13 imágenes reveladoras de nuestra obsesión con la riqueza
Ricos, pobres y otros muchos entre medias: Lauren Greenfield retrata ese deseo jamás satisfecho del todo de poseer más.
Se dice que si creces en Los Ángeles, creces rápido, algo que era cierto en la década de 1990, cuando Lauren Greenfield comenzó a usar su cámara para explorar la noción de riqueza. Y para esta tarea no existía una ciudad mejor que Los Ángeles, una metrópoli industrial donde, para encajar, una persona se ve obligada a mantener las apariencias. Frente al objetivo de Greenfield han pasado niños, adultos y cualquier persona que pareciera querer más de lo que tenía, lo que resultó ser todo el mundo. De hecho, muy pocas personas parecían satisfechas.
Pero la década de 1990 era otra época. Resulta extraño pensar en Los Ángeles únicamente como un lugar en el que la gente cuida su imagen, especialmente en una época en la que la imagen está en todas partes, todo el tiempo; una época en la que, día a día y por todo el mundo, nos bombardean con fotos de vacaciones de lujo o bebés bien vestidos. Compararte a ti mismo con tus vecinos cuando ahora eres vecino de todo el mundo nos explica cómo hemos llegado hasta la aspiración sin fin de querer ser como las Kardashian, siguiéndolas a diario en su reality.
Greenfield transmite mejor que nadie el significado de la riqueza en el siglo XXI, y el estrés y el vacío que puede originarse en esta búsqueda. Aunque también hay indicios de que el dinero sí puede traer consigo la auténtica comodidad de la buena vida: las tardes jugando al golf, los viajes exóticos al extranjero... Pero el verdadero placer no es el de llegar a lo más alto; aquellos en la parte superior de la pirámide son también propensos a la insatisfacción. Tener dinero tiende a avivar el deseo de conseguir todavía más dinero.
Si la riqueza es la historia de ambición, también lo es el nuevo libro de Greenfield, Generation Wealth, que abarca tres décadas de anhelos, lujos y excesos. Estas han sido probablemente las tres décadas más radicales en cuanto a tendencias de riqueza, una desigualdad cada vez mayor, la creciente globalización y las frenéticas redes sociales alteran la percepción de las personas sobre sí mismas y sobre quienes les rodean. Greenfield no juzga los poco favorecedores efectos de estos cambios, pero sí los cuestiona. En una de sus imágenes muestra a una niña de 12 años que se está recuperando de una operación de nariz por motivos estéticos, pero Greenfield no interroga a la chica, sino a sus circunstancias. «Adopté un punto de vista crítico para observar una cultura que hace que una niña de 12 años sea consciente de su aspecto hasta el punto de sacrificio físico y financiero», explica.
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La pregunta, «¿hay algo que el dinero no pueda comprar?» siempre ha tenido una respuesta obvia. Amistad, salud, alegría. En la película de Greenfield de 2012, Queen of Versailles (La Reina de Versalles), el millonario constructor de mansiones David Siegel bromea diciendo que ser rico no te hace feliz, solo te permite ser infeliz en una mejor zona de la ciudad.
Sin embargo, hay pruebas de que los seres humanos pueden cambiar y de que la búsqueda de la riqueza tiene un límite. Tras la crisis financiera de 2008, Greenfield observó cómo Islandia, un país cuyo sector bancario había quedado reducido a cenizas, dejó de intentar ser lo que no era. Los islandeses regresaron a sus industrias originales -la pesca y los productos textiles- con la creencia de que una cultura que está cómoda con su auténtico «yo» podría atraer a los turistas (y lo hizo).
Si Estados Unidos tiene la misma capacidad de cambiar, de modificar su visión del éxito, es una pregunta que deben contestar los economistas. Pero es probable que la respuesta sea no. Una cultura y una economía construidas sobre el crecimiento no dan cabida a la satisfacción. Siempre hay algo más a lo que aspirar.
Puedes ver más obras de Lauren Greenfield en la web de Institute.
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