Vestidos con arsénico, sombreros con mercurio: la moda mortal del siglo XIX
La ropa y los complementos de moda en el siglo XIX se fabricaban con productos tóxicos que podían resultar mortales.
Una tarde de 1861, el poeta Henry Wadsworth Longfellow estaba sentado en su casa. De repente, su mujer Fanny comenzó a arder. Sus quemaduras eran tan graves que falleció al día siguiente. Según su necrológica, el fuego había comenzado cuando «una cerilla o un trozo de papel en llamas prendió su vestido».
En aquella época, esa no era una forma extraña de morir. En los días en que velas, lámparas de aceite y chimeneas iluminaban y calentaban los hogares europeos y americanos, las amplias faldas con miriñaque y los delicados vestidos de algodón y tul de las mujeres eran un peligro de incendio, a diferencia de la ropa de lana más ajustada que llevaban los hombres.
Pero no eran solo los vestidos: la moda de esta época estaba plagada de riesgos. Los calcetines fabricados con tintes de anilina inflamaban los pies de los hombres y provocaban llagas a los trabajadores e incluso cáncer de vejiga. El maquillaje con plomo dañaba los nervios de las muñecas de las mujeres, por lo que no podían levantar las manos. Las peinetas de celuloide, que algunas mujeres llevaban en el pelo, podían explotar si se calentaban demasiado. En Pittsburgh, un periódico informó de que un hombre que llevaba un peine de celuloide había perdido la vida «mientras se peinaba su larga barba gris». En Brooklyn, explotó una fábrica de peines entera.
De hecho, algunas de las prendas más de moda en aquella época se fabricaban empleando productos químicos que en la actualidad se consideran demasiado tóxicos. Además, eran los fabricantes de ropa, y no los portadores, quienes más sufrían sus efectos.
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Envenenamiento por mercurio
Muchas personas creen que el dicho coloquial en inglés «mad as a hatter» (o «loco como un sombrerero») se refiere a los efectos secundarios físicos y mentales que sufrían los fabricantes de sombreros por el uso de mercurio en su oficio. Aunque los expertos debaten si este es el origen real de la expresión, muchos sombrereros sí sufrieron envenenamiento por mercurio. Y, aunque la expresión le quita peso a la situación y el Sombrerero Loco de Alicia en el País de las Maravillas actuaba de forma tonta y divertida, los males reales que sufrían los sombrereros no eran ninguna broma: el envenenamiento por mercurio era extenuante y mortal.
En los siglos XVIII y XIX, muchos sombreros de fieltro para hombre estaban hechos a partir de pieles de liebre y conejo. Para que estas pieles se mantuviesen unidas y formar el fieltro, los sombrereros las cepillaban con mercurio.
«Era extremadamente tóxico», afirma Alison Matthews David, autora de Fashion Victims: The Dangers of Dress Past and Present. «Especialmente si se inhala. Va directamente al cerebro».
Uno de los primeros síntomas eran problemas neuromotrices, como temblores. En la ciudad sombrerera de Danbury, Connecticut, estos síntomas eran conocidos como «temblores de Danbury».
Luego estaban los problemas psicológicos. «Te volvías muy tímido, muy paranoico», afirma Matthews David. Cuando los médicos visitaban a sombrereros para documentar sus síntomas, los sombrereros «pensaban que les estaban observando y arrojaban sus herramientas, se enfadaban y sufrían arrebatos».
Muchos sombrereros desarrollaban problemas cardiorespiratorios, se les caían los dientes o fallecían a edades tempranas.
Aunque estos efectos estaban documentados, muchos los veían como peligros que venían con el trabajo y que uno tenía que aceptar. Además, el mercurio solo afectaba a los sombrereros, no a los hombres que llevaban los sombreros, protegidos por el forro de estos.
«Siempre había cierta reticencia por parte de los propios sombrereros», explicó Matthews David acerca de estas peligrosas condiciones laborales. «Pero lo cierto es que lo único que hizo desaparecer [la sombrerería con mercurio] fue el hecho de que los sombreros para hombres pasaron de moda en la década de 1960. Ahí fue cuando realmente murió. Nunca se ha prohibido en Gran Bretaña».
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Arsénico
El arsénico estaba por todas partes en la Gran Bretaña victoriana. Aunque se empleaba como arma para asesinar, este barato elemento natural también se usaba en velas, cortinas y papel de pared, según relata James C. Whorton en The Arsenic Century: How Victorian Britain Was Poisoned at Home, Work, and Play.
Como teñía las telas de un color verde intenso, el arsénico también acabó en vestidos, guantes, zapatos y coronas de flores artificiales que las mujeres usaban para adornarse el pelo y la ropa.
Los adornos podían provocar erupciones a las mujeres que los llevaban. Pero, al igual que con los sombreros de mercurio, las prendas con arsénico eran más peligrosas para las personas que las fabricaban, según Matthews David.
Por ejemplo, en 1861, una fabricante de flores artificiales de 19 años llamada Matilda Scheurer —cuyo trabajo consistía en espolvorear las flores con un polvo verde impregnado de arsénico— tuvo una muerte extremadamente violenta. Empezó a convulsionar, vomitó y echó espuma por la boca. Su bilis era verde, al igual que sus uñas y la parte blanca de los ojos. En la autopsia, se encontró arsénico en su estómago, su hígado y sus pulmones.
Los artículos sobre la muerte de Scheurer y la difícil situación de los fabricantes de flores concienciaron al público sobre la moda del arsénico. En el British Medical Journal se informaba de que la mujer portadora de arsénico «transportaba en sus faldas arsénico suficiente como para matar a todos los admiradores que pudiera conocer en media docena de salones de baile». A principios del siglo XIX, informes sensacionalistas como este empezaron a poner la opinión del público en contra de este tono verde mortal.
Una moda segura
La preocupación pública por el arsénico ayudó a que pasara de moda: Escandinavia, Francia y Alemania prohibieron el pigmento (algo que no hizo Gran Bretaña).
El distanciamiento del arsénico se aceleró gracias a la invención de tintes sintéticos, que «facilitaron dejar el arsénico», según Elizabeth Semmelhack, conservadora en el Bata Shoe Museum en Toronto, Canadá.
Esto plantea preguntas interesantes sobre la moda actual. Aunque los vestidos con arsénico pueden parecer reliquias extrañas de una época más cruel, la moda asesina todavía esta muy de moda.
En 2009, Turquía prohibió el arenado —un método que consistía en echar arena a alta presión para darle a la tela vaquera un aspecto más gastado— porque los trabajadores estaban desarrollando silicosis por respirar la arena.
«Es una enfermedad que no tiene cura», dice Matthews David sobre la silicosis. «Si tienes arena en los pulmones, te mata».
Sin embargo, cuando un método de producción se prohíbe en un país —y cuando la demanda de vestimenta producida con ese método sigue siendo alta— la producción suele desplazarse a otro lugar (o continúa pese a la prohibición). El año pasado, Al Jazeera descubrió que algunas fábricas chinas todavía empleaban arenado en la ropa.
A principios del siglo XIX, los hombres que llevaban sombreros con mercurio y las mujeres que llevaban ropa y accesorios con arsénico podrían haber visto a las personas que producían su vestimenta en las calles de Londres o haber leído algo al respecto en el periódico local. Sin embargo, en una economía globalizada, muchos de nosotros no vemos los efectos que tiene nuestra forma de vestir sobre los demás.
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