Imagen de la cadena de un urinario

¿Qué es el síndrome de vómitos cíclicos y cómo se diagnostica?

Este trastorno, caracterizado por intensos episodios de náuseas y vómitos, es más frecuente de lo que los médicos creían, sobre todo en niños y adultos jóvenes.

El síndrome de vómitos cíclicos (SVC) a menudo no se diagnostica y, por tanto, no se trata. La Asociación Americana de Gastroenterología ha publicado recientemente nuevas directrices para diagnosticar y tratar este trastorno.

Fotografía de Kinga Krzeminska, Getty Images
Por Stacey Colino
Publicado 13 ago 2024, 12:34 CEST

Cuando una persona sufre de repente náuseas intensas, vómitos, dolor de estómago y arcadas continuas durante uno o dos días (o a veces incluso más tiempo), es posible que el motivo se deba a una intoxicación alimentaria o un virus gastrointestinal. Pero si este tipo de episodios se da durante varias veces al año, podría tratarse de un signo del síndrome de vómitos cíclicos, un trastorno poco reconocido que, aunque afecta aproximadamente al 2% de la población infantil, también se da en adultos.

En julio, en parte porque el trastorno sigue estando infradiagnosticado e infratratado, la Asociación Americana de Gastroenterología publicó una nueva guía clínica para ayudar a médicos y pacientes a reconocer los signos y síntomas del síndrome de vómitos cíclicos (SVC). En pocas palabras, el SVC es un trastorno crónico relacionado con la interacción intestino-cerebro y se caracteriza por episodios recurrentes de náuseas, vómitos y vómitos secos, separados por periodos intermedios sin síntomas. Los propios episodios suelen ser francamente debilitantes, provocando dolor, sufrimiento y, a menudo, deshidratación, así como pérdida de días de trabajo y de clase por no poder alejarse del baño.

"Cada vez se reconoce más que este trastorno es más frecuente de lo que creíamos", afirma David Levinthal, gastroenterólogo y neurocientífico, director del Centro de Neurogastroenterología y Motilidad del Centro Médico de la Universidad de Pittsburgh (Estados Unidos). "No es una afección en la que piensen muchos médicos gastroenterólogos. Hay muchos pacientes que sufren y no reciben diagnóstico ni tratamiento", añade.

Esto puede deberse en parte a que, al igual que otros trastornos de la interacción intestino-cerebro, se trata de una afección a la que no se da prioridad en la formación médica, dice Christopher Vélez, gastroenterólogo y director asociado del programa de becas avanzadas en motilidad gastrointestinal y enfermedades funcionales del Centro de Salud Neurointestinal del Hospital General de Massachusetts, en Boston.

"Es como una migraña intestinal: una serie de acontecimientos anormales, incontrolados y con implicaciones neurológicas", explica Vélez. Pero como los diagnósticos modernos no pueden mostrar a los médicos lo que va mal, "a veces se considera inventado. Y a veces se culpa a los pacientes de sus síntomas, incluso cuando su calidad de vida se deteriora considerablemente".

(Relacionado: ¿Qué es el síndrome del intestino permeable?)

Quién es susceptible y por qué

Aunque el SVC puede afectar a cualquiera, es más frecuente entre niños, mujeres y adultos jóvenes.

"Un gran porcentaje de los niños que lo padecen lo superan", afirma Anthony Lembo, gastroenterólogo y director de investigación del Instituto de Enfermedades Digestivas de la Clínica Cleveland; "en el caso de los adultos, no está tan claro".

Entre los adultos, la ansiedad, la depresión y/o el trastorno de pánico suelen coexistir con el SVC, al igual que las migrañas. Y, al igual que las migrañas, el SVC a veces es hereditario, dice Lembo. Además, el trastorno es ligeramente más frecuente entre personas con trastornos convulsivos.

Entre los que padecen SVC, "cada uno tiene un desencadenante diferente", dice Levinthal, y a veces los desencadenantes son difíciles de identificar. El estrés es un detonante habitual, al igual que la pérdida de sueño, las fluctuaciones hormonales relacionadas con el ciclo menstrual, los viajes, los mareos por movimiento, los periodos de ejercicio intenso y las fuentes fisiológicas de estrés, como una enfermedad o una intervención quirúrgica.

"Si uno siempre ha tenido un sistema gastrointestinal sensible, está preparado para esto. Le hace a uno más susceptible a los desencadenantes psicosociales", dice Vélez.

Marissa Cohen empezó a tener brotes constantes de SVC cuando tenía dos años. A veces los vómitos eran tan profusos que no le quedaba nada en el estómago y le salía bilis. A pesar de pasar por años de pruebas, Cohen no recibió un diagnóstico de SVC hasta los ocho años.

"Fue frustrante para mis padres y para mí, porque sabíamos que algo iba mal, pero no podíamos hacer mucho sin un diagnóstico oficial", recuerda Cohen.

A menudo acababa en urgencias, donde le suministraban líquidos por vía intravenosa y medicamentos para detener los vómitos. Los fármacos solían dormirla y "se despertaba como si no hubiera pasado nada; es un interruptor de encendido y apagado tan loco", dice Cohen, que ahora tiene 21 años y estudia en una universidad de Pensilvania (EE. UU.).

La mayoría de las personas con SVC suelen tener entre dos y cuatro episodios al año. "Este trastorno no es un monolito. Hay una amplia gama de gravedad", afirma Levinthal.

Si alguien tiene menos de cuatro episodios al año y cada uno dura menos de dos días, se considera que tiene SVC leve, según la AGA. Si alguien tiene cuatro o más episodios al año, cada uno de los cuales dura más de dos días y requiere una visita al servicio de urgencias del hospital u hospitalización, se le diagnostica un SVC de moderado a grave.  

Para descartar afecciones (como una obstrucción) que podrían producir síntomas similares, a veces se solicita una endoscopia y/o pruebas de imagen (como una tomografía computarizada o una ecografía) del tracto gastrointestinal superior. 

El análisis de sangre (incluido un hemograma completo y pruebas para medir los niveles sanguíneos de electrolitos y glucosa y las enzimas hepáticas) y el análisis de orina también forman parte del cuadro diagnóstico. Pero el pilar del diagnóstico es una historia clínica exhaustiva.

"El reconocimiento de un patrón es el paso fundamental", afirma Levinthal. Aunque los brotes de SVC pueden producirse en cualquier momento del día, la mayoría tienen lugar a primera hora de la mañana.

Las personas diagnosticadas de SVC de moderado a grave suelen tomar a diario medicamentos preventivos, como antidepresivos tricíclicos (como amitriptilina o nortriptilina) o anticonvulsivos (como topiramato, zonamisamida o levetiracetem). Estos fármacos no eliminan las crisis; el objetivo es prolongar el intervalo entre ellas y/o reducir la duración y gravedad de los episodios.  

"Una de las cosas buenas del SVC es que se trata de una situación en la que se puede elegir el tratamiento", dice Vélez, refiriéndose al hecho de que se pueden probar o combinar distintos tratamientos en una persona determinada.

Muchas personas con este trastorno experimentan síntomas prodrómicos (como dolor abdominal, dolor de cabeza, niebla mental, temblores o ansiedad) una hora antes de empezar a vomitar.  

"Alrededor del 70% de los pacientes pueden identificar cuándo se avecina un ataque", dice Levinthal. "Tendrás mejores posibilidades de detenerlo si puedes tomarte la medicina en cuanto reconozcas que va a suceder", añade.

Para quienes padecen SVC leve y la forma de moderada a grave, suelen prescribirse terapias abortivas como fármacos triptanes (usados para las migrañas), antieméticos (también conocidos como fármacos contra las náuseas, como ondansetrón, prometazina o proclorperazina) o sedantes (como alprazolam o difenhidramina) para intentar detener un episodio en seco.

Dado que puede resultar difícil retener un medicamento oral durante un episodio, muchos de estos fármacos pueden tomarse mediante otros métodos de administración: sublingual (bajo la lengua), en aerosol nasal o en supositorio rectal.

Muchas personas, como Cohen, dependen de dos o más fármacos para tratar el SVC. En la actualidad, toma un antidepresivo tricíclico cada día para tratar de prevenir los ataques y está armada con medicamentos de rescate si se despierta con náuseas, por ejemplo. Aunque acaba en urgencias con menos frecuencia que antes, sigue teniendo entre uno y cinco brotes de SVC al año y debe tener cuidado con los lugares a los que viaja, por si necesita atención médica.

"Lo más difícil es que realmente no sé qué va a desencadenar un episodio", dice.

Si la persona no consigue controlar los síntomas o se deshidrata en casa, debe acudir al servicio de urgencias de un hospital para que le administren líquidos por vía intravenosa y una terapia abortiva intravenosa.

Algunas personas con SVC consumen cannabis, ya sea de forma recreativa o para aliviar sus síntomas. El problema es que a veces resulta difícil distinguir entre el síndrome de hiperémesis cannabinoide (SHC) y el SVC. En el SHC, el consumo crónico de cannabis (definido como más de cuatro veces por semana durante más de un año) puede asociarse a náuseas, vómitos y dolor abdominal recurrentes.

Por eso, algunos gastroenterólogos recomiendan a los consumidores de cannabis con SVC abstenerse durante tres a seis meses para ver si hay alguna diferencia, dice Vélez. Si después siguen experimentando episodios de náuseas y vómitos, se puede descartar el SHC.  

Para aliviar un poco los síntomas, los afectados suelen darse baños o duchas calientes, a veces varias veces al día. También se les recomienda dormir con regularidad, evitar el ayuno prolongado y seguir prácticas de control del estrés como la meditación, que ha demostrado ser útil.

"Hay mucha gente que padece esta enfermedad y es tratable. Quiero que los pacientes se escuchen a sí mismos porque la ayuda está ahí fuera", dice Levinthal. 

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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