Para los refugiados venezolanos, este puente conecta el pasado y el presente
El puente Simón Bolívar, que conecta Venezuela y Colombia, se ha convertido en el epicentro de esta migración masiva.
El puente Simón Bolívar, que conecta la ciudad colombiana de Cúcuta con la ciudad venezolana de San Antonio, está todo el día lleno de gente.
Poco después de abrir la frontera a primeras horas de la mañana, miles de personas cruzan a pie de Venezuela a Colombia. Muchas están listas para dejarlo todo atrás, sin planes de volver a su país natal. Algunas esperan quedarse en Colombia, mientras que otras tienen destinos diferentes. Otro grupo atraviesa el puente para comprar productos básicos. El número de peatones diarios varía, pero se estima que unas 35.000 personas atraviesan el puente a diario.
Aunque la región ha experimentado varios movimientos demográficos, algunos creen que este éxodo es la peor crisis migratoria de Latinoamérica. En los últimos cuatro años, en medio de una larga y grave crisis económica, los ciudadanos venezolanos se han empobrecido y, como resultado, se ha producido un éxodo masivo. La reelección del presidente Nicolás Maduro para un segundo mandato no ha sido de ayuda en una situación ya tensa de por sí, y ha despertado el deseo latente de muchos venezolanos de dejar un país con dificultades. La hiperinflación de la economía, la falta de suministros en los hospitales y la extensión rampante del hambre han impulsado su huida.
Sin embargo, esta migración masiva comenzó mucho antes, cuando el líder fallecido Hugo Chávez tomó posesión en 1999. Millones de venezolanos han salido del país en los últimos 20 años. Más de un millón se ha desplazado a Colombia desde 2017, según la Cruz Roja. Y esa cifra solo representa a aquellos que pasan por controles aprobados.
El fotógrafo Greg Kahn estuvo hace poco documentó la crisis de refugiados venezolanos en la ciudad fronteriza de Cúcuta, ahora el epicentro de dicha migración.
Se ha encontrado con personas de todas las clases sociales, incluso personas que en Venezuela tienen trabajos que normalmente tienen un buen sueldo. Pero estas personas, entre ellas un exalcalde y un profesor de universidad, se vieron obligadas a abandonar el país. «Incluso como profesionales, no ganaban lo suficiente para sobrevivir», afirma. «La inflación se traga el salario que ganan».
Atravesar la frontera a pie por lugares como el puente Simón Bolívar es la única opción para quienes no pueden pagar un billete de avión. Bajo el sol abrasador, los viajeros venezolanos entran en Colombia, cargando maletas y mochilas llenas a rebosar. Algunos viajan solos, mientras que otros van con su familia, llevando a sus hijos en brazos. La ruta lleva a los refugiados por un mar de personas, desde comerciantes de oro que compran los metales preciosos de los venezolanos desesperados hasta vendedores que ofertan billetes de ida a Perú, Chile y Ecuador.
Muchos de los que hacen cola para sellar los pasaportes solo se quedarán en Cúcuta temporalmente. Su plan es ir a otros países y han tenido la suerte de poder ahorrar dinero suficiente para comprar billetes de autobús. Otros no lo atraviesan con la misma fortuna. Algunos se quedan sin dinero antes de completar el viaje planificado y se quedan atrapados en la ciudad.
La vida es complicada para los inmigrantes venezolanos que se ven obligados a quedarse en Cúcuta.
Yamil Rojas cuenta que lleva dos semanas durmiendo sobre cartones frente a un albergue de la ciudad. Su destino final es Perú, donde tiene una oferta de trabajo, pero se quedó sin dinero tres días después de cruzar la frontera.
Rojas, un hombre de 32 años de la localidad venezolana de Valencia, es incapaz de encontrar trabajo en Cúcuta y pasa la mayor parte del día intentando reunir algunos pesos limpiando los parabrisas y vendiendo caramelos. «Espero reunir dinero suficiente para un billete de bus», afirma. «No puedo volver. Mi familia depende de que les envíe dinero».
Kahn también visitó una maternidad de la localidad. Allí conoció a María Castillo, una mujer venezolana que acababa de dar a luz a un niño. La joven cruzó la frontera tres días antes de ponerse de parto y contó a Kahn que no quería tener a su hijo en Venezuela, ya que muchos hospitales carecen de equipo y suministros.
Forma parte de una salida generalizada de mujeres venezolanas embarazadas que huyen por miedo a perder la vida durante el parto. Sus miedos no son infundados: la mortalidad materna aumentó un 65 por ciento en 2016, según el Ministerio de Salud venezolano.
La crisis migratoria ha motivado al gobierno colombiano a destinar más de tres millones de euros a servicios de salud para los inmigrantes de los países fronterizos, y los lugareños de Cúcuta también cumplen su parte. Fabiola Ruiz dirige un comedor benéfico cerca de la frontera. El lugar se creó a mediados de 2017 para alimentar a los venezolanos fatigados y ha crecido drásticamente desde sus comienzos. «Hemos pasado de servir 1.000 comidas a 3.000 en menos de un año», afirmó Ruiz.
No todos los colombianos han sido tan abiertos. En Cúcuta, a algunos residentes les preocupa que los venezolanos exploten los recursos de su comunidad. Muchos quieren que se cierre la frontera, y el expresidente colombiano Juan Manuel Santos inició una militarización masiva de la frontera y puso en marcha una iniciativa para mantener a los inmigrantes fuera de las calles de Cúcuta. Su gobierno también deportó a cientos de inmigrantes que habían cruzado la frontera sin la documentación obligatoria.
«Al hablar con los venezolanos, pude ver que no se sienten bienvenidos», afirma Kahn.
«Tan pronto como oyen mi acento, cruzan la calle», afirma Alfonso Tapisquen, de 19 años. Cada noche, piensa en volver a casa.
Él no es el único venezolano en Cúcuta que se replantea su decisión. Kahn dice que todos los inmigrantes a los que conoció en la localidad tenían algo en común: no les gustaba estar en Colombia, pero en Venezuela no tenían ninguna oportunidad.
Kahn explica la difícil situación de aquellos que habían cruzado la frontera diciendo que «no fue una elección, sino una necesidad».