¿Cuánto influye tu nombre en tu futuro? Más de lo que te imaginas
El jamaicano Usain Bolt corre en las semifinal de los 100 metros lisos de los Juegos Olímpicos de 2016 en Río de Janeiro (Brasil).
"Todavía me llama gente y me dice: 'Oye, ¿sabes que tu nombre es un nombre de pájaro?", se ríe Carla Dove (dove en inglés significa paloma).
Es justo. Como directora del Laboratorio de Identificación de Plumas del Museo Nacional de Historia Natural del Smithsonian, en Washington D.C., Dove se pasa el día pensando en aves, palomas incluidas.
Del mismo modo, Greg Pond (estanque) trabaja como biólogo acuático, tomando muestras de masas de agua del noreste de Estados Unidos para la Agencia de Protección del Medio Ambiente.
"Mi camino es el agua y todas las cosas que viven en ella", dice Pond; "y, por supuesto, al crecer la gente a veces me ponía el apodo de Pondscum".
Pero hay casos que conoce casi todo el mundo. El apellido del jamaicano Usain Bolt, el hombre más rápido del mundo, significa rayo en inglés.
Bolt, Pond y Dove son lo que se conoce como aptónimos, "un nombre propio, especialmente un apellido, cuyo contenido semántico coincide con la profesión o una cualidad de la persona que lo porta", según la Real Academia Española de la Lengua. Es una palabra derivada del inglés. Históricamente hablando, ser un aptónimo (a veces deletreado aptrónimo) probablemente habría sido mucho más común de lo que es hoy. Al fin y al cabo, apellidos como Carretero, Panadero, Zapatero, Molinero y muchos otros surgieron originalmente de la ocupación de una persona o familia. Este tipo de apellidos existen en casi todos los idiomas europeos.
Sin embargo, hoy en día las personas en el mundo occidental tienen más opciones de trabajo que nunca. Por eso nos llama la atención cuando un nombre parece encajar perfectamente con la carrera de una persona.
"De vez en cuando me entero de que hay gente que piensa que me cambié el nombre porque estaba encantada con mi carrera", dice Betsy Weatherhead (cabeza del tiempo), una galardonada científica atmosférica que ha formado parte del Grupo de Asesoramiento Científico de la Agencia Meteorologica de Estados Unidos (NOAA, por sus siglas en inglés); "y eso no es así".
Pero todo esto plantea una pregunta interesante: ¿puede el nombre de una persona influir en la trayectoria de su vida?
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El poder de los nombres
Aunque Weatherhead dice que el origen de su apellido no tiene nada que ver con el clima (es un antiguo nombre escocés que hace referencia a los pastores de cabras), la gente de su ciudad natal, Wilmette (Illinois, en Estados Unidos), seguro que no lo sabía.
"Crecí en un pueblo pequeño y tengo un montón de hermanos y hermanas, y todos nos parecemos", explica Weatherhead.
La gente solía decir a los miembros de su familia: "Oye, ¿qué tiempo hace, Weatherhead?". "Yo lo odiaba, porque cuando tienes 11 años, quieres que te conozcan como tu yo único e individual", recuerda la científica atmosférica.
De hecho, la asociación negativa con su nombre podría haber mantenido a Weatherhead alejada de la climatología, si no fuera por un pequeño giro de lo que podríamos llamar destino aptonímico.
Tras perder su puesto en la facultad de Física de Altas Energías debido a los recortes presupuestarios de la era Reagan, Weatherhead solicitó un trabajo de verano haciendo números para un científico atmosférico. Había casi una docena de solicitantes, pero la secretaria del científico le dijo más tarde que fue su nombre lo que hizo que su solicitud destacara.
El científico "iba por ahí diciendo: 'Weatherhead. Weatherhead'. ¡Tenemos que contratarla!".
J. Sook Chung, científica de la Universidad de Maryland, recuerda un momento similar cuando se presentó ante un comité de búsqueda para su puesto actual, en el que estudia los cangrejos azules.
"Una de las etapas de la vida del cangrejo azul, la hembra adulta, se llama sook", dice Chung; "se escribe exactamente igual".
Resulta que compartir el nombre del animal que quería estudiar le sirvió para romper el hielo.
"Lo digo de broma, pero estaba destinada a trabajar con cangrejos azules", dice Chung.
No todo el mundo ve las asociaciones de sus nombres como algo positivo o significativo, por supuesto.
"Mucha gente se ha dado cuenta de la aparente relación entre mi nombre y el campo de estudio que he elegido", dice Stephen Pyne, (que suena como pine, pino en inglés) científico medioambiental de la Universidad Estatal de Arizona estadounidense y escritor especializado en bosques e incendios, en un correo electrónico; "tengo que confesar que no soy uno de ellos".
Del mismo modo, Ted Stankowich, ecólogo evolutivo del comportamiento que estudia las mofetas, dice que su nombre nunca ha tenido un efecto perceptible en su carrera.
"He lidiado con el apellido toda mi vida, y siempre ha habido apodos, como puedes imaginar", dice en referencia a la voz inglesa para mofetas, skunk, y el parecido con su apellido. "Pero no, nunca fue una consideración", confirma el ecólogo.
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¿Qué hay en un nombre?
Curiosamente, podría estar cocinándose algo de identificación psicológica.
Por ejemplo, en un estudio de 2015 publicado en la revista Self and Identity, Brett Pelham, profesor de psicología en el Montgomery College de Maryland, utilizó datos del censo para buscar pruebas de egoísmo implícito, que es cuando alguien gravita hacia personas, lugares o cosas que se le parecen. Y surgieron algunas tendencias fascinantes.
"Descubrimos que, en el caso de apellidos que también son profesiones como Butcher, Baker, Carpenter, Miner, Mason, Porter, Painter [carnicero, panadero, carpintero, minero, albañil, portero, pintor], los hombres con ese apellido estaban notablemente sobrerrepresentados en esas profesiones", dice Pelham.
"En ese mismo artículo, descubrimos que la gente tiene un 6,5% más de probabilidades de casarse con otra persona si el número de cumpleaños de esa persona es el mismo que el suyo, en relación con lo que cabría esperar estadísticamente", afirma.
¿Otra nota intrigante? Los hombres llamados Cal y Tex tenían más probabilidades de mudarse a California y Texas. Otro de los estudios de Pelham descubrió un aumento de la probabilidad de que una persona llamada Dennis o Denise se convirtiera en dentista, en lugar de abogada.
Pelham advierte que los efectos observados en este tipo de estudios suelen ser pequeños.
Aun así, "si nos fijamos en todo el conjunto de datos, en toda la vasta literatura de psicología social y cognitiva, hay pruebas de que ciertamente no siempre tenemos libre albedrío".
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Puntos en común
Además de que les pregunten si se han cambiado legalmente el nombre, las personas con apelativos suelen tener experiencias divertidas en la vida cotidiana.
"Siempre voy a clase el primer día y escribo mi nombre y luego digo: 'No, esto es real'", cuenta Frank Fish, biólogo marino de la Universidad West Chester de Pensilvania, y cuyo nombre se podría traducir como 'Francisco Pez'.
Fish dice que su nombre también complica cosas que tiene que hacer para su trabajo, como llamar a acuarios.
"Llamo y digo: 'Me gustaría hablar con su director de investigación', y me dicen: '¿Y cómo se llama? Y yo digo: 'Frank Fish', y se hace una pausa embarazosa", ríe.
Para bien o para mal, la mayoría de los entrevistados afirman que tener un aptónimo les ha llevado a la notoriedad en su campo.
"Hay un científico atmosférico muy famoso que se llama Carlo Buontempo", dice Weatherhead: "Es italiano, y en italiano, 'Buontempo' significa 'buen tiempo".
En las conferencias, incluso se ha convertido en algo habitual que la gente intente conseguir una foto de Weatherhead y Buontempo juntos.
"La mayoría de la gente tiene que trabajar muy duro y hacer algunas cosas fenomenalmente buenas en ciencia para ser recordada", bromea Weatherhead; "pero a mí la gente me recuerda de forma natural, cosa que agradezco".
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.