemos que dichos temores acerca de los riesgos para la salud no se han hecho realidad", dice Theresa Guilbert, neumóloga pediátrica que es miembro de la Sección de Medicina Pulmonar y del Sueño de la Academia Americana de Pediatría.

Ella y otros expertos afirman que la mayoría de las pruebas sugieren que el uso de mascarillas no perjudica a los niños, y que les beneficia en más de un sentido. Las mascarillas no sólo protegen a los niños del COVID-19 y de otras enfermedades respiratorias, sino que los estudios demuestran que las escuelas que aplican políticas de mascarillas tienen más probabilidades de permanecer abiertas, lo que, según décadas de investigación, es especialmente importante para la salud mental y el desarrollo de los niños.

Esto es lo que dice la ciencia sobre los niños y las mascarillas.

Una de las primeras preocupaciones de los padres sobre el hecho de que los niños llevasen mascarillas todo el día era cómo estas podrían afectar a su respiración, la duda de si obtendrían suficiente oxígeno o si atraparían demasiado dióxido de carbono. Guilbert dice que el motivo de que esto se plantease como una preocupación para los niños se debe a que, por lo general, respiran más rápido que los adultos.

Pero no hay pruebas de que el enmascaramiento afecte significativamente a la respiración. De hecho, un estudio que mostraba niveles inaceptables de dióxido de carbono en niños de seis a 17 años que usaban mascarillas fue ampliamente desacreditado el verano pasado (y finalmente retractado por la revista JAMA Pediatrics) debido a las preocupaciones sobre la precisión de sus mediciones y la validez de sus conclusiones.

En su lugar, Guilbert señala un meta-análisis de 10 estudios que muestra que la fluctuación de los niveles de dióxido de carbono y oxígeno entre los adultos y los niños que usan mascarillas estaba "bien dentro del rango normal". Aunque los niños con asma grave podrían necesitar descansos con la mascarilla en el pasillo, fuera del aula, estos estudios demuestran que la mayoría de los niños pueden tolerarlos.

Además, señala que esto tiene sentido si nos basamos en lo que sabemos sobre el tamaño de las moléculas de dióxido de carbono y oxígeno, que son mucho más pequeñas que los agujeros del tejido de las mascarillas de tela y quirúrgicas y no deberían tener problemas para fluir dentro y alrededor de las mascarillas. Además, dice, dos años después de la pandemia, los hospitales no están registrando una afluencia de niños con niveles peligrosamente bajos de oxígeno o altos de dióxido de carbono debido al uso de mascarillas.

"Se lanzan muchas hipótesis, pero tenemos este experimento en la vida real", dice.

Cómo afectan las mascarillas al desarrollo del lenguaje

Otra preocupación ha sido la de si las mascarillas podrían impedir el desarrollo del lenguaje de los niños. Samantha Mitsven, candidata al doctorado en psicología de la Universidad de Miami (Estados Unidos), dice que a ella y a otros investigadores les preocupaba que la imposibilidad de ver el movimiento de la boca del orador (y los efectos amortiguadores de llevar el trozo de tela en la boca) pudieran impedir que los niños entendieran y aprendieran nuevas palabras.

Los estudios han demostrado que las mascarillas amortiguan el sonido, y que el grado de amortiguación varía según el modelo que se use. Un estudio ha demostrado que los niños pueden reconocer más fácilmente las palabras pronunciadas a través de mascarillas opacas que de las transparentes, probablemente debido a la confusión que provoca la luz que rebota en una transparente. Otro estudio sugiere que las mascarillas quirúrgicas son las que ofrecen el mejor rendimiento acústico, seguidas de las mascarillas KN95 y N95, y luego las mascarillas de tela.

Sin embargo, los expertos afirman que no hay pruebas claras de que esto afecte significativamente a la capacidad de comunicación del niño, quizá porque la gente puede compensar estas barreras hablando más despacio y en voz alta y utilizando gestos con las manos para transmitir el significado.

Mitsven dirigió un estudio reciente en el que se analizaron grabaciones de audio de niños de preescolar: una clase se observó en varias visitas antes de la pandemia y, otra, cuando niños y maestros tuvieron que enmascararse. El estudio no encontró ninguna diferencia en cuanto a la cantidad de palabras que pronunciaban los niños o la diversidad del lenguaje que utilizaban. Esto fue así incluso para los niños con audífonos e implantes cocleares, una población que constituía la mitad de cada clase.

"Las vocalizaciones están a la par de las de los niños de su edad", dice Mitsven.

(Relacionado: La COVID persistente también afecta a los niños: esto es lo que sabemos)

Cómo afectan las máscaras al desarrollo social

Los estudios demuestran que a los niños les cuesta más leer las emociones de las personas que llevan máscaras, pero eso no les impide necesariamente aprender a interactuar con los demás.

Desde los primeros meses de vida, los niños observan las caras de las personas que les rodean. Esto les ayuda a distinguir primero entre las emociones positivas y las negativas y, en última instancia, a aprender a ajustar su comportamiento en consecuencia.

Cubrir la mitad inferior de la cara afecta a esa capacidad: Un estudio publicado en Frontiers in Psychology ha demostrado que los niños de entre tres y cinco años son menos propensos a reconocer emociones en fotografías de personas con mascarillas en comparación con fotografías de personas con todo el rostro al descubierto.

No obstante, Walter Gilliam, profesor de psiquiatría y psicología infantil en el Centro de Estudios Infantiles de Yale, afirma que este estudio y otros similares están limitados por su dependencia de las fotografías fijas. "Se trata de algo más que los globos oculares", dice. Los niños también captan señales como la forma en que la gente camina por los espacios, el tono de sus voces y los gestos que hacen con las manos. "Todo eso se desprende de esos estudios". Otro estudio demuestra que los niños no tienen más dificultad para leer las emociones de una persona que lleve una mascarilla que las de una persona que lleve gafas de sol.

Además, estos estudios son sólo una instantánea en el tiempo: no pueden decirnos lo rápido que los niños serían capaces de adaptarse a estos retos si se les diera la oportunidad. "Todo lo que sé sobre el desarrollo infantil me dice que se adaptarían rápidamente", dice Gilliam. "Ojalá tuviéramos más fe en la capacidad de los niños".

Guilbert está de acuerdo en que no hay indicios de que usar mascarillas impida a los niños y adolescentes desarrollarse socialmente y, según ella, podría ser clave para garantizar que puedan ir a la escuela. En el transcurso de dos años, han aumentado las pruebas de que las normativas de uso de mascarilla contribuyen a que las escuelas permanezcan abiertas al reducir el número de brotes.

Cómo afectan las mascarillas a la salud mental

Del mismo modo, aunque algunos sostienen que la obligatoriedad del enmascaramiento en las escuelas es perjudicial para la salud mental de los niños, los expertos afirman que las pruebas sugieren lo contrario. Guilbert afirma que la señal más significativa de los efectos de la pandemia sobre la salud mental se produjo al principio de la misma. Por aquel entonces, los niños que realizaban aprendizaje a distancia experimentaban mayores niveles de ansiedad y depresión porque no estaban en la escuela con sus compañeros.

Gilliam y Murray, los investigadores de Yale, también estaban preocupados por cómo el cierre de las escuelas estaba afectando a la salud mental de los niños y de sus estresados padres. Con esto en mente, decidieron, al principio de la pandemia, investigar las estrategias más eficaces para mantener abiertas las escuelas y los programas de atención infantil.

En mayo de 2020, los investigadores encuestaron a 6654 profesionales de guarderías de los 50 estados de EE.UU. para averiguar qué tácticas de mitigación de la COVID-19 utilizaban, como el distanciamiento social, la detección de síntomas y el enmascaramiento. Luego, un año después, hicieron un seguimiento para ver si esos programas se habían visto obligados a cerrar. El análisis resultante muestra que las guarderías con requisitos de enmascaramiento para niños mayores de dos años tenían un 13% más de probabilidades de permanecer abiertas que aquellas en las que los niños no usaban mascarillas.

Al igual que sucede con muchos otros estudios sobre el uso de mascarillas en escuelas, Gilliam y Murray reconocen que su estudio es limitado: se basa en observaciones del mundo real y no puede controlar otros factores como, por ejemplo, si los adultos y los niños que se enmascararon también evitaron viajar durante el mismo periodo. Pero aún así, proporciona pruebas más convincentes de que las políticas de enmascaramiento tienen más potencial para ayudar que para perjudicar la salud mental de los niños.

"No podemos usar las mascarillas para siempre, pero no se puede hacer que los niños pierdan 10 días de escuela cada cierto tiempo por la cuarentena", dice Murray.

Gilliam dice que culpar a las mascarillas de la depresión y la ansiedad de los niños se debe a un deseo natural de protegerlos. Pero sospecha que no es el enmascaramiento lo que provoca el estrés en las aulas. "Es el trauma de la COVID lo que las mascarillas pretendían evitar", dice. "Cuando te duele algo, es el corte que tienes en el brazo, no la tirita que te han puesto encima, lo que está causando el problema. El objetivo de la mascarilla es reducir todos los demás traumas, que sabemos a ciencia cierta que perjudican a los niños."

¿Cómo sabremos cuándo hay que abandonar la mascarilla obligatoria?

¿Cómo puede la ciencia ayudar a los centros escolares a tomar estas decisiones? En primer lugar, los expertos advierten que es importante que los responsables políticos tengan en cuenta que siempre hay valores atípicos en un estudio. Por eso, aunque las pruebas sugieren que el enmascaramiento no perjudica a la mayoría de los niños, es posible que las regulaciones en torno al uso de mascarillas deban establecer excepciones para los niños sordos que necesitan leer los labios o para los niños con autismo que tengan dificultades para interpretar las expresiones faciales.

Murray dice que la mitigación del riesgo también se hace mejor en capas, y que las escuelas tienen una serie de tácticas que pueden utilizar contra la COVID-19. Para evitar que el virus entre en las escuelas en primer lugar, pueden aplicar sólidas estrategias de pruebas y comprobación de síntomas. Pero si la enfermedad está ahí y se propaga entre los alumnos, el enmascaramiento y la ventilación se convierten en estrategias de mitigación más importantes. Por tanto, si las escuelas van a eliminar las políticas de enmascaramiento, dice, tienen que pensar en aumentar la ventilación o los tests.

La transmisión en la comunidad también es importante. Rochelle Walensky, directora de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de EE.UU., ha instado a los legisladores a que no eliminen los mandatos de mascarillas en las escuelas mientras las infecciones sigan siendo altas en todo el país. Aunque el número de casos está disminuyendo, sigue siendo mayor que antes de la oleada de Ómicron.

Si bien el levantamiento de los mandatos de mascarilla obligatoria podría tener sentido durante los tiempos en que la incidencia de casos locales sea baja, Murray dice que las escuelas deben estar dispuestas a volver a enmascarar si surge una nueva variante dañina o si comienzan a ver un nuevo aumento de los casos. No hay un número mágico para determinar cuándo deberían levantarse los mandatos, dice; puede variar en función de una serie de factores que pueden mitigar la transmisión, como si las escuelas tienen suficiente espacio para que los estudiantes se dispersen o si hace suficiente calor para abrir las ventanas de las aulas. Pero Murray sostiene que es importante estar dispuesto a considerar las pruebas y estar dispuesto a cambiar de opinión cuando se disponga de más pruebas.

"La cuestión es", dice; "que estoy de acuerdo en que en algún momento hay que probarlo, pero es imprescindible disponer de un plan realmente bien meditado, porque está claro que tener a los niños fuera de las guarderías y a los padres luchando por encontrar un cuidado no es bueno para nadie".

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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