¿Cómo moldeamos los humanos nuestra propia evolución?

Como cualquier otra especie, somos el producto de millones de años de evolución. Pero ahora estamos tomando el control de nuestro destino.

Por D.T. Max
Mano robótica
Fotografía de Owen Freeman

Cuando conocí al ciborg Neil Harbisson en Barcelona, parecía simplemente un hipster local, a excepción de la antena negra que se arqueaba de manera impresionante desde la parte trasera de su cabeza, pasando sobre su mata de pelo rubio.

Estábamos en diciembre y Harbisson, de 34 años, llevaba una camisa gris bajo un abrigo de marinero con pantalones pitillo negros. Este hombre nacido en Belfast y criado en España, tiene una enfermedad rara conocida como acromatopsia: la incapacidad de percibir el color. Su antena, que termina en un sensor de fibra óptica sobre sus ojos, ha cambiado esto. 

Harbisson nunca pensó que vivir en un mundo en blanco y negro fuera una discapacidad. "Veo a más distancia. También memorizo las formas más fácilmente porque el color no me distrae", me dijo en un inglés cuidadoso y neutral.

Sin embargo, sentía una profunda curiosidad sobre cómo eran las cosas en color. Habiendo recibido formación como músico, en sus últimos años de adolescencia tuvo la idea de tratar de descubrir el color a través del sonido. Tras algunos comienzos sin éxito, siendo veinteañero encontró a un cirujano (que permanece en el anonimato) que se mostró dispuesto a implantar un dispositivo, una mejora cibernética a su cuerpo biológico.

El sensor de fibra óptica capta los colores que se encuentran frente a él y un microchip implantado en su cráneo convierte sus frecuencias en vibraciones en la parte trasera de su cabeza. Estas se transforman en frecuencias de sonido, convirtiendo su cráneo en una especie de tercer oído. Identificó correctamente el azul de mi americana y cuando apuntó su antena hacia su amiga Moon Ribas, bailarín y artista ciborg, dijo que su chaqueta era amarilla. En realidad era color mostaza, pero como él mismo explicó, en Cataluña "no crecemos con mostaza".

Cuando le pregunté a Harbisson cómo el doctor había implantado el dispositivo, se apartó alegremente el pelo en la parte trasera de su cabeza para mostrarme el punto de entrada de la antena. La carne rosada estaba presionada hacia abajo mediante una placa rectangular con dos anclajes. Un implante conectad sostenía el microchip vibrante y otro implante era un centro de comunicaciones por Bluetooth, para que sus amigos le pudieran mandar colores a través de su móvil.

La antena ha supuesto una revelación para Harbisson. El mundo es más estimulante para él ahora. Con el tiempo, según él, esta aportación ha empezado a convertirse en algo no como la vista o el oído, sino en un sexto sentido.

Evolución para vivir en altitud
Hasta hace poco, se creía que nuestra especial había dejado de evolucionar en el pasado lejano. Nuestra capacidad para explorar el genoma humano ha demostrado que, de hecho, nuestra biología sigue cambiando para adaptarse a entornos específicos. La mayoría nos sentimos sin aliento en alta montaña, ya que allí nuestros pulmones tienen que hacer un trabajo más duro para captar el nivel reducido de oxígeno. Sin embargo, los habitantes andinos tienen una característica genética definida que permite que su hemoglobina capte más oxígeno. Las poblaciones tibetanas y etíopes se han adaptado de forma independiente a las alturas, lo que demuestra que la selección natural nos puede llevar por diferentes caminos para alcanzar el mismo objetivo: la supervivencia.
Fotografía de Owen Freeman

Pero la parte más intrigante de la antena es que le proporciona una capacidad de la que el resto de nosotros carecemos. Al mirar a las lámparas del techo, sintió que las luces infrarrojas que las activan estaban apagadas. Con un vistazo a las macetas pudo "ver" las marcas ultravioletas que muestran dónde se encuentra el néctar en el centro de las flores. No solo ha conseguido todas las habilidades humanas normales, sino que las ha sobrepasado.

Él es, por tanto, un primer paso hacia la meta que los futuristas más visionarios siempre han tenido, un primer ejemplo de lo que Ray Kurzweil denomina en su libro La singularidad está cerca "la vasta expansión del potencial humano". Harbisson no pretendía iniciar el sueño de Kurzweil; su visión del futuro es más salvaje. Pero desde que se convirtió en el primer ciborg oficial del mundo (persuadió al gobierno británico para que le dejasen llevar la antena en la foto de su pasaporte, argumentando que no era simplemente un dispositivo electrónico, sino una extensión de su cerebro), también se ha convertido en un proselitista. Ribas pronto le siguió en lo que en ocasiones se conoce como transhumanismo al instalar un monitor sísmico en su móvil conectado a un imán vibrante en la parte superior de su brazo. De esta forma recibe informes sobre terremotos en tiempo real, lo que le permite sentirse conectada a los movimientos terrestres e interpretarlos a través de la danza. "Supongo que me sentía celosa", dice.

"Vamos a superar todas las limitaciones de nuestra biología", prometió Kurzweil. "Eso es el significado de ser humano: extender lo que somos".

Está claro que la antena de Harbisson es solo el principio. Pero, ¿estamos ya redefiniendo nuestra forma de evolucionar? ¿Implica ahora la evolución no solo el lento trabajo de la selección natural que extiende los genes deseables, sino también todo lo que podamos hacer para ampliar nuestros poderes y los poderes de las cosas que fabricamos? ¿Es una unión de genes, cultura y tecnología? Y si lo es, ¿adónde nos lleva?

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    Adaptación al clima desértico
    El desierto también supuso un desafío evolutivo para los habitantes de Sahul, el continente que en su día comprendía Australia, Nueva Guinea y Tasmania. Después de que los ancestros de los aborígenes modernos lograran cruzar a Sahul, hace unos 50.000 años, desarrollaron adaptaciones que les permitieron sobrevivir a temperaturas nocturnas bajo cero y a temperaturas diurnas normalmente superiores a 38 grados. Una mutación genética en una hormona reguladora del metabolismo proporciona esta ventaja de supervivencia, especialmente a los niños, mediante la modulación del exceso de energía que se produce cuando se eleva la temperatura corporal.
    Fotografía de Owen Freeman

    La evolución convencional se encuentra viva y coleando en nuestra especie. No hace mucho tiempo, conocíamos solamente la composición de apenas 20.000 genes codificadores de proteínas en nuestras células. En la actualidad, conocemos la función de cerca de 12.000. Pero los genes son solo un porcentaje diminuto del ADN en nuestro genoma. Es seguro que realizaremos nuevos descubrimientos, y pronto. A partir de este tesoro escondido de información genética, los investigadores ya han identificado docenas de ejemplos de evolución relativamente reciente. Los humanos anatómicamente modernos migraron desde África entre 80.000 y 50.000 años atrás. Nuestra herencia genética original era adecuada para los climas templados en los que evolucionamos por primera vez a partir de los primeros homínidos hasta convertirnos en humanos, pasamos de andar sobre los nudillos a ser cazadores y recolectores. Pero ha ocurrido mucho desde entonces, ya que los humanos se han expandido por todo el mundo y las demandas que presentaban los nuevos desafíos han alterado nuestra composición genética.

    Abundan los ejemplos recientes de la vida real de este proceso. Los aborígenes australianos que viven en climas desérticos presentan una variante genética, desarrollada durante los últimos 10.000 años, que les permite adaptarse más fácilmente a temperaturas extremadamente altas. En la prehistoria, la mayor parte de los humanos, así como otros mamíferos, podían digerir la leche solo durante la infancia: teníamos genes que desactivaban la producción de la enzima que digería la leche al ser destetados. Pero hace unos 9.000 años, algunos humanos comenzaron a mantener a los animales en rebaños en vez de simplemente cazarlos. Estos pastores desarrollaron alteraciones genéticas que les permitieron continuar produciendo esa enzima tan importante durante toda su vida, una adaptación práctica cuando su ganado producía una proteína rica en vitaminas.

    En un artículo reciente en la revista Scientist, John Hawks, paleoantropólogo en la Universidad de Winsconsin-Madison, escribió sobre lo impresionado que estaba por la velocidad a la que se había diseminado el gen: "hasta un 10 por ciento por generación. Esta supuso una enorme ventaja, quizá la más fuerte conocida de entre las características humanas más recientes". 

    De forma similar, los ancestros de todos los no africanos salieron de África con piel oscura. De hecho, hace 10.000 años, según los investigadores, la piel europea y africana era de aspecto muy similar. Pero con el tiempo, los humanos en climas septentrionales más oscuros desarrollaron una piel menos pigmentada, lo que les ayudaba a absorber los rayos solares ultravioletas y a sintetizar de forma más eficaz la vitamina D. Los inuits de Groenlandia presentan una adaptación que les ayuda a digerir los ácidos grasos omega-3 del pescado mucho mejor que el resto de nosotros. Una población indígena cerca de la ciudad argentina de San Antonio de los Cobres ha evolucionado para poder beber el agua del subsuelo, que ha desarrollado altos niveles de arsénico de forma natural.

    La evolución es imparable; cuando se pueden aumentar las probabilidades de supervivencia, encuentra una forma de cambiar algo, a veces de formas muy diferentes. Algunas poblaciones de Oriente Medio presentan una variación genética que es diferente de otra que poseen los europeos del norte para protegerse de la intolerancia a la lactosa. Y también existen media docena de adaptaciones genéticas distintas que protegen a los africanos contra la malaria (una de ellas tiene el importante inconveniente de causar anemia de células falciformes, si la forma alterada del gen se hereda de ambos progenitores). En los últimos 50 años, los investigadores han descubierto una gran variedad de adaptaciones en andinos, etíopes y tibetanos que les permiten respirar de forma más eficaz en altitudes elevadas. Las poblaciones andinas retienen niveles más altos de oxígeno en su sangre. Entre los tibetanos, existen pruebas de que un gen fue introducido mediante mestizaje con los denisovanos, una misteriosa rama del linaje humano que se extinguió hace decenas de miles de años. Todas estas adaptaciones proporcionan a los pueblos indígenas que viven a gran altitud una ventaja frente a los mareados turistas que intentan captar algo de oxígeno del aire de la montaña.

    En El Origen de las Especies, Charles Darwin argumenta: "la Selección Natural, como veremos a partir de ahora, es un poder que se encuentra incesantemente preparado para la acción, y es inmensurablemente superior a los débiles esfuerzos del hombre, como lo son los trabajos de la Naturaleza comparados con los del Arte". El libro se publicó en 1859. ¿Es lo que entonces era cierto todavía cierto hoy en día? ¿Era verdad incluso durante la vida de Darwin? La evolución biológica podría ser implacable y, de hecho, más hábil que la evolución genética que los humanos llevamos a cabo a través del cruce en plantas y animales. Pero, ¿cuál es su importancia si se compara con las adaptaciones que podemos idear con nuestros cerebros? Parafraseando al antropólogo Milford Wolpoff, si puedes montar a caballo, ¿importa si puedes correr rápido?

    En nuestro mundo, quien mueve los hilos para tener éxito reproductivo —y así cambio evolutivo— es la cultura, y su primo armado, la tecnología. Eso se debe a que la evolución no es rival para la velocidad y la variedad de la vida moderna. A pesar de todo lo que ha conseguido la evolución en el pasado reciente, pensemos en lo mal adaptados que estamos a nuestras pantallas de ordenador y a nuestros horarios de 24 horas, a nuestras bolsas de patatas saladas y a entornos con escasos patógenos. ¿Por qué es tan inamovible nuestro reloj interno? ¿Por qué no puede nuestro aparentemente inútil apéndice, que en su día nos ayudaba a digerir hierba, cambiar para descomponer los azúcares en su lugar? Si la genética humana fuera una empresa tecnológica, habría declarado la quiebra con la llegada de la energía de vapor. Su plan de negocios necesita que una característica aparezca por azar para luego extenderla a través de la reproducción sexual.

    Esto funciona rápidamente en ratones, que pueden producir una nueva camada en tres semanas, pero los humanos tienen que abordar las cosas más despacio, produciendo una nueva generación solo cada 25 o 35 años. A este ritmo, puede llevar miles de años que una característica ventajosa se extienda a través de una población. Debido a los engorrosos protocolos de la evolución genética, no resulta sorprendente que la tecnología la haya superado. La tecnología actual hace prácticamente el mismo trabajo mucho más rápido, potenciando nuestras habilidades físicas, aumentando nuestro alcance intelectual y permitiendo nuestra expansión a entornos nuevos y con mayores desafíos.

    "La gente se queda en Darwin y el ADN", explica George Church, un ingeniero molecular con designación conjunta en Harvard y el MIT. "Pero la mayor parte de la selección actual tiene lugar en la cultura y la lengua, en los ordenadores y la ropa. En el pasado, en los días del ADN, si tenías una mutación prometedora, podría extenderse en la raza humana en unos 100.000 años. Actualmente, si tienes un nuevo teléfono móvil o procesos transformacionales de fabricación, puede extenderse en una semana".

    Tecnología frente a selección natural
    Los humanos actuales, con gran capacidad cerebral, hemos hecho mucho para neutralizar el poder de la selección natural. Con nuestras herramientas, la medicina y otras innovaciones culturales, hemos dado comienzo a una carrera potencialmente mortal, una que podríamos perder frente a un superpatógeno muy evolucionado. Debido a la velocidad a la que podemos extender las enfermedades por todo el mundo, “nos encontramos en una nueva era de pandemias y debemos actuar para detenerlas”, explica Kevin Olival, ecologista de enfermedades en EcoHealth Alliance. Los cambios provocados por la destrucción de los hábitats y el cambio climático también están haciendo que la gente entre en contacto con patógenos que previamente estaban aislados de los humanos.
    Fotografía de Owen Freeman

    Pero lo que es seguro es que el panorama es más complicado. Como señaló el escritor ciberpunk William Gibson: "El futuro ya está aquí. Solo que no se ha distribuido uniformemente todavía". Algunos de nosotros vivimos en el mundo de Church de viajes en avión y matrimonios interraciales, de medicina molecular y terapia génica, y parece que nos dirigimos a una era en la que nuestra composición genética original es simplemente un borrador que debe corregirse. Pero fuera de las zonas más desarrolladas del planeta, el ADN es todavía el destino.

    Sin embargo, no todas las tendencias son irreversibles. Existen escenarios en los que la selección natural volvería a ser la protagonista para nosotros. Si tuviera lugar una epidemia a nivel global, por ejemplo, del estilo de la pandemia de gripe de 1918, aquellos con resistencia al patógeno (gracias a un fuerte sistema inmune o a bacterias protectoras que podrían volver inocuo ese patógeno) tendrían una enorme ventaja evolutiva, y serían sus genes los que se transmitirían a las siguientes generaciones, mientras que el resto de nosotros nos extinguiríamos.

    Actualmente tenemos medicinas para combatir muchas enfermedades infecciosas, pero recientemente algunas bacterias agresivas han evolucionado y no responden a los antibióticos. Los viajes en avión pueden extender un agente infeccioso por todo el mundo en cuestión de un par de días. El cambio climático podría evitar que las bajas temperaturas maten a cualquier animal portador, del mismo modo que el invierno podría haber provocado en su día la muerte de las pulgas portadoras de la peste.

    Elodie Ghedin, microbióloga de la Universidad de Nueva York, afirma que "no sé por qué la gente no está más asustada". Ambos debatimos el ejemplo del SIDA, que ya ha provocado la muerte de 35 millones de personas en todo el mundo, un número de víctimas casi igual al de la pandemia de 1918. Resulta que un pequeño porcentaje de la población —apenas un uno por ciento— presentan una mutación del gen que altera el comportamiento de una proteína celular a la que el VIH, el virus causante del SIDA, debe adherirse, haciendo que sea prácticamente imposible que resulten infectados. Si vives en Greenwich Village, en Nueva York, y tienes acceso a los mejores antivirales, esto no determinaría si vives o mueres. Pero si eres seropositivo en el África rural, probablemente sea decisivo.

    Existen muchos más escenarios en los cuales los genes volverían a jugar un papel fundamental en la vida humana. Chris Impey, profesor de astronomía en la Universidad de Arizona y experto en viajes espaciales, predice que se establecerá un asentamiento permanente en Marte durante cuando nuestros nietos vivan, formado por las 100 o 150 personas necesarias para crear una comunidad genéticamente viable. El cree que un primer intento de asentamiento, más pequeño, se encuentra incluso más cerca: "Cuando Elon Musk está colocado, afirmaría que en 10 o 15 años", bromea Impey, "pero 30 o 40 no parece tan radical". Una vez establecido este asentamiento, añade, "será necesario acelerar los procesos evolutivos naturales. Nos vamos a enfrentar a un entorno muy artificial y físicamente difícil que va a modificar la estructura de los viajeros o colonizadores de una forma bastante agresiva". El terrestre convertido en perfecto marciano, según él, sería alto y delgado, debido a que la gravedad en el planeta rojo ejerce aproximadamente un tercio de la fuerza que ejerce en la Tierra. Durante generaciones, tanto las pestañas como el vello corporal podrían desaparecer en un entorno en el que las personas no entrarían nunca en contacto directo con el polvo. Impey predice —asumiendo que los humanos marcianos no procreen con humanos terrestres— importantes cambios bioquímicos en "decenas de generaciones, y cambios físicos en cientos de generaciones".

    Un rasgo humano con un fuerte componente genético sigue aumentando su valor, incluso más a medida que la tecnología se vuelve más dominante. La ambición universal de la humanidad sigue siendo una mayor inteligencia. No hay otro atributo tan deseable, ni otro tan útil y variado en aplicaciones, aquí y en cualquier mundo que podamos imaginar. Fue indispensable para nuestros antepasados en África y será útil para nuestros descendientes en el planeta que orbita la estrella Proxima Centauri, si alguna vez llegamos allí. Durante cientos de miles de años, nuestros genes han evolucionado para destinar más y más recursos a nuestro cerebro, pero la verdad es que nunca podremos ser lo suficientemente inteligentes.

    Presente y futuro cercano
    Combinar la fecundación in vitro con otros procesos nos permite examinar a los embriones en busca de mutaciones que pudieran llevar a enfermedades graves. Actualmente, estamos desarrollando potentes herramientas de edición genética que podrían generar una evolución dirigida por los humanos. La mayor parte de las investigaciones se han dado en otros organismos. Por ejemplo, el intento de cambiar el genoma de un mosquito para que el insecto no pudiera transmitir el virus Zika o la malaria. Podríamos emplear las mismas técnicas para “diseñar” a nuestros bebés, eligiendo de forma simple el color de pelo o de ojos que prefiramos. Pero, ¿deberíamos? “La verdad es que hay un lado oscuro”, explica la experta en bioética Linda MacDonald Glenn, “pero creo que este avance de la humanidad es inevitable. Reparamos las cosas por naturaleza”.
    Fotografía de Owen Freeman

    A diferencia de nuestros ancestros, pronto podríamos prescindir de la evolución para que arregle nuestros problemas. En 2013, Nick Bostrom y Carl Shulman, dos investigadores del Future of Humanity Institute ("Instituto para el Futuro de la Humanidad") de la Universidad de Oxford, se dispusieron a investigar el impacto social de mejorar la inteligencia en un estudio para Global Policy. Se centraron en la selección de embriones mediante fecundación in vitro (FIV). Mediante FIV, los padres pueden elegir qué embrión implantar. A partir de sus cálculos, elegir el "embrión más inteligente" de entre 10 aumentaría el coeficiente intelectual del bebé en apenas 11,5 puntos. Si una mujer estuviera dispuesta a someterse a tratamientos hormonales intensivos para producir óvulos con mayor rapidez —"algo caro y engorroso", como señala el estudio con eufemismos— el valor podría incrementarse.

    El beneficio real, aún así, se encontraría en las ventajas para los descendientes del receptor: tras 10 generaciones, según Shulman, un descendiente podría disfrutar de un coeficiente intelectual hasta 115 puntos superior al de su tatara-tatara-tatara-tatara-tatara-tatara-tatarabuela. Como él mismo me dijo, un beneficio tal se basa en supuestos extremadamente optimistas, pero como poco el receptor medio de esta manipulación genética tendría una inteligencia igual a la de un genio actual. El uso células madre embrionarias, que podrían convertirse en esperma u óvulos en solo seis meses, según señala el artículo, podría aumentar la rapidez de los resultados. ¿Quién quiere esperar dos siglos para ser el descendiente de una raza de genios? Shulman también mencionó que el estudio omitía un hecho obvio: "En 10 generaciones probablemente existirán programas de ordenador que superarán incluso al humano más mejorado a nivel universal".

    Aunque existe una objeción más inmediata a este escenario: todavía no sabemos lo suficiente acerca de la base genética de la inteligencia para poder seleccionarla. Un embrión no realiza cálculo avanzado mientras que otro está atascado en los números enteros. Reconociendo el problema, los autores afirman que estaríamos a solo cinco o diez años de tener la capacidad de seleccionar para obtener una "ligera mejora cognitiva".

    A primera vista, esto parece improbable. La base genética de la inteligencia es muy compleja. La inteligencia tiene múltiples componentes, e incluso los aspectos individuales —habilidad computacional, orientación espacial, razonamiento analítico, por no mencionar la empatía— son claramente multigénicos, todos ellos influenciados a su vez por factores medioambientales. Stephen Hsu, vicepresidente de investigación en la Universidad Estatal de Michigan y cofundador del Cognitive Genomics Lab ("Laboratorio de Genómica Cognitiva") en el BGI (Instituto de Genómica de Pekín), estimaba en un artículo de 2014 que existen cerca de 10.000 variantes genéticas que probablemente ejercerían influencia sobre la inteligencia. Puede parecer una cantidad intimidante, pero para él, la capacidad de manejar tantas variantes está prácticamente aquí —"en los próximos 10 años", escribía—, mientras que otros no creen que haya que conocer todos los genes relacionados para empezar a seleccionar embriones más inteligentes. "La pregunta no es cuánto sabemos o desconocemos", afirma Church. "Sino cuánto necesitamos saber para crear un impacto. ¿Cuánto necesitamos saber sobre la viruela para crear una vacuna?".

    Si Church y Hsu están en lo cierto, pronto lo único que nos detendrá seremos nosotros mismos. Quizá no queremos practicar la eugenesia en nuestro propio genoma natural. ¿Pero nos detendrá eso? Y si lo hace, ¿durante cuánto tiempo? Una nueva tecnología llamada CRISPR-Cas9 ha sido desarrollada en parte por el laboratorio de Church para poner a prueba las limitaciones de la curiosidad humana. Tras haber sido probada por primera vez en 2013, CRISPR consiste en un procedimiento para cortar una sección de una secuencia de ADN de un gen y sustituirla por otra diferente, de forma rápida y precisa. Lo que antes llevaba años a los investigadores, ahora solo lleva una fracción de ese tiempo.

    No había existido antes ninguna tecnología remotamente tan potente para la manipulación del genoma humano. Comparemos CRISPR con la FIV. Con FIV, seleccionas el embrión que quieres de entre los que la naturaleza ha proporcionado, pero ¿y si ninguno de los embriones en este escenario dado es, por ejemplo, inusualmente inteligente? La reproducción es un juego de azar. Una historia, probablemente apócrifa, ilustra este argumento: cuando la bailarina Isadora Duncan sugerió al dramaturgo George Bernard Shaw  tener un bebé juntos para que tuviera el físico de ella y la mente de él, se dice que este le replicó: "¿Pero qué pasa si tiene tu inteligencia y mi físico?". CRISPR eliminaría ese riesgo. Si la FIV es pedir a partir de un menú, CRISPR es cocinar directamente. De hecho, mediante CRISPR, los investigadores pueden insertar un nuevo rasgo genético directamente en el óvulo o en el esperma, produciendo de esta forma no solo un único bebé con la inteligencia de Shaw y la apariencia de Duncan, sino una raza sin fin de ellos.

    Hasta ahora, muchos experimentos con CRISPR han sido probados en animales. El laboratorio de Church fue capaz de emplear el procedimiento para rediseñar embriones de cerdo para hacer que sus órganos fueran más seguros para ser trasplantados a humanos. Un compañero de Church, Kevin Esvelt del MIT Media Lab, está trabajando para alterar el genoma de los ratones para que los animales dejen de albergar las bacterias que provocan la enfermedad de Lyme. Un tercer investigador, Anthony James, de la Universidad de California, Irvine, ha insertado genes en el mosquito Anopheles que impiden que sea portador del parásito de la malaria.

    La ciencia ficción se convierte en realidad
    Hace más de 50 años, dos científicos acuñaron el término “ciborg” refiriéndose a un organismo imaginario, parte humano, parte máquina. Parecía ciencia ficción, pero actualmente unas 20.000 personas tienen implantes que pueden abrir puertas. Neil Harbisson, que puede percibir los colores simplemente transformándolos en sonidos que escucha a través de una antena implantada en su cabeza, ve un futuro muy mejorado mediante la ampliación de nuestros sentidos con esta tecnología. “La visión nocturna”, afirma él, “nos daría la capacidad de adaptarnos al medio: diseñarnos a nosotros mismos en lugar de cambiar el planeta. Modificar el planeta es lo que lo está dañando”.
    Fotografía de Owen Freeman

    Sin embargo, al mismo tiempo, investigadores chinos han sorprendido a todo el mundo anunciando que han empleado CRISPR en embriones humanos no viables para intentar reparar el defecto genético que provoca beta-talasemia, un trastorno sanguíneo potencialmente mortal. Fallaron en su intento, pero esto les llevó a encontrarse más cerca de encontrar una forma de reparar el defecto. Mientras tanto, existe una moratoria internacional en toda terapia que provoque cambios heredables en genes humanos hasta que se pruebe que son seguros y efectivos. CRISPR no supone una excepción.

    ¿Se mantendrá esta prohibición? Ninguna de las personas con las que he hablado lo piensa. Algunos se refieren a la historia de la FIV como precedente. En un primer momento se consideraba un procedimiento médico para parejas infértiles. Pero pronto fue claro su potencial para erradicar devastadores trastornos genéticos. Las familias con mutaciones que provocan la enfermedad de Huntington o de Tay-Sachs utilizaron la técnica para escoger los embriones sin este trastorno para que la madre pudiera gestarlos. No solo se ahorraba sufrimiento al futuro bebé, sino también a su futura descendencia. Incluso si esto es jugar a ser Dios, parece algo razonable para muchas personas. "Que este tipo de tecnología sea prohibida o no utilizada", señala Linda MacDonald Glenn, especialista en bioética en la Universidad Estatal de California, "supone sugerir que la evolución ha sido benigna. Que de alguna forma ha sido positiva. Dios mío, ¡claro que no! Cuando piensas en el dolor y sufrimiento que provocan tantos errores, es devastador".

    Al mismo tiempo que la FIV se volvía mas familiar, su propósito se extendió desde evitar enfermedades hasta incluir selección de sexo, especialmente en Asia, donde la preferencia por hijos varones ha sido abrumadora, pero también en Europa y América, donde los padres hablan de las virtudes de "una familia equilibrada". Oficialmente, eso es lo más lejos que ha llegado esta tendencia en cuanto a usos no médicos. Pero somos una especie que no sabe cuándo parar. "Más de un especialista en FIV me ha comentado que pueden buscar otros rasgos deseables, como el color de ojos y pelo", me contó Glenn. "No se anuncia, es simplemente de boca a boca". En otras palabra, un bebé rubio de ojos verdes, si es lo que prefieres, podría prepararse con solo pedirlo.

    CRISPR es una tecnología mucho más potente de la FIV, con un mayor riesgo de ser mal empleada, incluyendo la tentación de intentar crear algún tipo de raza genéticamente perfecta. Una de sus descubridoras, Jennifer Doudna, profesora de química y biología molecular en la Universidad de California, en Berkeley, relataba a un entrevistador un sueño que había tenido en el que Adolf Hitler se enteraba de esta técnica por ella, mientras llevaba puesta la cara de un cerdo. Recientemente me envió un email para decirme que espera que la moratoria no se mantenga. Escribió que "le proporcionaría a nuestra sociedad tiempo para investigar, entender y debatir las consecuencias, tanto deseadas como no deseadas, de modificar nuestro propio genoma".

    Por otra parte, los beneficios potenciales del empleo de CRISPR en humanos son innegables. Glenn espera que al menos haya "un debate reflexivo" primero sobre cómo se utilizará esta técnica. "¿Qué se convierte en la nueva norma mientras intentamos mejorarnos a nosotros mismos?", se pregunta. "¿Quién pone el límite y qué significa mejora? Puedes mejorar a las personas para hacerlas más inteligentes, pero ¿es inteligente lo mismo que mejor o más feliz? ¿Deberíamos mejorar la moralidad? ¿Y qué significa eso?".

    Muchos otros científicos no consideran que todos vayan a esperar para averiguarlo. Tan pronto como se demuestre la seguridad de CRISPR, las cuestiones éticas serán secundarias, del mismo modo que con la FIV. Church piensa que aún así esto obvia lo más importante: ya se han abierto las puertas de la reingeniería genética, y CRISPR es solo una gota en el océano. Señala que existen ya 2.300 ensayos de terapia génica en curso. El año pasado, la consejera delegada de una empresa llamada BioViva decía haber revertido de forma exitosa algunos de los efectos del envejecimiento en su propio cuerpo mediante inyecciones en una terapia génica que su empresa había diseñado. "Es cierto que", señala Church, "el revertir el envejecimiento es algo que está aumentando, tanto como todo de lo que estamos hablando". Varios ensayos de terapia génica contra el Alzhéimer también se encuentran en marcha. Es improbable que estos generen objeciones, ya que se dedican a tratar un trastorno devastador. Sin embargo, como señala Church, "los medicamentos que funcionen en la prevención del Alzhéimer probablemente también funcionarán en la mejora cognitiva, y funcionarán en adultos casi por definición". En febrero de 2016, la frontera se movió un poco más cuando el órgano independiente que regula la fertilidad en el Reino Unido dio permiso a un equipo de investigación para usar CRISPR para explorar los mecanismos del aborto natural en embriones humanos (todos los embriones empleados en los experimentos finalmente se destruyeron; no se produjo ningún embarazo).

    Church está impaciente por conocer el siguiente capítulo. "El ADN había sido abandonado por la evolución cultural", afirma, "pero ahora se está poniendo al día".

    El futuro distante: adaptación al planeta rojo
    La divergencia de las normas evolutivas humanas a gran escala requiere una población que se encuentre aislada durante miles de años, algo poco probable en la Tierra. Pero sería posible tener un pequeño asentamiento en Marte antes de la mitad de siglo. Entonces, llegaría una comunidad más grande, de entre 100 y 150 personas, con miembros en edad reproductiva que pudieran mantener y aumentar la población. ¿Podríamos evolucionar y convertirnos en marcianos ideales? El experto en viajes espaciales Chris Impey, profesor de astronomía en la Universidad de Arizona predice una colonia de marcianos entre los cuales los científicos podrían acelerar el proceso evolutivo natural. Los cuerpos serían altos y delgados en respuesta a la atmósfera, con menos del 40 por ciento de la gravedad terrestre, y no tendrían pelo debido a un entorno controlado en el que no hay polvo.
    Fotografía de Owen Freeman

    Puede que algún día nuestros cuerpos, nuestros cerebros y las máquinas a nuestro alrededor se unan, como predice Kurzweil, formando una única inteligencia masiva y común. Pero si hay algo que ha demostrado la evolución natural es que existen muchos caminos para llegar a una misma meta. Somos el animal que juega sin parar con sus propias limitaciones. La evolución de la evolución va por muchos senderos paralelos. Sean cuales sean las maravillosas habilidades que nos proporcione CRISPR en 10 años, algunas personas las necesitan o las quieren ahora. Siguen el ejemplo de Neil Harbisson. En lugar de salir y conquistar la tecnología, la llevan consigo mismos.

    La medicina siempre se encuentra en la vanguardia de estas aplicaciones, porque usar la tecnología para curar a alguien simplifica las complicadas cuestiones morales. Unos 100.000 enfermos de Párkinson en todo el mundo llevan implantes —los llamados marcapasos cerebrales— para controlar los síntomas de su trastorno. Las retinas artificiales para algunos tipos de ceguera y los implantes cocleares para la pérdida de oído son ya algo común. El dinero del Departamento de Defensa estadounidense, a través de la rama de investigación militar conocida como Defense Advanced Research Projects Agency (DARPA) financia gran parte de estos avances. Empleando estos fondos, un laboratorio del Centro de Ingeniería Neural de la Universidad del Sur de California está probando implantes cerebrales para recuperar recuerdos perdidos. El protocolo podría aplicarse en el futuro a pacientes de Alzhéimer y a aquellos que hayan sufrido infartos cerebrales o lesiones cerebrales traumáticas. El año pasado, en la Universidad de Pittsburgh, un sujeto fue capaz de transmitir impulsos eléctricos desde su cerebro a través de un ordenador para controlar un brazo robótico e incluso sintió lo que tocaban sus dedos. La DARPA no descarta la idea de conectar el cerebro humano a una máquina para crear un luchador que no tuviera rival. "Todo lo que allí se hace tiene un doble propósito", explica Annie Jacobsen, cuyo libro El cerebro del Pentágono realiza una crónica de estos esfuerzos. "Debemos recordar que el trabajo de DARPA no es ayudar a la gente, sino crear los vastos sistemas de armas del futuro".

    No hará falta que las mejoras en humanos confieran poderes sobrehumanos. Cientos de personas tienen dispositivos de identificación por radiofrecuencia (RFID, por sus siglas en inglés) en sus cuerpos que les permiten abrir las puertas de sus casas o entrar en su ordenador sin necesidad de tocar nada. Una empresa llamada Dangerous Things dice haber vendido 10.500 chips de RFID, así como kits de instalación para que uno mismo se lo instale bajo la piel. La gente que los compra se llaman a sí mismos body hackers o grinders.

    Kevin Warwick, profesor emérito de ingeniería en las Universidades de Reading y Coventry, en Inglaterra, fue el primero en tener uno de estos dispositivos implantado en su cuerpo en 1998. Me contó que su decisión había sido un producto natural de haber estado trabajando en un edificio con cerraduras informatizadas y sensores automáticos de luz y temperatura. Quería que su cuerpo fuera tan inteligente como la estructura en la que trabajaba. "Ser humano estaba bien", dijo Warwick a un periódico británico en 2002. "Incluso disfruté un poco. Pero ser un ciborg tiene mucho más que ofrecer". Otro grinder se implantó un auricular en su oído. Él quiere implantar un vibrador bajo su hueso pubis y conectarlo a través de la web con otros que tengan implantes similares.

    Es fácil caricaturizar este tipo de cosas. Algunos de ellos me recordaron a los primeros hombres que intentaron volar, con largas paletas en los brazos llenas de plumas. Pero fue en el momento en que pedí a Harbisson que me enseñase la entrada de su antena cuando me di cuenta de otra cosa. No estaba seguro de si la pregunta era inapropiada o no. En la novela de Philip K. Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (libro convertido en la película Blade Runner) se considera de mala educación preguntar acerca de los mecanismos de funcionamiento de un androide. "Nada puede resultar más maleducado", opina el narrador. Sin embargo, Harbisson parecía deseoso de enseñarme cómo funcionaba su antena. Me recordó a la misma felicidad con la que algunas personas te enseñan su nuevo smartphone o sus dispositivos de seguimiento del ejercicio. Empecé a preguntarme cuál era la diferencia entre Harbisson y yo.

    Nielsen informó en 2015 de que el adulto medio de más de 18 años pasaba unas 10 horas al día mirando una pantalla (como comparación, pasamos 17 minutos al día haciendo ejercicio). Todavía recuerdo el número de teléfono de la casa de mi mejor amigo de la infancia, pero no los números de ninguno de los amigos que tengo ahora. Esto se da en siete de cada diez personas, según un estudio publicado en Gran Bretaña. Siete de cada diez estadounidenses toman medicamentos por receta; de ellos, una de cada cuatro mujeres de entre 40 y 50 años toma antidepresivos, aunque los estudios demuestran que para algunas cualquier otra cosa como terapia psicológica o caminatas cortas en la naturaleza puede ser igual de beneficioso. Los cascos de realidad virtual son unos de los juguetes más vendidos. Nuestros coches son nuestros pies, nuestras calculadoras son nuestras mentes, y Google es nuestra memoria. Nuestras vidas actuales son solo parcialmente biológicas, sin una frontera clara entre lo orgánico y lo tecnológico, entre el carbono y la silicona. Quizá todavía desconocemos adónde nos dirigimos, pero ya hemos dejado el lugar en el que nos encontrábamos.

    Como cualquier otra especie, somos el producto de millones de años de evolución. Pero ahora estamos tomando el control de nuestro destino.

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