El día a día de los adolescentes ucranianos en zonas en guerra
Los jóvenes ucranianos construyen sus vidas y siguen adelante pese al conflicto cercano.
Para la fotógrafa Anastasia Vlasova es normal recibir un mensaje como este en su móvil: «Estoy sentado fuera, en la calle, y estoy escuchando los bombardeos. La gente ha salido de las calles. Esto da miedo».
La niña de décimo curso que le ha escrito el mensaje, Diana Fomenko, vive en Shchastia, una pequeña ciudad en Ucrania oriental atrapada en el fuego cruzado de la guerra entre el gobierno ucraniano y los rebeldes prorrusos. En Shchastia, ciudad cuyo nombre significa «felicidad», y en la ciudad cercana de Popasna, Vlasova ha documentado a los jóvenes ucranianos que viven en la zona de guerra.
«La guerra no son solo soldados y trincheras», afirma Vlasova, que ha cubierto los frentes de batalla desde 2014 hasta que se cansó de solo fotografiar la lucha. Los habitantes locales también necesitan —y especialmente en el caso de los jóvenes— seguir construyendo sus vidas en medio del conflicto. Vlasova dice que los adolescentes no han dejado que la guerra les impida ser niños. Sin embargo, cuando explota un globo en medio de una ceremonia escolar, todos se echan al suelo, algo que ya están acostumbrados a hacer cada vez que escuchan cualquier ruido que se parezca a un disparo.
Con solo una cafetería, un solo lugar con Wi-Fi y sin cines, centro comerciales o discotecas, en Shchastia los jóvenes viven como lo hacían los adolescentes hace 20 años, según observa Vlasova. Pasan el rato en jardines, van a lugares que solo ellos conocen para fumar, bailar y cantar, y van a los partidos de fútbol del colegio. La cobertura es irregular y Vlasova no ve muy a menudo a los adolescentes con sus caras pegadas a las pantallas. «Realmente hablan entre ellos», explica ella, «creo que a los jóvenes les es más fácil encontrar la felicidad en esta triste situación porque están menos apegados al mundo de lo material».
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También se enamoran y se desenamoran. El año pasado, en el campamento de verano, Oleh Vilkov, de 16 años, se enamoró de una chica de Svitlodarsk, el escenario de una de las batallas más mortíferas de la guerra. Para conmemorar su amor, se tatuó su nombre sobre el pecho. Más adelante, debido a la distancia, rompió con ella.
Además, se preocupan sobre lo que piensan sus madres. Oleh todavía está esperando a que su madre se dé cuenta del tatuaje para poder dejar de esconderlo. Cuando fuman, aguantan los cigarrillos con palos en vez de sostenerlos en las manos, para que sus dedos no huelan a tabaco al volver a casa.
Vlasova, que tiene 24 años y creció en Jersón, una pequeña ciudad al sur de Ucrania, se siente identificada con las vidas de los adolescentes. No tuvo problemas para que la acogieran en el grupo. Con los adolescentes, según ella, o te aceptan o te rechazan. «Solo quería estar con ellos y fotografiarles», afirma Vlasova, «Fui totalmente transparente». Esto también incluía ser clara acerca de cuándo estaba actuando como documentalista y cuándo como amiga, aunque era todo un desafío cuando se solapaban. «Había momentos en los que no sacaba fotografías, especialmente por las tardes, cuando veía que solo querían estar juntos y hablarme como amiga y no como a una adulta», explica.
Una imagen de Alyona Kryshchenko, de 16 años, sacada durante una tarde soleada, encierra la complejidad emocional que Vlasova espera que revele su serie: la belleza de la juventud y de ser un adolescente inseguro y valiente al mismo tiempo. «Sus ojos están cerrados, y para mí esto simboliza la incertidumbre de su futuro y de quién va a ser», explica Vlasova.
«Cuando eres joven, no quieres estar deprimido todo el tiempo», afirma la fotógrafa. Sin embargo, la realidad es que muchos de los adolescentes tienen que tomar sedantes para dormir. Con 15 y 16 años «se supone que deberían estar viviendo los típicos romances y dramas adolescentes. Y lo hacen, pero después vas a un partido de fútbol y una chica te cuenta una historia sobre una vez que fue a visitar a su tía a Lugansk y un hombre murió ante sus ojos en el cruce debido a la fatiga y al calor excesivo», recuerda Vlasova. Para los adolescentes, vivir en una zona en guerra es una combinación de acontecimientos horribles y alegres, y sería fácil dejar que la ira y la aflicción te consumiesen, pero «eligen la vida en esta situación», indica Vlasova.
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Vlasova y los adolescentes se mantienen en contacto mientras ella está fuera documentando otros aspectos de la guerra. Cuando se entera de algún bombardeo en su zona, algo que en este momento ocurre prácticamente a diario, Vlasova se pone en contacto con ellos para asegurarse de que están bien. «Chicos, ¿estáis en casa?, ¿estáis a salvo?, ¿estáis bien?», escribe en un chat de grupo. «Estoy en casa, ahora todo está en silencio, está bien, no pasa nada», le responden.
En Shchastia y Popasna, el vínculo entre Vlasova y estos adolescentes es fuerte y se siente honrada por ser su modelo de conducta. «Mirad», les dice ella, «vengo de una ciudad pequeña, me formé en Kiev y construí una carrera. Estoy sola y esto es lo que hago. Vosotros también podéis hacerlo, siempre hay una oportunidad sin importar lo complicada que sea la situación en la que os encontréis».
«Me siento muy agradecida de que me hayan dejado entrar en sus vidas», afirma Vlasova.
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