Pedir ayuda es muy bueno para nuestra salud
Desde las antiguas tácticas de supervivencia hasta la salud mental moderna, la conexión humana es vital. He aquí cómo los pequeños actos de bondad pueden marcar una gran diferencia.
Una mujer le lleva comida a su vecina viuda. Las investigaciones demuestran que actos de bondad como este refuerzan los lazos sociales y contribuyen a mejorar la salud mental y física tanto del que da como del que recibe.
Los días de llamar a la puerta del vecino para pedirle una taza de azúcar ya parecen cosa de un pasado remoto. Mientras que se vuelven virales días sí y día también las publicaciones de redes sociales que denuncian lo reacia y desagradable que suele ser la gente cuando se trata de echar una mano, otras publicaciones más cínicas sentencian con rotundidad que la “mentalidad de comunidad” ha muerto.
Estudios recientes sugieren que el tamaño de las redes de los estadounidenses disminuyó durante la pandemia, así como el tiempo dedicado a socializar (comparado con cómo se comportaban en 2003). Según una encuesta realizada en 2021 por el Survey Center on American Life, los estadounidenses confían menos en los amigos que antes; cuando experimentan un problema personal, el 16% de los encuestados afirma que consultaría primero a un amigo, frente al 26% en 1990. La era moderna de las aplicaciones nos ofrece más formas de hacer las cosas: los servicios de viajes compartidos pueden llevarte fácilmente al aeropuerto, mientras que las plataformas de trabajo por encargo se encargan de pasearte al perro durante una reunión crucial.
Pero estas herramientas, aunque útiles, también pueden “sacrificar la interacción humana”, afirma Xuan Zhao, investigador científico en psicología de la Universidad de Stanford (Estados Unidos) y cofundador de la empresa de IA para la salud mental Flourish.
En un momento en que la epidemia de soledad se extiende por todo el mundo, los expertos afirman que rehuir nuestra comunidad no sólo va en contra de la naturaleza humana, sino que puede ser peor para nuestra salud.
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Cómo evolucionó el ser humano para estar en comunidad
Nuestra capacidad innata para cooperar y socializar con otros seres humanos puede remontarse a hace más de 3,5 millones de años, a una de las primeras especies de homínidos, los australopitecinos.
Según Peter Richerson, biólogo y profesor emérito de la Universidad de California (Estados Unidos), cuando los australopitecos se separaron de otros primates y se aventuraron a salir de las selvas tropicales hacia entornos más secos y “ricos en depredadores”, necesitaron grandes grupos para sobrevivir.
Los australopitecos aprendieron a trabajar con quienes no estaban biológicamente emparentados con ellos para sobrevivir. Estas redes sociales facilitaron la estrategia, el desarrollo de armas y la formación de una gran “turba capaz de perseguir a depredadores realmente duros”, afirma Richerson.
Como los australopitecos evolucionaron para ser bípedos, dar a luz también se volvió más laborioso y arriesgado. Este cambio probablemente incentivó a las madres australopitecinas a ayudarse mutuamente en el parto, afirma Lesley Newson, bióloga evolutiva y coautora de A Story of Us: A New Look at Human Evolution (Una historia de nosotros: una nueva mirada a la evolución humana). Las madres australopitecinas “realmente se beneficiaron de la cooperación, de decir: 'Yo sacaré a tu bebé si tú sacas al mío“, afirma Newson.
Sarah Hrdy, antropóloga evolutiva y autora de Father of Time: A Natural History of Men and Babies [Padre del tiempo: una historia natural de hombres y bebés], afirma que la cooperación se desarrolló aún más al criar a los hijos. Hrdy observó que los primeros humanos recurrían a miembros de la familia ajenos a la madre para ayudar a enseñar y criar al bebé, un concepto denominado “crianza cooperativa” que no se observa entre otras especies de primates con las que somos genéticamente similares.
Los miembros del grupo lo hacían “a cambio de ser aceptados dentro del grupo”, afirma Hrdy. El bebé, consciente de sus múltiples cuidadores, aprendió a observar, socializar y congraciarse con los miembros no familiares. Esto “prepara el terreno para la cooperación”, afirma Hrdy.
Los psicólogos sostienen que nuestra evolución es la causa de que el rechazo social y el aislamiento nos resulten dolorosos hoy en día; de hecho, los circuitos cerebrales en los que se procesa el dolor emocional están construidos sobre circuitos en los que se procesa el dolor físico. En un experimento en el que los participantes se pasaban una pelota virtual de un lado a otro, un participante que de repente dejaba de recibir la pelota experimentaba dolor físico.
Desde una perspectiva evolutiva, “es lógico que la exclusión social resulte desagradable, ¿verdad?”, afirma Gaurav Suri, psicólogo experimental y neurocientífico computacional de la Universidad Estatal de San Francisco (Estados Unidos). “El dolor de la exclusión social es una señal para que rectifiquemos las cosas que están causando exclusión social”, añade.
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¿Por qué ayudar (y recibir ayuda) sienta tan bien?
A la inversa, la ayuda y las conexiones sociales nos hacen sentirnos mejor. Las investigaciones sugieren que uno de los indicadores más vitales de una salud mental positiva es nuestra capacidad para imaginarnos una red de seguridad social en la que podamos confiar, la utilicemos o no.
Esto se debe a que, cuando permitimos que otra persona colabore, descargamos parte del esfuerzo cognitivo y creamos “espacio para superar ese factor estresante”, afirma Razia Sahi, investigadora doctoral del Laboratorio de Lógica de las Emociones de la Universidad de Princeton (Estados Unidos).
Incluso cuando no hay solución, recibir apoyo y validación puede ser beneficioso para la salud. Por ejemplo, el mero hecho de desahogarse puede permitir a una persona reevaluar una situación y hacer que “el episodio emocional sea menos intenso”, afirma Suri.
También nos beneficiamos físicamente. Según la investigación de Sahi, cuando las personas recuerdan una experiencia difícil, afirman sentir menos dolor si durante esa experiencia llevaban de la mano a un compañero. Numerosos estudios sugieren que las relaciones sociales están relacionadas con la longevidad.
Por ejemplo, los ancianos suelen manifestar un fuerte sentido de comunidad y finalidad en las Zonas Azules, regiones en las que muchos residentes viven hasta los 90 o incluso los 100 años. Un caso notable es el de Okinawa (Japón), donde la gente lleva mucho tiempo formando grupos muy unidos llamados moai. Tradicionalmente, estos grupos proporcionaban a sus miembros una red de seguridad financiera y recursos compartidos. Hoy en día, los grupos moai siguen prosperando y sus miembros se informan periódicamente.
La estructura comunitaria de los moai facilita la confianza, lo que hace más cómodo pedir favores entre sus miembros, dice Christal Burnette, portavoz del Centro de Investigación de Okinawa para la Ciencia de la Longevidad y miembro de un moai. Si alguien necesita que le lleven al aeropuerto o más dinero, puede pedirlo. “Y la persona a la que se lo piden está encantada de ayudar”, dice Burnette.
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Estamos encantados de ayudar, de verdad
Aun así, pedir ayuda puede ser una situación “tensa” y emocionalmente “arriesgada”, dice Vanessa Bohns, psicóloga social y profesora de comportamiento organizativo en la Universidad de Cornell (Estados Unidos).
“Nos preocupa que pedir ayuda ponga en peligro la relación”, afirma.
La investigación de Bohn sugiere que pagar por un servicio elimina parte de esa tensión emocional, lo que puede explicar por qué contratar a un trabajador es más fácil que llamar por teléfono a un amigo. Además, las aplicaciones de trabajo por encargo pueden ser más cómodas y satisfacer otras necesidades psicológicas esenciales, afirma Zhao. Según la Teoría de la Autodeterminación, los seres humanos desean relacionarse, pero también autonomía y competencia.
“La tecnología nos proporciona este sentido de agencia, la competencia y la autonomía que deseamos”, afirma Zhao. Sin embargo, eso pone en peligro las oportunidades de bondad, reciprocidad y creación de relaciones, lo cual puede ser una pérdida.
Según un estudio de Zhao y Nicholas Epley, profesor de Ciencias del Comportamiento de la Escuela de Negocios Booth de la Universidad de Chicago (Estados Unidos), la gente está más dispuesta a ayudarnos de lo que creemos. Otro metaanálisis reciente sugiere con optimismo que los estadounidenses están tan dispuestos a cooperar con desconocidos como antes.
¿Por qué? Porque ayudar da un propósito a la otra persona. “Es una experiencia agradable conectar con otra persona y que nos haga un favor. Desbloquea una experiencia de amabilidad para que fluya de una persona a otra”, afirma Zhao.
Como dice Epley: “De hecho, he llegado a pensar que no pedir ayuda a la gente cuando la necesitas es perjudicar a otra persona. Porque no les estás dando la oportunidad de ayudarte y, por tanto, de sentirse mucho mejor de lo que se sentirían de otro modo”.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.