En esta isla matriarcal europea prosperan las antiguas costumbres
Las mujeres de Kihnu, en Estonia, han mantenido con vida tradiciones únicas durante milenios. Ahora empiezan a recibir turismo.
A cuatro horas ferry desde la costa de Estonia, las coníferas bañadas por la luz del sol y los prados costeros de la isla Kihnu se elevan suavemente sobre el mar Báltico. Puedes recorrerla en bici de un extremo al otro en solo media hora. Sus cuatro aldeas albergan a unos 700 habitantes —solo dos tercios de ellos viven allí durante todo el año— y no hay ningún hotel. Sin embargo, la isla recibe 12 veces más turistas por residente que algunos de los lugares más visitados del mundo.
Estas decenas de miles de visitantes no acuden por los monumentos ni los parques de atracciones, sino para experimentar la cultura singular de un lugar promocionado como la última sociedad matriarcal de Europa.
«Las mujeres de Kihnu tienen un papel muy importante: mantener las tradiciones culturales», afirma Mare Mätas, presidenta de la Fundación del Espacio Cultural de Kinhu y fuerza motriz de muchos proyectos comunitarios. «Cuidan del [ciclo] de vida humano».
Históricamente, los hombres de Kihnu abandonaban la isla durante semanas o meses para cazar focas y pescar y, más adelante, para formar parte de la tripulación de buques pesqueros en viajes internacionales. Durante su ausencia, las mujeres cuidaban las granjas, gobernaban y mantenían las tradiciones, tradiciones que han sobrevivido al tiempo y la agitación.
Un pasado accidentado
Con el paso de los siglos, Estonia ha sido invadida por vikingos, germanos, suecos, polacos y rusos. Su supervivencia cultural estuvo en entredicho durante gran parte del siglo XX, cuando la ocupación soviética, la invasión nazi y la posterior reocupación soviética redujeron la población e impusieron prácticas culturales extranjeras en los estonios que se quedaron. Aunque los elementos de las culturas de sus numerosos invasores pasaron a formar parte del folclore regional del país, la remota Kihnu ha conservado el singular dinamismo de su dialecto, sus canciones, sus danzas y sus técnicas de tejido.
Tras la caída de la URSS, la pesca y la agricultura de la isla disminuyeron, y el turismo se convirtió en el motor económico principal, aunque al principio no fue positivo. Los turistas se ganaron la reputación de ser borrachos maleducados que acudían a la isla para aprovecharse de la libertad, ya que no había un cuerpo de policía permanente.
«Eran como animales salvajes sueltos», cuenta Ingvar Saare, alcalde de Kihnu desde su elección en 2009, cuando solo tenía 23 años. El ayuntamiento de Kihnu cuenta con nueve miembros, la mitad o la mayoría de los cuales suelen ser mujeres; la predecesora de Saare, Annely Akkerman, es ahora miembro del parlamento.
A principios del siglo XXI, la actitud de los isleños empezó a cambiar. Observaron resultados rápidos de un plan para atraer turismo cultural, lo que les proporcionó un público dispuesto a asistir a actuaciones folclóricas, así como un ingreso para los isleños que venden artesanía o comida, o que alquilan bicicletas o alojamientos. En 2002, aproximadamente el 40 por ciento de los residentes de Kihnu dependían del turismo hasta cierto punto. En 2008, el reconocimiento de Kihnu como patrimonio cultural inmaterial de la Unesco empezó a atraer a más visitantes internacionales, sobre todo de Japón y Alemania.
«Cuando estás en la isla, das por sentado que la vida es así; no ves el valor de nuestra forma de vida», afirma Saare. «Pero después vienen 30.000 turistas a la isla cada año y dicen: “vaya, lo que hacéis aquí es maravilloso”».
Un equilibrio delicado
Hay quien ve el peligro de mercantilizar tradiciones tan arraigadas, vinculadas a la identidad individual y colectiva, pero Saare lo considera una forma de mantener la isla con vida.
«Existe el debate de que simplemente nos vamos a convertir en un museo y que solo llevaremos las faldas tradicionales por dinero, cosas así. Pero la gente no lo hace por dinero», afirma.
La vida en Kihnu no es barata: tienen que importar la mayoría de los suministros desde el continente y la isla recibe más subsidios estatales que la mayoría de las aldeas rurales de Estonia. Los isleños intentan ganar tanto como les es posible de los turistas durante el verano, cuando el ferry funciona, para sustentar a sus familias durante el invierno.
Pero Saare y Mätas describen lugareños cuya pasión por mantener la cultura con vida no está motivada por el dinero. En lugar de eso, el dinero del turismo mejora las infraestructuras y la calidad de vida en Kihnu y convence a las familias para que se queden allí. La población no se ha recuperado de la pérdida de familias que huyeron durante la década de 1940 y nunca regresaron; los hombres jóvenes siguen marchándose a Suecia, Finlandia y Noruega para encontrar trabajo en la navegación y la construcción. Muchos residentes solo viven en la isla a tiempo parcial: los jóvenes acuden a escuelas del continente y los adultos suelen tener trabajos en Tallin, la capital, o Pärnu, la localidad más cercana del continente.
«Tenemos muchos problemas porque si las familias jóvenes se marchan por razones económicas, ya no tendremos niños en la escuela en el futuro», afirma Mätas, describiendo este como «su mayor problema».
Se han tomado medidas para construir más casas modernas para que se muden familias del continente y vean si quieren unirse a la comunidad. «Es una opción y debemos intentarlo todo», afirma Mätas, aunque también teme que la isla se convierta en una colección vacía de casas de verano para estonios adinerados si las familias locales siguen marchándose.
El turismo puede parecer la fórmula mágica: las oportunidades laborales que conlleva proporcionan a los isleños un motivo financiero para quedarse y el hincapié que ponen en la cultura como atracción principal sustenta la capacidad de la comunidad para mantener con vida estas tradiciones. Pero el crecimiento descontrolado podría tener consecuencias negativas posteriores. Kihnu tiene menos de 300 plazas turísticas, del estilo bed and breakfast. Más desarrollo podría comprometer las aldeas y el medio ambiente, sacando la isla de su actual y precario equilibrio.
Sin embargo, por ahora los turistas son bien recibidos.
«Gracias a Dios, a la gente le gusta visitar islas. Gracias a Dios, somos una isla», afirma Saare.
Cómo llegar
De junio a agosto, si el tiempo lo permite, el esperado nuevo servicio de ferry de Kihnu realiza el viaje de cuatro horas cuatro veces al día entre Pärnu y Kihnu (aunque hay un vuelo de 15 minutos que puede aterrizar en Kihnu, si tienes tendencia a marearte en los barcos). Mätas recomienda comprobar el calendario de eventos culturales para que el viaje coincida con un festival o una actuación y planificarlo con antelación, ya que el alojamiento limitado se ocupa enseguida cuando los estonios continentales se van de vacaciones.
En teoría, es posible viajar en invierno, si eres valiente: solo unos cinco alojamientos están disponibles después de septiembre, cuando oscurece a las cuatro de la tarde y el hielo marino impide el funcionamiento del ferry.
La naturaleza de la vida isleña incluye un transporte caprichoso y escaseces ocasionales, pero con un poco de planificación, un viaje a Kihnu resulta bastante gratificante para quienes buscan una atmósfera tranquila y encantadora, una naturaleza hermosa y una cultura fascinante.
«Si la gente solo quiere estar en un hotel moderno e ir al bar del vestíbulo, ese es el tipo de cosa que no tenemos aquí», afirma Mätas. «Ven si te interesa la cultura popular... Hay gente que solo quiere estar en medio de la naturaleza y tener esa sensación de isla pequeña, la luz y la tranquilidad».
Fabian Weiss es un fotógrafo y narrador visual que trabaja desde Estonia y Alemania. Su trabajo explora los cambios culturales, principalmente en Europa y Asia. Sigue a Fabian en su Instagram.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.