La famosa «niña afgana» por fin tiene un hogar

Más de 30 años después de haberse convertido en refugiada de su país natal, Afganistán, Sharbat Gula ha conseguido un hogar permanente.

Por Nina Strochlic
Publicado 13 dic 2017, 13:31 CET

Una de las refugiadas más famosas del mundo por fin tiene casa. Una gran casa.

Sharbat Gula, que se convirtió en el icono del momento cuando apareció en la portada de junio de 1985 de la revista National Geographic siendo una refugiada de solo 12 años, es ahora la dueña de una casa de casi 280 metros cuadrados decorada a su gusto en la capital de su Afganistán natal.

La casa es un regalo del gobierno afgano a Sharbat Gula, ahora con 45 años, junto con un subsidio mensual de aproximadamente 600 euros al mes para gastos de manutención y tratamientos médicos, según Najeeb Nangyal, portavoz del Ministerio de Comunicación de Afganistán.

El número de 1985 de la revista National Geographic convirtió a la «niña afgana» en un icono mundialmente famoso.
Fotografía de Steve McCurry, National Geographic Creative

Sharbat Gula, a la que mucha gente conoce como la «niña afgana», recibió las llaves de su casa a finales del mes pasado en una ceremonia presidida por autoridades del gobierno afgano. Todo esto llega tras tres décadas como refugiada en Pakistán y un tumultuoso año de vuelta en Afganistán.

Los penetrantes ojos verdes de Sharbat Gula la convirtieron en el icono del momento. Se quedó huérfana a los seis años durante la invasión soviética de Afganistán y caminó a pie hasta Pakistán con sus tres hermanos y su abuela. El retrato que le sacó el fotógrafo Steve McCurry la convirtió involuntariamente en el mejor ejemplo de la situación de miles de refugiados afganos que huyeron a Pakistán. En su país natal se la conoce como «la Mona Lisa afgana».

Ahora se ha convertido en un símbolo del regreso a Afganistán, algo que hacen cientos de miles de refugiados tras décadas fuera de su país.

Sharbat Gula fue detenida el año pasado por usar un carné de identidad pakistaní falso, una práctica habitual entre el millón de refugiados afganos que viven en el país en situación irregular. Se enfrentaba a una pena de hasta 14 años de prisión y una multa de 4.200 euros.

En aquel momento criaba a sus cuatro hijos y padecía hepatitis C, enfermedad que había matado a su marido años antes.

«Cuando Pakistán la detuvo y la acusó [de tener un] carné de identidad pakistaní falso, se convirtió en una causa nacional para los afganos y el gobierno afgano», afirma Nangyal.

Tras dos semanas detenida, Shabat Gula fue puesta en libertad y regresó con sus hijos a Afganistán. «Afganistán solo es el lugar donde nací, pero Pakistán fue mi hogar y siempre lo consideré mi país», contó a AFP antes de irse. «Estoy abatida. No tengo otra opción salvo marcharme».

Solo en 2016, 370.000 refugiados registrados regresaron desde Pakistán a Afganistán. Decenas de miles más han sido devueltos a su tierra natal desde Irán y Europa en los últimos años, a menudo mediante coacción o deportación. Un número incalculable de refugiados no registrados –como Sharbat Gula– también han regresado.

«Esta mujer es un símbolo para los afganos y también un símbolo para Pakistán», afirma Heather Barr, investigadora para el Observatorio de Derechos Humanos que lleva 10 años trabajando en Afganistán. «La forma en que apareció en los medios de Pakistán fue como una humillación para el gobierno afgano: esta es una mujer que tuvo que huir de vuestro país para venir al nuestro. El gobierno de Afganistán respondió con una bienvenida ostentosa. El mensaje era: "Podemos cuidar de nuestra gente"».

Sharbat Gula fue recibida por el presidente Ashraf Ghani, que le entregó la llave de su nuevo apartamento y le prometió que sus hijos tendrían acceso a la asistencia sanitaria y a la educación. «Le doy la bienvenida al seno de su tierra natal», dijo Ghani en una pequeña ceremonia. «He dicho repetidas veces, y me gustaría repetir de nuevo, que nuestro país estará incompleto hasta que traigamos de vuelta a todos nuestros refugiados».

Sin embargo, en septiembre, el sobrino de su difunto marido Niamat Gul presentó una queja ante los medios afganos porque el gobierno no había pagado su alquiler. Nangyal, el portavoz del gobierno, afirma que se han pagado su alquiler y sus gastos de manutención desde que regresó a Afganistán. Cuando solicitó una casa más tradicional, según él la reubicaron en una casa de alquiler de 10 habitaciones cerca del palacio presidencial hasta que pudieran comprarle una casa permanente.

Ahora, según Gul, la gente inspirada por la historia de Sharbat Gula acude a su nueva casa para sacarse fotos y traer regalos. «Es feliz porque Afganistán la respeta», afirma.

La nueva casa cuenta con seguridad, pero son precavidos a la hora de invitar a alguien a entrar. Gul explica que la atención que ha recibido desde que la identificaron como la niña en la portada de National Geographic la ha puesto en peligro por los afganos conservadores que no creen que las mujeres deban aparecer en los medios de comunicación.

Su nombre figura en la escritura de la casa, lo que la sitúa entre el 17 por ciento de las mujeres afganas que son propietarias de sus casas.

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    La «niña afgana» identificada

    En los últimos 15 años, Sharbat Gula ha recibido un aluvión de atención mediática. La identidad de la «niña afgana» fue desconocida hasta 2002, cuando Steve McCurry, responsable de la famosa fotografía, la localizó en las montañas de la frontera entre Afganistán y Pakistán. Un analista del FBI, un escultor forense y el inventor del reconocimiento de iris verificaron su identidad. Apareció de nuevo en la portada de National Geographic, convirtiéndose en una de las pocas personas que ha aparecido dos veces.

    Para entonces, Sharbat Gula era una madre casada y con tres hijos que no tenía ni idea de que su cara se reconocía por todo el mundo. En aquel momento, contó a McCurry que esperaba que sus hijas pudieran tener la educación que ella nunca tuvo. Ahora, podrán tenerla. Sus hijas están matriculadas en el colegio para el año que viene, según Gul, y «completarán su educación, In šāʾ Allāh».

    El gobierno afgano la ha animado a expandir su sueño. Nangyal, el portavoz, ha sugerido que inaugure una fundación para educar y empoderar a las mujeres y a las niñas, especialmente a las repatriadas, y Gula lo está pensando. «Mi mensaje para todas mis hermanas es que no casen a sus hijas cuando sean jóvenes», contó a BBC Persia. «Dejadlas completar su educación como hacen vuestros hijos».

    Pero las hijas de Sharbat Gula han regresado a un Afganistán que podría ofrecer una perspectiva peor que la que tenía su madre hace más de 30 años. En la actualidad, solo el 50 por ciento de las niñas afganas van al colegio y la mayoría de ellas lo deja entre los 12 y los 15 años. En las zonas rurales, el número de niñas que van a la escuela está disminuyendo.

    Barr, del Observatorio de Derechos Humanos, señala que la igualdad de género en Afganistán está muy por detrás de la de Pakistán e Irán, países a los que huyeron seis millones de refugiados afganos durante la guerra. Las mujeres y las niñas que regresan a Afganistán se ven obligadas a adaptarse a que un compañero masculino las escolte para salir de casa o que tome decisiones por ellas. En ocasiones, según ella, estos refugiados retornados «se consideran inmorales o indecentes» porque han crecido en el extranjero.

    A medida que los afganos regresan a casa en masa –Afganistán alberga unos tres millones de refugiados internos y retornados– esta dinámica pone a las mujeres y a las niñas que regresan en riesgo de agresiones sexuales o violencia de género, según Manizha Naderi, directora ejecutiva de Women for Afghan Women.

    «Aunque [Sharbat Gula] tuvo una cálida bienvenida cuando regresó a Afganistán, miles de mujeres afganas regresan por la fuerza sin familia, casa, trabajo o posibilidades de tener una vida segura y estable», afirma.

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