«Soy mujer, soy trans, soy migrante; las etiquetas que imposibilitan integrarse en una sociedad»
Hoy, Día Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia, 72 países del mundo aún condenan las relaciones entre personas del mismo sexo.
«Hoy, he decidido soñar. Soñar libremente con alguien a quien pueda contar todo, con quien pueda abrir mi corazón». Así da comienzo el documental de Eli Jean Tahchi, que relata cómo miles de personas de la comunidad LGTBIQ+ graban sus historias en cintas para tratar de encontrar asilo en otros países.
A día de hoy, siete de cada diez personas LGTBI aún se ven obligadas a ocultar su orientación sexual. A pesar de que, cuando escuchamos las cifras de la homofobia y la transfobia, parezca que nos hubiéramos trasladado un par de siglos atrás, la realidad a día de hoy continúa siendo escalofriante.
Aún 173 países prohíben casarse con alguien del mismo sexo, 22 estados cuentan con ‘leyes morales’ contra homosexuales y, de los 72 países que persiguen el amor según el género que lo practique, ocho lo hacen incluso con la pena de muerte, según datos de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR).
En Irán, Arabia Saudí, Yemen, Sudán, algunas provincias de Somalia y Nigeria, e Irak y Siria en las zonas controladas por el Dáesh, amar libremente es una completa utopía, y hacerlo a escondidas tiene un alto precio a pagar.
¿Y en España?
De los 59 países europeos evaluados en la octava edición de la Revisión anual de ILGA-Europa 2019 (Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersexuales), España se encuentra en noveno lugar con un 67% de los objetivos del informe conseguidos. Pero aún queda mucho camino por recorrer.
Hasta el pasado año, la transexualidad aún estaba catalogada de forma internacional como enfermedad mental. La Organización Mundial de la Salud marcaba en junio un punto clave en su normalización al excluirla como enfermedad mental de la Clasificación Internacional de Enfermedades.
“La transfobia cruza todas las fronteras de los colectivos sociales”, cuenta a National Geographic España Fabiana Castro Hernández, mujer transexual y migrante que reside en España desde hace 3 años. “Yo no esperaba que desde el propio colectivo LGTBI fueran a tener prejuicios hacia mí, pero me di cuenta de que hay transfobia en todos los rincones de la sociedad. “Ahora, aparte de estar buscándome un espacio como mujer trans, también me lo tengo que buscar como mujer migrante, y ahí se me cierran muchas más puertas”.
Una vida luchando por derribar prejuicios
Tras una vida luchando contra la transfobia en todos los aspectos de su vida, Fabiana también tiene que luchar a diario contra el machismo, dentro incluso del propio colectivo. “Ahora que estoy en España, yo veo en mi proceso migratorio a hombres trans que están aceptados socialmente. Como la sociedad es machista, los hombres trans suben un escaño, sin embargo nosotras como mujeres vamos en retroceso”.
A la lucha por una orientación sexual libre se suma la lucha por una identidad de género también libre y por la igualdad de derechos de las mujeres, y de los migrantes. “Hay una permisibilidad y una libertad social muy fuerte de agredirte cuando eres una mujer trans”, afirma Fabiana, que lo afronta como un desafío diario convertido en un reto y una motivación personal para eliminar los prejuicios de la sociedad y visibilizar la diversidad.
De Latinoamérica a España
Entre 2008 y 2016, fueron registrados 2.600 asesinatos a personas transexuales; el 78% en Latinoamérica. Fabiana llegó a España huyendo del miedo que comenzó a sentir en su país. “Sucedieron cosas que me alertaron sobre mi integridad, y entonces ya me quedé aquí. Tú sabes cómo funcionan las cosas en México: las personas desaparecen, son agredidas e incluso cortan las cabezas de quienes están liderando los distintos movimientos sociales, y desde 2008 yo estaba trabajando en defensa de los derechos de las personas LGTB en el norte de México”.
Al margen del estigma social e incluso las agresiones, derechos como encontrar piso donde vivir o un trabajo digno se ven en tela de juicio por la transfobia que aún queda arraigada en nuestra sociedad.
“En México acostumbrábamos a ayudar a las personas migrantes que querían pasar a EEUU, para conseguirles comida, servicios médicos y lugares donde dormir. Yo en mi vida me había planteado la posibilidad de ser migrante, de pasar de ser la que ayudaba a ser la que busca las ayudas”, cuenta Fabiana.
“He tenido compañeras que un día están y luego ya no. Yo, mientras esté, seguiré trabajando en pro de los derechos de las que vienen detrás de mí. Debemos aprender a respetar a todas las personas de este mundo diverso, y entender que la diversidad nos enriquece, pero es el respeto lo que nos une”.