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Página del fotógrafo
Pascal Maitre
Vista aérea de un monte aclarado para hacer una plantación de aceite de palma. Los bosques se talan para hacer hueco para la producción de aceite de palma en el Sureste asiático.
Vista aérea de una plantación de aceite de palma. Estas plantaciones son una de las principales causas de deforestación en los trópicos.
Los racimos de frutos de la palma aceitera se cosechan a mano y se transportan en camiones a un molino de Malasia continental, donde se procesan. Los bosques antiguos de los trópicos se están talando para dejar espacio a las plantaciones de aceite de palma. Cuando estos bosques se pierden, el carbono que mantenían encerrado en sus tejidos se libera a la atmósfera, contribuyendo a un mayor calentamiento global.
Algunos gobiernos locales de Indonesia están retirando los permisos de aceite de palma a las empresas que pretenden construir plantaciones en los bosques.
Los migrantes regresan a su casa, en Níger, tras intentar encontrar trabajo en Libia. Su país natal es uno de los más pobres de África, pero quienes intentan encontrar empleo en otros lugares sufren a menudo la xenofobia.
Un convoy de camionetas llenas de nigerinos y otros africanos inicia un trayecto de tres días desde Agadez, Níger, por el Sáhara hasta Libya. Muchos migrantes quieren trabajar allí, mientras que otros esperan llegar a Europa.
Los compradores eligen animales en el mercado de ganado y los mandan a este matadero de Agadez, Níger, donde matan camellos, ovejas y otros animales y los envían a carniceros que venden la carne.
Estos migrantes, que se quedaron atrapados en el desierto de Agadez, Níger, cuando el camión se averió, esperaban llegar a Libia. En la foto queman una rueda para entrar en calor.
En Agadez, Níger, una escuela izala educa a casi 1300 alumnos. El Izala es un movimiento reformista islámico que propugna volver a lo básico y que se adhiere a prácticas conservadoras, como que las mujeres se tapen la cara, pero que también valora la educación.
Un adolescente está cubierto de arena por trabajar en una mina. Es uno de los muchos nigerinos que se han unido a la fiebre del oro del norte, la última esperanza para los hombres desempleados tras el desplome del turismo, el descenso de la minería de uranio y una ley que convirtió en delito el transporte de migrantes.