Los laureados con el Nobel más polémicos de la historia: racistas, fraudes y misóginos

De William Shockley a James Watson: estos son los ganadores más infames del Premio Nobel.

Por Mark Strauss
Publicado 9 nov 2017, 4:29 CET

Desde los comienzos de los Premios Nobel, en 1901, menos de 1.000 personas han recibido el galardón más prestigioso del mundo. Muchos grandes descubrimientos han sido incomprensiblemente pasados por alto, mientras que algunos laureados con el Nobel no se lo merecían tanto.

Algunos no dieron a sus compañeras, que habían hecho posibles sus logros, el crédito que merecían. Otros usaron su fama para promover la ciencia basura. Por otro lado, otros revelaron su intolerancia con el pretexto de continuar su búsqueda de conocimiento.

Para resumirlo mejor, hemos dividido estos momentos bajos de la historia del Nobel en categorías:

Supremacía blanca

Como coinventor del transistor, William Shockley trajo el silicio a Silicon Valley («Valle de Silicio», traducido literalmente). Desafortunadamente, también era un racista obstinado.

Ganó el Premio Nobel de Física en 1956. Sin embargo, en los años posteriores, pese a su total falta de educación formal en biología y genética, Shockley intentó servirse de estos campos de estudio como respaldo a una serie de ideas racistas conocidas como eugenesia.

En particular, advirtió sobre la «evolución regresiva», ya que creía que los afroamericanos se reproducían más rápido que los, según él, estadounidenses caucásicos intelectualmente superiores. Sus propuestas de «soluciones» incluían remplazar el sistema de previsión social con incentivos financieros para los individuos «genéticamente desfavorecidos» que les permitiesen someterse a la esterilización.

John Bardeen, William Shockley y Walter Brattain
John Bardeen, William Shockley y Walter Brattain compartieron el Premio Nobel de Física en 1956 por su invención: el transistor. En los años posteriores, Shockley se obsesionó con teorías racistas y apoyó la esterilización de los «genéticamente desfavorecidos».
Fotografía de Yale Joel, Time, Life Pictures, Getty

Negación de la ciencia

Kary Mullis, el ganador del Premio Nobel de Química en 1993, se deleita con su reputación de «rebelde». En su autobiografía, Dancing Naked in the Mind Field, ensalza las virtudes de la astrología, describe un posible encuentro con alienígenas (que se le aparecieron en forma de un mapache parlante y resplandeciente) y admite alegremente su consumo reiterado de LSD.

Desafortunadamente, las teorías inconformistas de Mullis también incluyen la negación del SIDA. Ha utilizado su fama de laureado con el Nobel para apoyar las teorías del biólogo molecular Peter Duesberg, que afirma —pese a las aplastantes pruebas de lo contrario— que el virus del VIH es inofensivo y que la causa del SIDA es el uso recreativo de drogas y de fármacos anti-VIH.

Ciencia: El SIDA

Agente de la guerra

El Premio Nobel de Química de 1918 se le concedió a Fritz Haber, que había desarrollado un método para sintetizar amoníaco a partir de nitrógeno e hidrógeno para su uso como fertilizante. El descubrimiento aumentó los rendimientos de los cultivos por todo el mundo y Haber fue elogiado por ser el hombre que había hecho «pan a partir de aire».

Pero Haber también sería conocido por otra innovación: las matanzas masivas.  Durante la Primera Guerra Mundial, inició un programa para desarrollar y militarizar el cloro para su uso en el campo de batalla. El 22 de abril de 1915, Haber supervisó personalmente el despliegue de 6.000 cilindros de gas en Ypres, Bélgica, que mataron a 1.000 soldados franceses y argelinos en menos de diez minutos.

Vídeo relacionado: Primera Guerra Mundial

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    Fritz Haber
    Fritz Haber, el ganador del Premio Nobel de Química de 1918, redujo el hambre en el mundo con su invención: un proceso para la fabricación de fertilizantes químicos. Pese a todo, el mundo le recuerda como «el padre de la guerra química».
    Fotografía de Topical Press Agency, Getty

    El ganador menos cualificado

    Nils Gustaf Dalén ganó el Premio Nobel de Física de 1912 en conmemoración a su innovadora investigación sobre... faros. Su invención, la Solventil, era una válvula solar que regulaba el funcionamiento de las lámparas de gas. La válvula apagaba la baliza al amanecer y volvía a encenderla por la noche o durante el día, si las condiciones meteorológicas se volvían nubladas o neblinosas.

    Una invención ingeniosa, sin duda, pero no fue exactamente una investigación revolucionaria, especialmente durante una época en que Max Planck y otros científicos estaban revolucionando nuestro conocimiento sobre la física.

    «Este sigue siendo el galardón menos impresionante en cualquier categoría científica», escribió Burton Feldman en su libro The Nobel Prize: A History of Genius, Controversy, and Prestige. «Parece que ocurrió debido al bloqueo de la academia sobre candidatos más impresionantes, como Planck».

    Más tarde salió a la luz que la academia originalmente tenía la intención de ofrecer un premio conjunto a Nikola Tesla y Thomas Edison por sus contribuciones al desarrollo de la electricidad. Sin embargo, Tesla rechazó compartir el premio con Edison. Algunos relatos históricos afirman que Tesla seguía resentido por una discrepancia financiera con Edison; otros dicen que Tesla consideró una afrenta compartir el premio con un mero inventor.

    Por ello, el premio se destinó a un hombre que había encontrado una forma de construir mejores faros.

    Varios laureados figuran en esta categoría, especialmente aquellos que negaron a sus colegas mujeres el reconocimiento público que merecían por su investigación (más abajo tenemos la categoría «Ladrones del mérito»).

    Sin embargo, un nombre destaca especialmente: Sir Tim Hunt, ganador del Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 2001.

    El bioquímico británico creó un tsunami de críticas en redes sociales en junio de 2015 cuando, durante un almuerzo para mujeres periodistas y científicas femeninos en Seúl, comentó: «Déjenme hablarles de mis problemas con las mujeres. Ocurren tres cosas cuando compartes el laboratorio con ellas: tú te enamoras de ellas, ellas se enamoran de ti, y, cuando las criticas, lloran. Quizá deberíamos hacer laboratorios separados para hombres y mujeres».

    Hunt publicó más tarde una pseudodisculpa diciendo que lamentaba haber ofendido a alguien y que su intervención «tenía la intención de ser un comentario irónico y jocoso». Sin embargo, también dijo a un colega que su comentario se basaba en la «honestidad», lo que refleja una aparente ignorancia sobre la representación insuficiente de las mujeres que trabajan en los campos de STEM (Ciencias, Tecnologias, Ingenierías y Matemáticas).

    «Declaraciones como esta son indicadores de una actitud arraigada que, en efecto, hace que sea más difícil para las mujeres avanzar en el mundo de la ciencia», escribió la escritora científica Deborah Blum, ganadora del Premio Pulitzer.

    Ladrones del mérito

    Existe una larga y bochornosa historia de Premios Nobel concedidos a hombres en lugar de a sus colegas mujeres.

    Quizá uno de los más indignantes sea Joshua Lederberg, galardonado con el Premio Nobel de Fisiología o Medicina de 1958 por una investigación llevada a cabo con su primera mujer, la microbióloga Esther Lederberg.

    Esther Lederberg descubrió un virus que infectaba a las bacterias, y, junto con su marido, desarrolló una técnica para transferir  bacterias entre placas de petri. En sus primeros experimentos usaron el polvo de la polvera de ella para coger y depositar las bacterias en una placa de laboratorio. En la actualidad, los científicos usan una técnica similar para estudiar la resistencia a los antibióticos.

    Pese a todas sus contribuciones, ella no compartió el Premio Nobel con su marido, quien la mencionó solo una vez en su discurso durante la gala de los Nobel.

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    Completamente equivocados

    El científico danés Johannes Fibiger ganó el Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1926 por descubrir lo que pensaba que era un parásito cancerígeno, una idea audaz que resultó ser del todo incorrecta.

    Fibiger estudió ratas salvajes que tenían verrugas. Él creyó que eran una forma de cáncer causada por gusanos parásitos. El Premio Nobel le fue concedido con la declaración de que estos hallazgos suponían «la mayor contribución a la medicina experimental en nuestra generación».

    Solo que no lo era. Aunque es verdad que ciertas infecciones pueden provocar cáncer, la enfermedad de sus ratas no había sido causada por parásitos. Ni siquiera era cáncer. Lo que provocaba los bultos de las verrugas en los estómagos de las ratas era un déficit de vitamina A, agravada por los parásitos.

    ¿Por qué se le concedió el Nobel? «El amanecer de la era microbiana fue a finales del siglo XIX y él vivió a principios del siglo XX», explica la profesora de epidemiología de Stanford Julie Parsonnet. «La gente estaba muy entusiasmada sobre la posibilidad de que las infecciones fueran la causa de todo». Y, por supuesto, contribuyó que Fibiger tuviera amigos en el comité del Nobel.

    James Watson es una categoría en sí misma. El codescubridor de la estructura del ADN no se perdió ni una oportunidad para ofender.

    Durante una conferencia en Berkeley, sugirió que existían vínculos bioquímicos entre la libido sexual y el color de la piel («por eso tenemos latin lovers», dijo) y entre el peso corporal y la ambición. Declaró en una entrevista que «parte del antisemitismo está justificado». Nunca dio el crédito que se merecía a Rosalind Franklin, cuyo trabajo con cristalografía de rayos X hizo posible su descubrimiento, aunque sí se molestó en criticar su apariencia y su gusto para vestir.

    Y cuando parecía que no quedaban límites que cruzar, Watson se declaró «inherentemente pesimista sobre la perspectiva de África» ya que «todas nuestras políticas sociales se basan en el hecho de que su inteligencia es la misma que la nuestra, aunque todas las pruebas apuntan a que no es así».

    En un ataque de resentimiento y autocompasión, Watson subastó su medallón del Premio Nobel en 2014 por 4,1 millones de dólares (3,5 millones de euros).

    Él es el único laureado que ha hecho tal cosa.

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