Donde los demonios, las deidades y los espíritus vuelven a la vida
Charles Fréger nos lleva a través de sus retratos por el mundo más espiritual y fantasmagórico de la tradición japonesa.
Deidades que bajan a la Tierra en busca de niños perezosos, figuras cubiertas de paja a quienes los aldeanos lanzan agua para asegurar una temporada de cultivo próspero o dioses con máscaras de demonios yendo puerta por puerta para proteger contra el desastre. Estos son algunos de los personajes que habitan Yokainoshima, una isla mítica de espíritus japoneses que existe en la imaginación del fotógrafo Charles Fréger.
Aunque estos seres del mundo de los espíritus -conocidos popularmente como yokai- están enraizados en el folclore japonés y aparecen en comunidades rurales en determinados momentos del año, Fréger no está interesado en la creación de representaciones directas o etnográficas. “No soy un antropólogo”, dice. Su inspiración viene de los aspectos visuales de estas tradiciones -como las máscaras de festivales y la vestimenta- que él traslada a algo totalmente nuevo: una coreografía de gestos y actitudes presentada frente a unos paisajes elegidos intencionadamente.
Durante los últimos 16 años, los retratos de Fréger se han centrado en las actividades o en las costumbres que han unido comunidades. Mientras realizaba su proyecto anterior sobre las tradiciones de la cosecha de invierno en Europa, se dio cuenta de que había una conexión con algunas costumbres similares en el norte de Japón. Su búsqueda le llevó a la prefectura de Akita y a su primer yokai: Namahage, una deidad que va por las casas de la gente antes del año nuevo buscando cortar los granitos rojos de las rodillas de los niños que pasaron mucho tiempo holgazaneando frente al fuego. El Namahage se apacigua con un vaso de sake.
Este apetito visual agudizado hace que Fréger y sus ayudantes busquen más allá, descubriendo más y más tradiciones para explorar. En muchos casos, estas costumbres se mantienen gracias a familias o clubs que se reúnen cada año. Muchos de ellos lo hacen alrededor de templos, dice Fréger, donde las tradiciones se guardan en cajas elaboradas. Fue aquí donde hizo la mayoría de sus primeros contactos con los artistas.
El único reto al que se enfrentó fue la negativa de algunos de los grupos a ser fotografiados. Pero la mayoría vieron su interés como algo positivo. En áreas de Japón que están perdiendo población, atraer la atención sobre estos festivales es una manera de mantenerlos vivos y quizás también de generar el interés de fuera.
Fréger creció en una familia de granjeros y estudió agricultura antes de ir a la escuela de arte. Como tal, tiene un gran aprecio por los temas universales y por las interacciones entre los mundos humano y espiritual, o natural: cosechas exitosas, la fertilidad, la vida y el miedo a la muerte. Lo que más le interesa, sin embargo, no es lo que todos tenemos en común, sino como cada cultura tiene su propia y única manera de relacionarse con estas verdades y cómo estas están abiertas a una apreciación absoluta de lo que probablemente no entendemos. “Sería mucho más fácil decir que todos somos iguales”.