Esta no será la primera vez que la fotografía de un niño cambie la historia
La fotografía de un niño sirio ahogado nos recuerda a nosotros mismos o a nuestros hijos, haciendo que las crisis en lugares lejanos nos parezcan más reales.
Cualquier fotografía de un niño nos hace pensar en nosotros mismos o en los niños que algún día fuimos. Cuando las imágenes nos muestran a pequeños sufriendo o perdidos, nos estremecemos, sintiendo ese dolor como nuestro.
Esa sensación puede desencadenar una reacción en el corazón, una repentina atención hacia algo lejano que nos resultaba abstracto e interminable, demasiadas palabras, siempre lo mismo. Cuando la foto se hace viral, toca los corazones de millones de personas que comienzan así a hablar del tema incluso dentro de las altas esferas. Los corazones pueden hacer cambiar las mentes y, en última instancia, la política y la historia.
El mundo vio las devastadoras imágenes de un refugiado sirio, el niño de tres años Aylan Kurdi, que había sido depositado por la marea en una playa turca a la que llegó tras huir con su familia de la guerra civil. Tenía la cara hacia abajo, como si estuviese durmiendo, la espuma acariciándole el rostro. Llevaba pantalones azules, una camiseta roja y zapatillas grises con cierre de velcro. La segunda imagen muestra a un policía levantando el cuerpo flácido del niño kurdo de la arena.
Las fotos dieron la vuelta al mundo en segundos. Muchos mensajes de Twitter se etiquetaron en turco #KiyiyaVuranInsanlik que significa “restos flotantes de humanidad”.
Rick Shaw, director de Pictures of the Year International, que investiga y difunde fotos de temas sociales, comentó: “esta imagen probablemente cambie la opinión pública. Te llega al corazón y te lo arranca”. Al igual que otras fotos famosas, se centra en los seres más vulnerables entre nosotros. En cuanto a él, pensó en su propio hijo, que ahora tiene 22 años. A los tres años, su hijo Rossley jugaba con su patinete por una calle acerada al tráfico.
Lo comparó con la foto más recordada de 1995, la bomba en el edificio federal en Oklahoma City, que destruyó un centro de cuidados infantiles. Hecha por el aspirante a fotoperiodista Charles Porter, muestra a un bombero con casco rojo trasladando con cuidado el cuerpo ensangrentado de una niña de un año y un día de edad, que llevaba calcetines rosas.
Nota del editor: La siguiente fotografía es más gráfica que la anterior. Advertimos que puede herir la sensibilidad de algunos lectores.
Gané el Premio Pulitzer, pero su fama mundial consternó a la madre soltera del niño, Aren Almon-Kok de 23 años, que no hace mucho le contó a un reportero que le había resultado aterrador verlo al día siguiente en los periódicos: "Por alguna razón sabía que iba a encontrar a mi hija en las portadas". Aún le acongoja "ver a Baylee muerta cada día en todas partes".
Las fotografías de niños sufriendo se vuelven icónicas por la manera en la que hieren y ayudan. Peter Boukaert, uno de los directores de Human Rights Watch, escribió una entrada explicando por qué decidimos compartir la imagen del niño sirio muerto que se había subido a una lancha para alcanzar una isla griega: "lo que más me impresionó fueron sus zapatillas deportivas, seguramente puestas con cariño por sus padres mientras lo vestían esa mañana…Observando la imagen, no puedo dejar de imaginar que podría haber sido uno de mis hijos acostado, ahogado en la playa".
Dos días después de que las imágenes se hiciesen públicas, el primer ministro británico David Cameron anunció que su país acogería a miles de refugiados sirios más. Es demasiado pronto para conocer la repercusión de las imágenes, que hace 30 años habrían sorprendido a los lectores de los periódicos durante su café de la mañana al día siguiente.
Ahora que nos asedian con cientos de fotografías al día, ¿estamos demasiado insensibilizados para reaccionar? ¿Estamos demasiado saturados como para creer que una fotografía puede ser real, sin manipulaciones? ¿Puede el destino de un niño, captado por una cámara, cambiar el mundo o al menos captar su dolor?
Un precedente para el cambio
Pasó hace tiempo. En 1972, en uno de los momentos álgidos de de la guerra de Vietnam, el fotógrafo vietnamita de 19 años que trabajaba para Associated Press estaba listo para recoger y volver a la oficina cuando, de repente, un avión comenzó a rociar napalm. Vio a un grupo de niños gritando y corriendo en tropel hacia él; en el medio había una niña medio desnuda.
En una entrevista en 2012, recreó el momento: "vi su brazo quemado y la piel despegándose de su espalda. En ese mismo instante creí que iba a morir… Gritaba y gritaba, y pensé 'oh Dios mío'".
Sus editores estuvieron debatiendo si enviar o no la foto, debido a que la niña estaba desnuda. Pero uno de ellos insistió, y los periódicos de todo el mundo la publicaron. La niña de nueve años era una pequeña, como sus propios hijos.
“Al día siguiente”, dijo Ut, “había protestas contra la guerra por todo el mundo. Japón, Londres, Paris…Después de esto, había gente protestando delante de la Casa Blanca en Washington D.C. 'La niña del napalm' estaba en todos los sitios”. Aunque la foto se conoce coloquialmente como “la niña del napalm”, Nick dice que la llamó “La Terrible Guerra”.
La niña aún está viva, después de que Ut la llevase junto con los otros niños al hospital (que estaba desbordado) y de amenazara a los trabajadores con revelar en los medios la situación si se negaban a tratarles. Hoy, convertida ya en una mujer de mediana edad, lo llama 'tío Nick'”.
“Abrieron los ojos de la gente”
Años más tarde, en 1992, un fotógrafo sudafricano, Kevin Carter, sacó una imagen icónica del hambre. Cuando la ONU estableció el plan de distribución de alimentos, tomó fotos de niños agachados sobre la tierra seca. Mientras observaba a una niña escarbando en el suelo, un buitre enorme se posó detrás de ella. Sacó la foto, y con ella consiguió dar visibilidad a la hambruna en Sudán, mucho más que con cualquier otra foto de miles de personas hambrientas.
Una niña, la silueta de su cuerpo familiar para cualquiera que en algún momento hubiera cogido en brazos a un niño.
Pero la imagen abrió una controversia sobre los fotógrafos: ¿se puede hacer una foto y no intervenir? Carter no recogió a la niña ni se la llevó a casa con él, pero si espantó al buitre.
La imagen le dio a Carter el Pulitzer. Pero unos meses más tarde se suicidó, dejando una nota en la que decía en parte: "estoy atormentado por los recuerdos vividos de asesinatos, de cadáveres, de ira y de dolor, de morir de hambre... o de niños heridos...".
Después del huracán de Haití, en 2008, el fotógrafo Patrick Harrel del Miami Herald, fue muy aplaudido por una imagen de otro niño desnudo, empujando un cochecito sucio de bebé, aparentemente sacado de entre los escombros embarrados que tenía alrededor. Una vez más, un niño conseguía que los espectadores se hiciesen preguntas sobre su historia, su futuro y su contraste con ellos mismos.
Farrell, aún en el Herald, dijo que la imagen se había publicado entre las primeras después de las tormentas. Ganó, entre otros galardones, el Premio Pulitzer. “Eran llamativas, gráficas y dolorosas”, dijo, “pero abrieron los ojos de la gente, especialmente en Miami, que está a dos horas en avión. Los saqué de sus vidas acomodadas”.
Después del terremoto de Haití se donaron más de 5.000 millones de dólares (4.651 millones de euros). Nadie supo lo que le pasó al niño, con quien Ferrell nunca llegó a hablar. Cree que la imagen es impactante porque “todo está destruido, pero el niño ha cogido varias cosas en el cochecito y se lo lleva a algún sitio. No sabemos adónde”.
La cara de otro refugiado en peligro también captura la crisis y a quienes lo ven. La imagen del fotógrafo Steve McCurry de la niña afgana en el campo de refugiados en Pakistán apareció en la portada de junio de 1985 de la revista National Geographic y parece mantenerse en la memoria: una niña con el pelo enmarañado envuelta en una tela roja deshilachada, sus ojos enormes y exaltados por… ¿qué? ¿Temor? ¿Rebeldía? ¿Empeño?
McCurry volvió a Pakistán 17 años después para encontrarla, cansada y desgastada. Sharbat Gula nunca vio su fotografía. No había vuelto a ser retratada desde entonces. Pero sus ojos se reconocían y recordaban por aquellos cuyos corazones se habían quedado abiertos y agrietados.
El legado del niño ahogado
Las fotografías del pequeño niño sirio ahogado, tomadas por Nilufer Demir, que trabaja para la agencia turca Dogan News Agency, pueden causar el mismo impacto.
Farrell, que tomó la foto del niño haitiano con el carrito, cree que pueden aumentar la presión en esta crisis de refugiados: “la gente en Estados Unidos se ha estado sensibilizando poco a poco con estas historias. Es como un ruido que escuchas pero al que no prestas atención. De repente algo suena más alto y si que se la prestas. Esta imagen es eso”.
El destino del niño haitiano se desconoce. Durante años, el futuro de la niña afgana fue un misterio. Pero sí sabemos lo que pasó con el niño sirio. Y en unos días sabremos más. Aylan Kurdi está muerto. Su hermano de cinco años y su madre han sobrevivido solamente gracias a que su padre y marido pagase 2.000 dólares (1.860 euros) por intentar llevar a su familia a un lugar seguro, lejos de la lucha continua en Siria.
Suena duro, pero la fotografía del niño ahogado es más poderosa porque está centrada en un único protagonista. Los otros 11 fallecidos en el naufragio no están en ella.
Rock Shaw comenta: "creo que menos es más; si hubiese habido más niños, habría desconcertado y horrorizado tanto que no se nos habría quedado grabado. Con un niño es una lectura rápida. Es algo que se te queda grabado para toda la vida".
Susan Ager es una escritora afincada en Michigan. Escribió un artículo sobre el renacer de su ciudad, Detroit, para el número de mayo de 2015 de National Geographic. Si quieres saber más sobre el trabajo de Susan Ager visita su web.