Las sobrecogedoras imágenes que revelan el interior de Guantánamo

La fotógrafa Debi Cornwall retrata el marcado contraste entre la vida de los prisioneros y la de los soldados en el centro de detención.

Por Nina Strochlic
fotografías de Debi Cornwall
Publicado 10 nov 2017, 13:20 CET
Sala audiovisual
Sala audiovisual para reclusos, Campo 5.
Fotografía de Debi Cornwall

«Guantánamo es el mejor destino que puede tener un soldado». Esas fueron las palabras de un escolta militar a Debi Cornwall en su primer viaje al infame centro de detención.

Cornwall, fotógrafa en Nueva York, acababa de bajarse de un avión en la costa cubana y firmado una docena de páginas de normativas sobre la fotografía dentro de la bahía de Guantánamo, una cárcel militar estadounidense donde viven 41 hombres sospechosos o acusados de terrorismo (solo uno de ellos ha sido condenado por un delito).

Dicha normativa le impedía sacar fotos de caras, dispositivos de vigilancia, cerraduras y determinadas zonas de la costa. Al final de cada día, los guardas se llevaban la tarjeta de memoria de su cámara y borraban cualquier foto que fuera contra las reglas.

En sus tres visitas entre 2014 y 2015, solo vio a los prisioneros en una ocasión, tras un espejo falso. Le pidieron que tapara el sensor de su cámara para que no fuera visible cuando observaba la zona común donde almorzaban.

Para muchos estadounidenses, el centro de detención es un recuerdo borroso de la guerra contra el terrorismo que solo resurge en los años de elecciones. Sin embargo, Cornwall —que ha pasado 12 años luchando contra condenas injustas de antiguos presos en Estados Unidos— dice que Guantánamo no debería ser tan fácil de olvidar.

«Si seguimos recordando y llorando el 11-S, ¿no podemos ver también lo que ocurrió después?», se pregunta Cornwall. «Tras 16 años, todavía hay 41 hombres encerrados allí sin cargos ni procesos penales. Están retenidos en nuestro nombre».

Las crudas fotografías de su nuevo libro, Welcome to Camp America, están expuestas en la galería Steven Kasher en Nueva York.

Para su proyecto, Cornwall viajó por primera vez para conocer a Djamel Ameziane, exrecluso que vive en libertad en Algeria. Ella le llevó suministros de pintura y, a cambio, él le ayudó a organizar reuniones con otros expresidiarios en nueve países.

Cornwall descubrió que estos hombres tenían muchas dificultades para reconstruir sus vidas: estaban en paro, alejados de sus familias y atormentados por su experiencia.

«Siento que son nuestra responsabilidad», afirma. «No habremos acabado hasta que los hombres inocentes sean absueltos y puestos en libertad».

La fotógrafa ha yuxtapuesto las historias e imágenes de los expresidiarios con las salas de ocio y actividades de los soldados de Guantánamo, y ha añadido documentos y testimonios por escrito sobre lo que ocurría tras esas puertas.

También ha retratado lo que ella denomina el lado «divertido» de la base: el campo de golf, la bolera y la piscina de los soldados, y las tazas de café, las camisetas y los souvenirs adornados con la inscripción «Guantánamo Bay».

El libro no pretende acusar a los soldados estadounidenses, cuyas vidas también están «definidas por el orden, la rutina y el aburrimiento extremo», advierte.

«No tiene que ver con buscar culpables, sino con lo que tenemos en común con aquellos que piensan diferente y rinden culto de forma diferente, aquellos a quienes tenemos miedo».

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